Los sueños telúricos de Ariadna
Si el sueño de una sombra es la vida del hombre, los sueños de Ariadna son la tragedia de un pueblo enloquecido. Y quizá en esa locura resida su razón. Los antiguos denominaron a este pedazo de tierra que llamamos España «luminosa estrella de la tarde». ¿Qué fue de esa luz fulgurante del ocaso? Un día, sin mañana, los hombres de ese país, decidieron arrojarse al infierno o al cielo de la muerte para acabar con sus discordias. Se inundó la tierra de sangre que no tenía otra culpabilidad que la de la inocencia.La humanidad, como la mujer, da a luz con sangre y dolor. Pero ¿y el fruto? Es el niño mongólico de Ariadna. Tiene razón Sender. .Todos los de aquella generación somos culpables. Unos por inocencia, por miedo, por vanidad, por hipocresía, por ambición. Otros porque les salieron afuera los instintos malvados que escondían dentro. Y asesinaron a sus hermanos, el pecado cainita, sin piedad y sin sentido.
Los cinco libros de Ariadna
Ramón J. Sender. Ediciones Destino. Barcelona, 1977.
Y lo más triste de todo es que cada uno, a su estilo, había inventado su verdad. Y nadie tiene la verdad -como dice Javier Baena, el marido de Ariadna-, sólo tenemos opiniones. Pero nuestras opiniones son irrefutables, dogmáticas, dionisíacas y fatales. Como el torero no le da otra salida al toro: o matarlo o ser muerto por él. Por eso es la fiesta nacional. Porque hay sangre, crueldad y fatalismo. Ahora y siempre en España la muerte se viste de carnaval. Hace siglos la Inquisición quemaba a los herejes, pero lo importante -recordaba Ortega- es que no había herejes importantes que quemar. Sender, a quien no vamos a descubrir ahora como un gran escritor y uno de nuestros mejores novelistas, con sus pinciladas maestras dibuja y pinta el cuadro de la llameante verbena trágica de nuestra guerra civil.
Mientras aquí, con un entusiasmo fanático y enfervorizado, se asesinaba, se violaba, se robaba, se ultrajaba a diestro y siniestro, el mundo sentía la irresistible fascinación de este país. Y vinieron de todas las latitudes del planeta a incorporarse a la descomunal batalla en la tierra de Don Quijote. Unos, a la fuerza: los moros del Rif, la Legión Cóndor, los Camisas Negras; otros, los voluntarios internacionales, porque querían hacer la gran revolución utópica y redentora.
¿Qué habría hecho don Alonso Quijano, el Bueno, eso, sencillamente bueno, si hubiese visto su patria invadida por tantos gigantes criminalmente enfurecidos y esos otros malandrines desalmados? Se lanzaría con ardor al combate por Ariadna y aun vencido, sería invencible, «pues no es justo que la flaqueza sea mengua de la verdad».
Las verdaderas razones de Ariadna nos van conquistando con su ternura de dulce mujer enamorada, con su arrebatada pasión de hembra, que es fuego que abrasa. Y con sus sueños y sus anhelos. Con sus contradicciones y sus quebrantos íntimos. Ama y cidia. Goza y sufre. Ríe sin alegría, como su pueblo sacrificado. En el entreacto, los títeres del carrousel se mueven al compás de la música macabra. El Braquetón, con sus medallas de viejo payaso. El Adalid, enorme bola de cera, con su mosca viuda, monstruo de otra galaxia. Natalio, el lucero del alba, que quería encontrar la fracción periódica pura de vida que había en la matriz de una mujer embarazada para asesinarla. Porque la vida es un laberinto informe y funesto para todos.
Javier Baena estaba convencido que los moruecos mataban por salvar sus privilegios, querían asegurar sus cuentas corrientes, sus dividendos, la mano de obra barata, los criados con salarios bajos. La necesidad es más eficaz que la idea y los cínicos son más agudos que los altruistas. Y los moscularis, brutales y estúpidos, como los curas trabucalres, consideraban desdeñable toda efusión sentimental.
Ariadna y Javier, que no creían en la guerra, sabían que mata ndo no se arregla nada. Y en su fondo intuían que, tarde o temprano, el matrimonio es la sepultura del amor. Probablemente el único interés del matrimonio es el adulterio. Como tal vez lo único interesante de la religión es la herejía, es decir, el pecado. No por el adulterio ni por el pecado en sí mismos, sino por la virginidad que hay en cualquier forma de abandono de la voluntad, en todas las cosas sin motivo ni objeto. Necesitamos esa virginidad para vigorizarnos y seguir viviendo. Para alimentar la sangre fresca de nuestro corazón. Sin eso no podríamos vivir. Ariadna, desesperada y en el verdadero estado de gracia de la mujer, cree que Dios es un enamorado incomprendido. Eternamente enamorado de todos y eternamente in.comprendido por todo el mundo. Los cinco libros de Ariadna nos recuerdan el fracaso de un pueblo en un momento de su historia. Un momento que puede serlo todo o que no es nada.
Dice Sender que en Ariadna no hay simbolismo ni mensaje oculto. Me permito contradecirle. En Ariadna hay una lección terrible que espeluzna; seríamos los seres más viles de la tierra si Ariadna tuviese que relatarnos, otra vez, sus sueños sin luz.
Babelia
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