Frei y el general Leigh, posibles alternativas para la transición hacia la democracia
Si se aceptan como reales, en las presentes, circunstancias, las posibilidades de un cambio político en Chile, es preciso analizar qué papel van a jugar las fuerzas políticas tradicionales en el proceso. Sobre el primero de los puntos, los analistas rnanejan varias hipótesis, que van desde la renuncia de Augusto Pinochet, forzada o voluntaria, hasta la evolución desde dentro del propio sistema.La primera de ambas, con ser la más deseada, es la que mayores dificultades plantea. El general Pinochet, que ha aceptado públicamente ser el objetivo básico de las presiones exteriores e interiores, es categórico a la hora de rechazar cualquier posibilidad de renuncia. En la entrevista que concedió a EL PAIS por dos veces se refirió a ese punto en términos muy claros. Pinochet se considera ante todo un militar, y entiende el ejercicio de la presidencia como un trabajo militar, que debe «dirigir y realizar en su totalidad». En otro pasaje de la entrevista, el presidente insiste en que dejará la presidencia cuando «estemos seguros de entregar un Chile económicamente fuerte, socialmente en paz y políticamente seguro».
En otras ocasiones, el general Pinochet se ha referido a los intentos de sus opositores por apartarle del ejercicio del poder. «No me tumbarán», suele ser su favorita y enérgica respuesta.
Es descartable, pues, a priori, la posibilidad de una renuncia voluntaria del presidente de la Junta, sin que existan fuertes y hasta ahora desconocidos condicionamientos para hacerle variar de opinión. ¿Cuáles pueden ser esos condicionamientos?
Son muchos los que piensan que si la crisis en el seno de la Junta Militar se acentúa, si las investigaciones que ahora mismo se realizan en Estados Unidos sobre el «caso Letelier» rozan, aunque sea ligeramente, a Pinochet y crece el aislamiento exterior, podría llegarse al caso de que los propios companeros de armas soliciten del presidente su renuncia, basada en razones de patriotismo. Existe también la remota posibilidad de que las presiones externas e interiores conviertan al general en un hombre abandonado por anteriores lealtades y el objetivo de conspiraciones, lo cual le haría extremadamente difícil la permanencia al frente del poder.
La posibilidad de una destitución (o, dicho en lenguaje romance, de un golpe de Estado), aunque debe examinarse, no parece muy grande. Tendrían que cambiar mucho las cosas para que los altos militares chilenos, comprometidos en el golpe de 1973 y en la actividad de la Junta en estos cinco años, decidieran tomar alguna iniciativa contra su propio y, en muchos casos, admirado jefe. A no ser que se produjera un «movimiento de capitanes», a la portuguesa lo suficienternente amplio y poderoso como para obligar a sus superiores a un diametral cambio de actitud.
Pinochet ha demostrado a lo largo de los últimos meses que tiene alguna capacidad para la maniobra política. Quienes le consideraban tan sólo un rudo militar, han debido reconocer que ha resuelto con cierto talento situaciones delicadas, casi siempre con beneficio para su posición política.
Sobre esta base no es desechable del todo la posibilidad de que el general, acosado por las presiones, trate de mantenerse en la presidencia mediante concesiones a sus opositores.
Hasta ahora, el presidente chileno se ha mostrado categórico en cuanto a las características y los plazos de la evolución política de Chile, anunciada en Chacarillas en julio de 1977. De acuerdo con ese plan inicial, no se celebrarán elecciones en Chile hasta dentro de cinco o seis años y a los partidos políticos tradicionales se les asigna el papel de «grupos de opinión».
Sin embargo, Pinochet puede manejar a su antojo estos planes iniciales y administrarlos en la medida de sus conveniencias.
De todas maneras, la posibilidad de una evolución real desde dentro del sistema es la más remota. Entra dificilmente en la autoritaria filosofía política de Pinochet y además, presumiblemente, contaría con el rechazo mayoritario de la oposición.
La evolución preconcebida por Frei
El ex presidente chileno Eduardo Frei (que no suele conceder entrevistas y que expresa su opinión, que es la de la Democracia Cristiana, por medio de artículos que envía a las revistas), escribió hace un mes en el semanario Ercilla sobre la necesaria e inevitable evolución del actual sistema hacia la democracia y señaló que esa evolución debe enmarcarse históricamente en «un período de transición razonable que aplaque los odios resentimientos o revanchas y que evite trastornos fatales para el destino del país».
La apreciación del dirigente democristiano es importante, sobre todo si se tiene en cuenta que cada día es mayor la insistencia con la que se considera a la Democracia Cristiana como la principal alternativa actual del cambio político chileno.
Leigh, en la reserva
No explicó Frei en su artículo de qué forma se conduciría ese período de transición ni quién lo dirigiría. Y esas son, precisamente, las claves de la cuestión. La mayoría de los observadores piensan que se hará inevitable la presencia militar en ese período transitorio. Y muchos son también los que piensan, desde enero último que el recientemente destituido general Gustavo Leigh puede ser el protagonista de esa presencia.
Hacia la postura contestataria de Leigh se han producido tímidas manifestaciones de simpatía por parte de la DC e, incluso, de grupos políticos izquierdistas. El general goza, según parece, de la confianza norteamericana y se sabe de la inlluencia que sobre él han tenido las opiniones de su hermano Hernán, ex diputado radical y de un pequeño grupo de asesores civiles, algunos de los cuales aparecen identificados ideológicamente con la socialdemocracia.
Es preciso, sin embargo, no olvidar la historia política del hasta hace poco integrante de la Junta Militar, aun aceptando la posibilidad de su evolución ideológica. En los primeros momentos del golpe de 1973, Gustavo Leigh apareció como uno de los hombres más duros de la Junta, aunque también como el más político y el mejor preparado de los tres. Varias instalaciones de la fuerza aérea se recuerdan aún tristemente como escenarios de detenciones y torturas.
Ahora, sin embargo,Leigh parece aceptar la necesidad chilena del retorno democrático. En las declaraciones formuladas al Corriere della Sera, que le costaron su salida de la Junta (y cuya trascendencia seria ingenuo pensar que no midió el general), Leigh ha ofrecido un programa político concreto y con plazos fijados: cinco años. No se sabe si esos cinco años que Leigh propone entrarán en la calificación de «razonable» que Frei establece para la duración del período de transición, pero lo que sí está claro es que la propuesta del militar es la única que se ha hecho hasta ahora con un tempo marcado de antemano.
«Compromiso histórico» a la chilena
Frei y Leigh parecen ser, pues, las alternativas más realistas de la posible evolución chilena. La izquierda política, incluso, olvidando las complicidades de la Democracia Cristiana en la gestación y, ejecución del golpe que derrocó a Salvador Allende y el sepulcral silencio que durante dos años guardó el partido de Frei frente a la brutalidad de la Junta, no se recata en resaltar que la DC debe ser básicamente el grupo que protagonice el retorno de Chile a la democracia.
Lo que muchos esperan, en un futuro no muy lejano, es que se produzca una especie de «compromiso histórico» entre la Democracia Cristiana y los partidos de la Uniolad Popular para encauzar el proceso. La DC se ha mostrado renuente, desde siempre a pactar con el Partido Comunista (grupo que, por otra parte, es el que con mayor insistencia propicia el acercamiento al partido de Frei). pero las circunstancias obligarán, necesariamente, a una política de consenso.
Todas estas posibilidades, y algunas otras que figuran en los esquemas mentales de ciertos políticos, pero desechables por descabelladas, son las que con más frecuencia se manejan en los círculos políticos de Chile, tanto dentro como fuera del país. Y aunque entran en el terreno de lo futurible, parecen ser las únicas que cuentan con posibilidades realistas de aplicación. Esto es, precisamente, lo que el tiempo se encargará de demostrar.
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