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El paro agrario

Ingeniero agrónomo

Los datos más recientes de coyuntura económica parecen indicar que a lo largo del año en curso podrá enderezarse de forma satisfactoria la evolución de dos de los más preocupantes problemas que arrastró la economía española hasta el otoño de 1977: el crecimiento galopante de los precios y el enorme déficit de la balanza exterior. Los acuerdos de la Moncloa supusieron un intento de saneamiento económico para invertir el desequilibrio generalizado que las dos variables mencionadas estaban trasladando al conjunto de la actividad productiva del país.

El planteamiento de raíz era simple: cualquier posibilidad de futuro desarrollo partía de la necesidad de modificación de la situación generada en estas circunstancias.

Los desequilibrios señalados no se habían producido por un simple proceso de auge incontenible en la actividad productiva, sino por una compleja serie de razones que han hecho compatible la evolución alarmante de las dos variables citadas, con índices moderados de crecimiento de la producción y con niveles de paro suficientemente elevados.

Entre las numerosas razones que se encuentran en el origen de la situacion descrita vamos a enumerar únicamente Ias que consideramos principales:

1. El desarrollo económico español de los años sesenta se produjo al amparo de un auge general en las economías más desarrolladas del Occidente europeo, debido a lo cual el crecimiento inducido facilitó un cierto carácter de espectacularidad al desarrollo español, con el coste de que no todas las estructuras del sistema productivo se habían adecuado a los niveles de productividad que pudieran justificar tan acelerado crecimiento.

2. Guiado por pautas de comportamiento perfectamente estudiadas, el consumo adoptó niveles difícilmente renunciables, que se encuentran en la raíz de la iniciación de la espiral del desequilibrio. Lo que pudiéramos denominar «capacidad productiva real» no ha podido nunca adaptarse a la evolución de la demanda más que a través de un proceso de continua inestabilidad cíclica. La política económica de continuos esfuerzos y acelerones a partir de 1969 sólo ha sido un reflejo de esta inadaptación profunda.

3. El carácter extremadamente dependiente del desarrollo español ha sido sobradamente demostrado a través del estudio de tres de sus motores básicos: emigración, inversión de capital extranjero y tuimo.

4. La transición política, a partir de un régimen autoritario de cuarenta años, no sólo ha modificado negativamente las expectativas del mundo de los negocios, sino que ha venido a coincidir con una recesión económica generalizada que se gestó a partir de la elevación en lo, precios de las materias primas de 1973.

Estos hechos han provocado diversas consecuencias.

1. La agricultura española se ha visto impulsada por fuerzas muy diversas (tendencias de la demanda, elevación de costos, emigración masiva, rápida tecnificación ... ) a una modernización acelerada.

2. El carácter dependiente, en unos casos, y claramente especulativo, en otros, de gran parte de la inversión productiva de otros sectores no ha acompañado armónicamente el proceso de modernización agraria.

3. Como consecuencia de lo anterior, la diferenciación regional se ha agravado, en lugar de disminuir con el proceso de desarrollo económico. Los desequilibrios regionales, y sectoriales con sustanciales a todo proceso de desarrollo una economía de mercado, tienen en nuestro país un carácter mucho más agudo.

Estas consideraciones previas son imprescindibles para poder desentrañar la problemática actual del paro que sufrimos. Aceptar un plan de saneamiento, o estabilización, en las condiciones del otoño de 1977 supondría tal vez la única alternativa viable. Con éxito, el plan podría poner freno a los desequilibrios más inaceptables que estábamos sufriendo (inflación y déficit de la balanza de pagos), pero era sobradamente conocida la retracción que se produciría en la actividad productiva y, consecuentemente, el crecimiento de unos niveles de desocupación ya sobradamente preocupantes.

Dentro del esquema de desarrollo más arriba expuesto, gran número de industrias y actividades localizadas en las regiones menos favorecidas han podido despegar económicamente merced a una, política de apoyo oficial, que se ha ido manifestando a través de políticas de fomento a la industrialización agraria, polos de desarrollo, planes regionales y comarcales.., que hoy es preciso restringir y cuidar minuciosamente, ante la exigencia de una lógica austeridad en el gasto público. La iniciativa privada difícilmente abordará en las circunstancias actuales lo que no fue capaz de realizar en la epoca de auge anterior. Ante estos hechos es evidente que era de esperar que la contracción económica y el aumento del paro se agudizara en aquellas regiones de desarrollo más incipiente donde, por añadidura, la agricultura de tipo tradicional, tras el proceso de modernización descrito anterior mente, no podría ya absorber la mano de obra que no ha sabido o no ha podido fijar la industria. El proceso de modernización de la agricultura es irreversible. Tendría que suceder una grave conmoción social, no una simple recesión económica, para que la agricultura pudiera aceptar la mano de obra parada en las regiones más rurales del país. Ignorar este hecho es no plantear el problema del paro en unas coordenadas reales, que permitan su solución. Porque el paro sobre el que pueda incidir en estos momentos una u otra política agraria es claramente insignificante. Evidentemente, puede realizar se una política más radical respecto a la propiedad insuficientemente aprovechada. Su expropiación y asignación a través de acciones de asentamiento, ¿en qué medida resolvería el actual problema del paro? ¿Cuatro ó 5.000 campesinos?

Por otra parte, el paro estacional no tiene solución dentro del marco estrictamente agrario. Más allá de la adopción de alternativas de cultivo que tiendan a dispersar al máximo las tareas del campo a lo largo del año, práctica perfecta mente asimilada en la mayoría casi absoluta de las regiones españolas, el paro estacional no es más que un reflejo de la insuficiencia crónica del sistema productivo en una región.

Bien es cierto que la política agraria puede adoptar líneas de formación y readaptación del agricultor para hacerle apto a nuevos oficios,

El paro sectorial no existente en la realidad. Es el conjunto del sistema productivo el que, en un momento dado, es incapaz de absorber los recursos humanos existentes en una zona. Ese paro regional es fácilmente adjudicable a la agricultura dentro de una estructura de desequilibrios, como la que ha provocado el desarrolló español.

Pero, incluso, nos atreveríamos a señalar que era previsible qué el aumento del paro y la contracción de actividad, crecieran de forma proporcionalmente mayor en las regiones menos industrializadas. La lógica de los últimos veinte años en España refirma esta tesis y, por ello, es evidente que procede hablar del «paro de la economía española» o del «paro políticamente necesario», pero nunca más ya del paro agrario.

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