_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

William Burroughs: personal y peligroso

Escritor maldito que no ha cedido a las tentaciones del nombre, témpano puro en medio del colorinche y los crótalos de los últimos beats, cultivador de la aliteratura, tentado y seducido por el mejor relato clásico, William S. Burroughs -casi desconocido hasta hace poco entre nosotros- cifra en sí casi todos los prestigios transgresores (prestigios-paraíso cerrado para muchos) de nuestra época: homosexualidad, droga, libertarismo...El almuerzo desnudo, publicado por primera vez en París en 1959 -libro condenado y denostado mucho tiempo en Estados Unidos- es la primera obra importante de Burroughs, tras su auroral y más «clásico» Yonqui (editada en 1953). El almuerzo desnudo es una combinación de imágenes, flashes, historias y sensaciones, relatando el mundo, el ámbito y las ensoñaciones de un caminante de la droga, un yonqui o un pinchota, sobre todo. Ese relato, resultado de una depurada y experimental técnica de escritura (Burroughs puede serlo todo menos un escritor improvisado), se construye en tres niveles básicos: uno, realista -en la línea de Yonqui-, con sucesos del tráfico y los movimientos de un adicto; un segundo -el más importante del libro-, en el que ese realismo es como tapado por un tapete de sugestiones y falseos literarios: discursos científicos o seudocientíficos y concomitancias con la ciencia-ficción, y un tercero, finalmente (mezclado, normalmente, a los ( anteriores), constituido por visiones y ensueños sadomasoquistas o masturbatorios.

William S

Burroughs.El almuerzo desnudo. Azanca, Narrativa Contemporánea. Júcar. Madrid, 1978.

Llevados por ese salto y tropel de distintas imágenes, recorremos los abismos de clínicas absurdas, paseamos las plazas y los personajes extraños de Interzonas (Tánger, en su referente realista), oímos los sermones tremendos del doctor Benway y (entre descripciones de estados de ansiedad y carencia.) pasamos por la sala de recreos de Hassan, donde confraternizan muchachos árabes y nórdicos, y oímos los jadeos y la tensión vital de los vientres lisos dispuestos a la húmeda porfía del cataclismo... El almuerzo desnudo es un libro, además, donde más allá de ese relato de la vida del yonqui, se alude continuamente a la libertad. Libertad -que de alguna manera simboliza el sexo o la ciudad desordenada- que se ve atacada en su básico centro (el individuo) por máquinas, espionajes, antidrogas, mecanismos, controles, en un absurdo intento de Poder cuyo solo futuro es la muerte. El sexo -gay, aquí- y la libertad amenazada son los himnos positivos del libro.

Con El almuerzo desnudo, Burroughs consigue una obra personal, nueva y, en alguna medida, peligrosa. Aclaro. Su peculiar manera de escritura, el continuo fogueo de imágenes, flashes, y retazos, si bien aquí resultan coherentes y trabajados al nivel de la obra total, y consiguientemente válidos y explicables, pueden devenir (en manos de una literatura con menos sentido de sus fines e intenciones) en insoportablemente aburtido retal de frases sueltas y en medianía mucho más evidente que la de una escritura similar de búsqueda clásica. A tal peligro aludo. Por otro lado (y ha de decirse), Burroughs ha probado no sólo la personalidad de su intento, sino su propia fe en la renovación lúdica y placentera del relato, en novelas tan sugestivas como The wild boys (Los muchachos salvajes), editada en 1969, y que alarga la trayectoria mejor de El almuerzo desnudo.

Conste, para acabar, la ímpecable traducción castellana que nos ofrece Martín Léndinez (traductor ya en la misma editorial de otros títulos de Burroughs) de este The naked lunch, verdadero clásico ya de nuestro siglo. El lector tiene ahí, en un ordenado magma de sexo, represión, catarsis, discursos y persecuciones, una bebida fuerte entre las manos. Dulce y ácida en el mismo trago -garganta abajo-, como se siente el buen ron en un barito moro de Túnez.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_