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La dictadura del hambre en Chile

El cuarto aniversario del golpe militar que derribó al régimen constitucional del presidente Allende ha caído sobre un país duramente castigado por una situación económica desastrosa. Finalizada la parte más visible y espectacular de la represión militar, con su secuela de muertos, encarcelados, exiliados y desaparecidos, hoy reina en Chile una aparente tranquilidad, encubridora de un estado de degradación económica que deja pequeñas cuantas imágenes puedan existir en el exterior sobre su brutal proceso de inflación. No es ninguna exageración afirmar que este país andino se encuentra bajo una situación de hambre física imposible de disimular.Se hacen muchas comparaciones entre la España de Franco y el Chile de Pinochet. Salvadas todas las distancias, hay cosas que, efectivamente, parecen calcadas, aunque con distintos plazos en el tiempo. La situación política de Chile, 1977, puede compararse a la de España a finales de la década de los sesenta. Por diferentes razones, todo aquel con quien he podido hablar en Chile se interesa profundamente por lo que ocurre en la España actual; las autoridades, por lo que pueda tener de ejemplo negativo para ellos; los que están opuestos al sistema, por el aliento que les proporciona la idealización de un proceso hacia la democracia como el español.

No hay, sin embargo, posibilidad alguna de comparación en lo que se refiere a la situación económica. El modelo chileno -que en definitiva se caracteriza por la ausencia de todo modelo-, pretende el funcionamiento de un esquema puro de economía de mercado, con absoluta libertad de competencia y un desarme arancelario casi completo frente al exterior. Ello proporciona posibilidades prácticamente ilimitadas de importaciones, sin protección a la economía chilena, imposibles de compensar en un país que apenas puede exportar otra cosa que cobre, y que no puede defender su precio en los mercados internacionales. Ni siquiera las facilidades dadas para la entrada de capital extranjero les ha dado los resultados apetecidos.

Lo más caro es comer

En Chile, los productos de primera necesidad cuestan una fortuna. El viajero observa, estupefacto, que una comida normal le cuesta en Santiago, cantidades superiores a Copenhague o Viena. Y sin embargo, los objetos suntuarios tienen precios perfectamente asequibles. Un par de zapatos de cuero malo y suelo de llanta de automóvil, en un puesto callejero, cuestan el doble que una bebida de buen whisky escocés. Chile importa coca-cola en lata, cuando tiene plantas embotelladoras de dicha bebida en su territorio; y también compra en el exterior chalets de madera, que son instalados en zonas madereras chilenas. El medio litro de leche diario que se daba a los niños en épocas de Allende, pasó a la historia.

Las calles de Santiago presentan, eso sí, un aspecto tranquilo y ordenado. El tráfico de automóviles, a diferencia de otras capitales de América Latina, no es intenso ni difícil. La gente camina por las calles apresuradamente; no se ven apenas grupos de amigos, ni parejas, ni personas que hablen en público. Hay pocas cafeterías, generalmente medio vacías, y los restaurantes constituyen uno de los espectáculos más desoladores que he visto en mi vida: instalaciones bastante pobres, precios altísimos, y en consecuencia, prácticamente todas las mesas vacías.

La población laboral de Chile apenas sobrepasa los tres millones de personas. De ellos, 1.200.000 personas ganan menos de 1.500 pesos (6.000 pesetas, al cambio vigente); unas 300.000 están acogidas al sistema de empleo mínimo, por el cual reciben un subsidio estatal de setecientos pesos (2.800 pesetas) a cambio de trabajar en la reparación de calles o caminos, etcétera, y de esa cantidad han de pagarse el transporte al lugar de trabajo y la comida que eventualmente consuman. Por si esto fuera poco, oficialmente se encuentra en paro total el 13 % de la población activa.

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Si relacionamos estos datos con el nivel de precios y el desorbitado crecimiento de la inflación, tendremos un cuadro aproximado de la situación de los diez millones de chilenos que quedan dentro de las fronteras del país (un millón -el 10 % de la población- se ha exiliado después del golpe militar de 1973). Las últimas disposiciones gubernamentales en esta materia han sido dejar en completa libertad los precios de la carne y de los colegios, ante tales medidas, incluso algún periódico de Santiago se ha atrevido a afirmar que ello puede ocasionar una debacle en los hogares chilenos.

La organización familiar, trastocada

Ni que decir tiene que la organización familiar ha quedado trastocada. Ahora es la madre la que, en muchos hogares, sale muy temprano de su casa para emplearse en trabajos domésticos y conseguir así algún dinero, mientras el padre y los hijos duermen todo lo posible para paliar la sensación de hambre. Muchas familias levantan a los niños de la cama al mediodía, para que vayan directamente a una de las instituciones dependientes de la Vicaría Católica de Solidaridad y reciban allí, al menos, una comida al día. Más de 30.000 niño, sobreviven en Santiago gracias al auxilio directo de la Vicaría, como ya quedó reflejado en una información anterior

Esta tremenda situación es lo más lacerante que hemos encontrado durante nuestra estancia en Chile, que por otra parte fue demasiado corta como para profundizar más. Existe una opinión desenfocada en España respecto a Chile, porque al evocar el país andino subsisten las imágenes; de los tanques y los campos de concentración; y esto no es lo más importante hoy, porque la labor de represión física ha tiempo que terminó, y lo que permanece es el prestigio de¡ terror y el completo dominio de los militares sobre el país. Lo más grave ahora es que, después de todo lo que en Chile ha ocurrido, el pueblo se encuentra sumido en una tenaza económica asfixiante.

Mientras tanto, la gente se interroga sobre cuál podía ser el motor de un cambio; la Junta Militar, por una parte, y los restos de la oposición, por otra, apenas tienen otro punto de referencia que las dificultades para un entendimiento entre la democracia cristiana y los partidos que integraron la Unidad Popular, así como la ambigua actitud de Norteamérica.

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