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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El camino de Buñuel

Buñuel acostumbre a declararse ateo, la verdad es que pocos autores cinematográficos, excepción hecha de Bergman y alguno más, aparecen tan preocupados, por no decir obsesionados, por la religión en cualquiera de sus manifestaciones. Quien lo dude no tiene sino seguir, como tantos peregrinos a través de los siglos, o como los dos protagonistas de este filme, este nuevo Camino de Santiago irreal, más allá del tiempo y del espacio.Juan y Pedro, el uno joven, el otro ya de edad, viajan a pie por los caminos de Francia, van de un país a otro, asisten a diversas aventuras sobrenaturales o milagros con naturalidad, sin sorpresa, como dos buenos pícaros de nuestro siglo de oro. Ellos todo lo aceptan: cama, comida y dogma, unas veces como protagonistas, otras como testigos en su camino, que apunta vagamente a Compostela, pero del que en realidad no llegamos a conocer los motivos ni las causas.

La Vía Láctea

Guión de Luis Buñuel y Jean Claude Carriere.Dirección: Luis Buñuel Partitura musical: Luis BuñueL Fotografía: Christian Matras. Intérpretes: PaulFrankeur, Laurent Terzieff, François Maistre, Claude Cerval, Agnes Capri, Georges Merchal, Denis Manuel, Daniel Pilon. Francia. Fantasía. 1969. Local de estreno, Minicine n. º 2

Quizá se trate de viajar por viajar, o viajar por vivir, que viene a ser lo mismo. Pero vivir -nos dice esta película- no resulta tan fácil, ni es éste un filme religioso en el sentido tradicional, sino exposición apasionada de las diversas herejías dogmáticas planteadas a la Iglesia a través de los siglos. El hereje, como nadie ignora, como la juventud contestataria o los obispos actuales, más o menos rebeldes al Vaticano, son necesarios para el dogma, y se diría que el mismo Buñuel lo es, a través de este cuento burlesco y milagroso en el que la doctrina se agota en sí, sin trascender -al menos voluntariamente- a lo social, lo político o lo meramente artístico.

Sin caer tampoco en lo didáctico, todos los misterios de la religión aparecen como cuadros o fábulas a lo largo de este camino que visualmente se desarrolla, sobre todo, en Francia. Manual, en cierto modo, de patrología, asignatura hoy olvidada y a la vez aventura metafísica, seguramente aburrirá a más de uno con su técnica escueta y, sin embargo, es preciso recordar, sin referirnos a nuestro país en concreto, que la cuestión de si Jesucristo comía o no comía, al igual que otras tantas borradas hoy, costó a la humanidad muchos miles de muertos.

La condición primera del buen hereje es, ya se sabe, haber pertenecido a la comunidad, por ello resulta aún más cruel, como en las guerras de religión, la lucha de la fe contra la fe, en la que Buñuel no parece tomar partido, aunque si parte.

Sobre todas estas cuestiones se podrían realizar -y de hecho se han realizado- multitud de filmes; Buñuel ha imaginado el suyo demasiado prolijo, a ratos desproporcionado, aunque nunca caiga en la trampa de fáciles recursos sicológicos. Es preciso aceptarlo como sus peregrinos aceptan cuanto les sucede, es decir, sin sorprendemos demasiado, como ante la doble imagen femenina de Ese oscuro objeto de deseo. A éstos también los olvidamos a ratos, arrastrados por sus hermanos de ficción, enfrascados en contar misterios o doctrinarias discusiones. Buñuel se sirve de ellos como meros instrumentos, los coloca junto a un Cristo convencional, pero vivo, o ante un heterodoxo muerto. Lo que sí se adivina a través de esta aventura es un Buñuel feliz, reencontrado en un tema a su medida, hereje también, original y extraordinario, en el que la ironía cabalga serenamente, lejos de la violencia habitual de sus primeros filmes, por los senderos de un humor casi ascético.

Es verdad que para seguir fielmente esta película se precisa un conocimiento poco habitual de los temas que trata, que hay un exceso de doctrina en esta Vía Láctea que sucede más allá de los Pirineos, mas para los seguidores del realizador es éste uno de sus momentos clave, algo que Pierre Billard definió en su día como un «western teológico, donde scheriffs mitrados imponen a golpe de báculo la vuelta al orden de las Sagradas Escrituras».

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