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Manuel Puig: una narrativa en peligro

El caso Puig es uno de los más curiosos de la nueva literatura latinoamericana. Su primer libro, La traición de Rita Hayworth, apareció en Buenos Aires en 1968, cuando el público devorador de novela continental comenzaba a cansarse del intelectualismo cortazariano o del lenguaje supuestamente nacional que utilizaban unos escritores que no vivían en sus países y tenían una relación cada vez más distante con las distintas realidades latinoamericanas. No se había apagado aún la llamarada del boom y los devotos de Cien años de soledad, seguían multiplicándose. La novela de Manuel Puig fue una sorpresa: la primera edición se agotó en semanas y el Buenos Aires literario -entonces hervidero- se dividió en la polémica. Entusiastas y detractores pusieron en órbita una novela que rompía con la prosa presuntuosa de sus antecesores, no había metafísica borgeana ni dramatismo tanguista a lo Sábato, ni siquiera esa generalizada pedantería de la primera obra. Manuel Puig utilizaba un idioma sencillo, melancólicamente provinciano, que rayaba en- lo cursi y que tenía una frescura única, Con el parecía surgir toda una nueva estética de lo naif, en la que la mitología pura del cinematógrafo de barrio, las revistas del corazón y el mundo despiadado y lacrimoso de un internado para escolares ocupaban el papel principal. Los gustos se inclinaban por una recuperación de los años cuarenta, y el camp, con todo su oropel, era reemplazado o contrastado al menos, por el kitch. Al año siguiente, la aparición de Boquitas pintadas confirmaba la asombrosa maestría de Puig, su desenfadada reconstrucción de ambientes que parecían condenados a la subliteratura, la radionovela y el folletín. El éxito de su literatura significaba, además de la oportunidad de su afloración, una ampliación de los criterios literarios y un enriquecimiento, al fin, que vencía prejuicios y defenestraba valores eternos nos.La repercusión de estas dos novelas se retrasaría en España hasta 1971, fecha en que Seix-Barral publica una versión censurada de La traición, y en 1972, Boquitas pintadas. Repercusión con sordina, ya que, al contrario de lo acontecido en Argentina, las novelas de Puig son recibidas en España por una minoría curiosa y no rebasan hasta ahora ese círculo sagrado de los entendidos. Pero la fama de su literatura cruza las fronteras de nuestro idioma, y las traducciones al inglés, al italiano y al francés se suceden. El éxito de La traición, en Francia, queda reflejado en la famosa encuesta de Le Monde, en la que queda seleccionada entre las cinco mejores novelas extranjeras publicadas ese bienio. En 1973 Sudamericana de Buenos Aires publica The Buenos Aires Affair, aparentemente, una novela policial con implicaciones sexuales, una inusitada crónica negra -o roja- en manos de un escritor desbordado por su propia fabulación, inmerso en la intriga, que hace guiños permanentes a un lector heterodoxo que va más allá del relato detectivesco para encontrarse con el ceremonial neurótico de unos personajes condicionados por una sociedad represiva, que reaviva el puritarismo y condena con hipocresía cualquier voluntád de diferencia. La herejía no tardará en instituirse y el libro sufrirá, en Buenos Aires, su primera prohibición a la que seguirá el secuestro de la edición española, hace escasos meses.

La hora mala de Puig quedará completada con el ataque recibido por su última novela, El beso de la mujer araña (Seix- Barral, 1976), en el que las relaciones homosexuales entre dos compañeros de celda provocarán las iras de una izquierda ortodoxa, que no acepta la posibilidad de un activista revolucionario seducido por un preso condenado por sus inclinaciones amorosas. Una vez más cinematográfica, la novela de Puig parecía atentar contra ese otro puritanismo de distinto color, pero de idéntica torpeza. Menos público que el secuestro o la prohibición llana, el veto o la indiferencia forzosa de los mentores de la cultura hacen peligrar una narrativa que no fue escrita para el malditismo ni para la clandestinidad.

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