A Hafida
Gracias, Hafida, por ese cesto navideño de dátiles, por ese junco o cuerno de, sencilla abundancia, que tiene algo de embarcación y de raqueta y que me trae una vez más, en el puñado de besos de los dátiles (cada dátil es como el beso suelto de una adolescente argelina y desconocida) el sabor de un Oriente que -¡ay! - ignoro, pero que ahora me duele, en navidades.Porque Argelia, Hafida -y no escribo a una embajadora, sino a una oscura y lúcida mujer de Afric -a pasada por París-, Argelia lleva un largo tiempo practicando con España una doble política, ignorando o protegiendo un aventurerismo supuestamente revolucionario, cuando el aventurerismo es todo lo contrario de la revolución científica, según dijeran Marx y sus exégetas. Los nuevos pueblos del nuevo socialismo están a un paso de iniciar un neoimperialismo de camello, y España, que ha hecho las cosas tan mal en Africa, no sabe, o no puede, o no quiere remediarlas, pero también Estados Unidos salvaron a los pueblos americanos de la tiranía española en nombre de la democracia de Lincoln, y de la democracia de Lincoln sólo les llegó -a Cuba, por ejemplo- un stock de preservativos y un orinal de oro para las micciones de Batista (el escritor Gironella, que estuvo allí cuando la victoria de Castro, seguro -que lo recuerda).
Lo que aquí está haciendo, deshaciendo, intentando la izquierda española, Hafida, amor, y tú lo sabes, por inteligente y por silente, es un muy delicado compás en el que hay embargos y errores, pero que de ninguna manera puede ser alterado ni confundido con el aventurerismo insular de una novela terrorista que queda fuera y lejos de toda táctica y estrategia revolucionaria. Yo,.que nunca te he escrito una carta de amor, Hafida, tampoco quisiera escribirte esta carta de dolor, mientras tomo, como besos moros de la aldea argelina, los dátiles de tu cesta.
Una noche estábamos en tu casa, cenando, y un escritor español, hombre de teatro, apellido famoso en la política española, me dijo:
-He dudado antes de venir a esta Cena. Al fin y al cabo estamos en la embajada de un país que retiene prisioneros españoles.
Sonreí y dije que tenía frío, que es lo que digo siempre, ya lo sabes, Hafida. Lejos estaba entonces de partir ni compartir la altanera caballerosidad española y beligerante de mi amigo. Lejos estoy ahora, pero Argelia, estrella socialista. en el cielo negro de Africa, le hace, diría yo, que una guerra sorda, con dátiles y más que dátiles, no ya a la España oficial,,que eso está y estaría en su punto, sino a la oposición y a la izquierda, esa oposición y esa izquierda que están con el Polisario, revoluciones y músicas que tú y yo hemos escuchado en las verbenas socialistas de Madrid.
Hay una revolución callada, paciente, oscura, larga, que quiere cambiar España desde dentro, pero está probado por la Historia reciente que las provocaciones de fuera, los martirologios promocionados y las marejadillas en el Estrecho no engordan la revolución, sino que propician plazas de Oriente, dan armas al poder y dan armas a las armas. Con todo eso no sé si ganará algo algún vago neoimperialismo de signo antúmperialista, pero el pueblo de España, que ha repartido contigo su vino en las tabernas de Madrid, va a perder mucho, Hafida, ya ves, porque las conjuras internacionales son tan necesarias para el integrismo que si no las hay se inventan. Y, desgraciadamente, a veces no hay que inventárselas.
Lo mío son las cartas de amor y no es éste el caso. No sé hacer cartas políticas, ni esto es tal cosa, sino una mañanera y melancólica anotación en mi Diario, al recibo de tu junquillo de dátiles, cesta de perfil navegante y frágil, que se diría, pesquero español apresado en el Estrecho. Por lo demás, y como seguramente me equivoco en todo, da la presente por no recibida, saludos al embajador Y agasajos de este escritor español que hubiera querido ser, como Cervantes, vuesto dulce prisionero.
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