Intelectuales de izquierda y organización de la cultura / y 2
Miembro del comité ejecutivo del PSUCEn Catalunya decimos con orgullo que la cultura catalana es una cultura de emancipación nacional; con ello expresamos el dinamismo que ha adquirido en su pertinaz y heroica lucha contra el intentó de genocidio cultural a que la sometió el franquismo. El fracaso de la dictadura en su proyecto destructor de la identidad nacional y de las aspiraciones democráticas de Catalunya es hoy evidente. Estamos a punto de lograr el restablecimiento de la Generalitat, que lógicamente ha de conducir a una plena normalización de la cultura catalana. Será el resultado de décadas de lucha, la resistencia cultural a la masificación cultural desidentificadora, dirigida persistentemente por el poder central, ha ido íntimamente ligada a la resistencia nacional de carácter democrático y progresista, tal como se ha podido comprobar en los resultados del 15 de junio.
El buen entendimiento de esta dimensión de la cultura catalana es previo a la hora de abordar hoy las relaciones culturales (y políticas) entre Catalunya y España, a la hora de plantear las nuevas orientaciones que exige el momento presente. Temo que fuera de Catalunya no se han llegado a calibrar suficientemente las consecuencias de la represión aplicada a nuestra cultura.
No se trata ahora de recordar hechos para reavivar resentimientos. Se trata simplemente de situar la historia -al igual que lo hacíamos en el artículo anterior- para que unos y otros orientemos nuestras futuras relaciones culturales de forma que situaciones semejantes sean irrepetibles. Pues la situación represiva sumariamente aludida condiciona todavía hoy las relaciones que analizamos; mientras cicatrizan las heridas, hay que tener sumo cuidado con ellas. Los catalanes estamos haciendo un esfuerzo efectivo para superar cierta tendencia reactiva -que al fin con duce al provincianismo- hacia la que podía habernos orientado nuestra lucha por la supervivencia, situando la cultura catalana -más allá del trágico episodio de estos cuarenta años- en su nivel de cultura crítica, universal, según responde.
Represión
En España debería haber una mayor sensibilidad por lo que el proceso de represión ha supuesto para los catalanes. El ejercicio es bastante sencillo que cualquier lector español imagine por un momento que le hubieran prohibido el uso público de su lengua materna y que hubiera vivido la sicosis de las consecuencias incluso de su uso Privado (por ejemplo, en la correspondencia, que se suponía violada dada la ausencia de elementales derechos humanos); que hubiera vivido en la calle y en los establecimientos escenas de insulto y vejación por hablar su lengua.
Toda consideración del tema cultural Catalunya-España debe partir, pues, de la previa, plena e insoslayable normalización lingüística y cultural de Catalunya, de la corrección de toda injusticia histórica, de la recuperación de los signos de identificación nacional.
A partir de aquí una política cultural catalana realmente democrática y avanzada debe proponerse -del mismo modo que la global del Estado español- incorporar activamente a la vida cultural a quienes han sido las principales víctimas de la aculturación propia del franquismo, es decir, a los trabajadores (especialmente los manuales), que han sido sistemáticamente marginados de las tareas culturales y que, a partir de ahora, han de participar plenamente en ellas. Dicho esto, en Catalunya, surge inmediatamente la cuestión migratoria, el hecho incontrovertible del elevado porcentaje de «nuevos catalanes», la mayoría de ellos castellanoparlantes, y a quienes toca hoy desempeñar los trabajos más duros.
Es sabido de todos que la infraestructura económica catalana, se basa en la fuerza de trabajo inmigrada. Sin esa base material, fundamentada en el esfuerzo de hombres expulsados de sus tierras por razones conocidas de. todos, Catalunya no podría afrontar ahora con la misma garantía algunos de sus proyectos culturales y políticos. El hecho de que la nacionalidad de recepción sea rica y evolucionada económica y socialmente, pero oprimida cultural y políticamente, mientras los trabajadores que han llegado a ella, originarios de otras culturas -ajenos a la política del Estado centralista e igualmente víctimas de él-, son explotados económica y socialmente, plantea problemas peculiares y agudos para la plena convivencia de autóctonos y «nuevos catalanes». La superación del lerrouxismo que de ahí puede desprenderse (y que así cuajó mediante maniobras políticas en otras épocas históricas) en las últimas elecciones del 15 de junio ha sido una victoria histórica fundamental de todos los catalanes, autóctonos e inmigrados. Esa victoria es resultado de una política inteligente en la que cuadros (políticos, sindicales de barrio, etcétera) inmigrados -en general muy concienciados políticamente- han jugado un papel esencial en el -marco de laorientación correcta trazada por los partidos catalanes democráticos y por las instancias unitarias catalanas en general.
Inmigración masiva
Más allá del episodio de las elecciones, la inmigración masiva de trabajadores procedentes de otras regrones y nacionalidades de España plantea problemas culturales. específicos, de urgente resolución. En el proceso actual constatamos que, pése a las dificultades apuntadas y a los graves problemas sociales señalados, Catalunya ha conservado con tal fuerza su identidad y su capacidad asimiladora que es capaz de ejercer sobre los inmigrantes la atracción y el impulso integrador propio de una «patria de'adopción». Naturalmente, se trata de una integración voluntaria y no de una asimilación forzosa. Este proceso requiere tiempo y un cambio de mentalidad cultural; lo que en otra ocasión he denominado, sin considerarlo exagerado, proceso de conversión cultural a la catalanidad, es decir, a una nueva identidad asumida mediánte un proceso de reconocimiento histórico. Ahora bien, es obvio que la integración de los inmigrantes, además de no ser automática, no se puede erigir en un principio absoluto.
En efecto, a la hora de abordar la cuestión de la lengua -problema del bilíngüismo- y de la cultura en general partimos del principio de que los inmigrantes tienen pleno derecho al desarrollo de su lengua y de su cultura; su integración en la nacionalidad de adopción debe hacerse de modo que hallen oportunidad de promocionarse culturalmente a partir de sus propios presupuestos culturales, en un proceso de pleno respeto a lasdiversas trayectorias personales.
Ya la Generalitat, durante la Segunda República, hubo de enfrentarse con este problema. Y lo hizo con pleno sentido de la responsabilidad política, respeto por las dos lenguas, por las dos culturas, con honda formulación democrática. Igual que entonces, el planteamiento actual de Catalunya sigue perspectivas y orientaciones de plena normalización de la lengua materna (catalana,y castellana) en la enseñanza; «trauna y otra dentro de la misma escuela, conducían al conocimiento de las dos lenguas por parte de todos los niños y a la recuperación real de la lengua catalana como lengua propia de Catalunya», ha precisado Marta Mata. Este proceso de normalización lingüística y cultural ha de hacerse en el marco de recuperación general de la identidad catalana y de sus instrumentos culturales (prensa, radio TV, universidad, instituciones culturales públicas o privadas, etcétera).
Considero que a partir de tales planteamientos la relación entre las dos culturas adquirirá plena normalidad, contará con bases sólidas para la comunicación intensa y fraternal que corresponde al presente momento histórico. En efecto, esta actitud autocrítica, respetuosa y solidaria que surge ya con grandeza de ánimo entre amplísimos sectores catalanes cuando las heridas están todavía a flor de piel, cuando todavía no hemos logrado la plena normalización cultural, requiere ya hoy una respuesta «simétrica», avanzada, progresiva, por parte de instituciones y ambientes culturales españoles. Me explico.
Bilingüismo
Manuel Azcárate, con un optimismo que por el momento me resulta difícil compartir, me comentaba hace ya algunos meses que en un período razonable de unos cinco-ocho años elcatalán sería en España la segunda lengua del mundo de habla castellana. «Toda persona culta tendrá el catalán como segundo idioma en España; al menos, tendrá que leerlo», precisaba. Ojalá el futuro le dé la razón. Pero esta hipótesis no es una cuestión de azar; exige una política cultural acorde con la cultura catalana y con el fenóme no del bilingüismo vivido en Catalunya al que nos hemos referido, aplicada no sólo en ésta, sino en toda España. Es decir, la estructura escolar y universitaria, toda la arquitectura cultural española debería considerar la lengua y la cultura catalana -si se desea lograr aquel objetivo- no como algo exótico que se desarrolla junto a la placidez mediterránea, suave o tensamente, según los períodos históricos, sino como cultura hermana, como elemento-sustantivo de la realidad plurinacional que conforma el Estado español. Adoptándose las medidas consecuentes con esta considera ción. La organización de la cultura vista desde Catalunya en una perspectiva progresista tiene también delante, pues, este problema: estructurarse de modo que la distancia y el alejamiento existente entre las diversas culturas nacionales -resultado de la negra historia recién vivida- se vaya reduciendo, de modo que el mutuo conocimiento se acentúe; que la historia de Catalunya sea narrada tal como ha sido en Madrid, Sevilla o Salamanca, y que, a su vez, el ciatalán sea más proclive de lo que ha sido hasta hoy a, conocer las realidades que transcurren más allá del Ebro. Que unos y otros, cuando pueden hacerlo, además de viajar a París, Roma y Londres, se hallen más disponibles para utilizar en ambos sentidos el consumista «puente aéreo» y otras líneas intenores concebidas para la resolución de la actividad «managerial», pero que puede transformarse también en vehículo de aproximación cultural. Que en este proceso, y a la vista de las necesidades populares, la cuestión migratoria sea «eje» de ósmosis cultural y no de enfrentamientos primarios. Que las dos culturas hermanas lo sean en equidad de relación; mientras haya discriminaciones, injusticias o actitudes despectivas, habrá tensión.
Las dos culturas
La política cultural a realizar en Catalunya corresponderá a la Generalitat, por supuesto. Los catalanes nos sentimos hoy orgullosos de que entre nuestros diputados y senadores se da un elevado porcentaje de hombres de cultura, la mayoría de ellos hombres de izquierda, pertinaces defensores de las libertades nacionales y democráticas. Por ello esperamos la pronta instauración de una política cultural catalana progresista y eficiente, orientada a la elevación de la cultura de nuestro pueblo -autóctono e inmigrado-, así como a impulsar las mejores tradiciones creadoras .Propias de nuestra historia.
A partir de ahí trabajaremos para acercar los dos mundos, las dos culturas que ya están en estrecha convivencia; ésta no puede transformarse en mero coexistir entre quienes se consideran mutuamente abocados «por desgracia» a un destino común. En un proceso de normalización democrática podemos esperar que el progreso de cada cultura abrirá nuevas posibilidadeés a la otra.
Para lograr estos objetivos es necesario que dejemos de ser «lo que el franquismo ha hecho de nosotros», superando mezquindades, empezando a ser anticipadamente proyectos de «hombres nuevos» plenos de generosidad, aninésicos de cuentas pasadas, sí, «hombres nuevos», pese a la mediocridad con que nos rodea la reforma. Para lograr así nosotros el «milagro» que Albert Camus no veía posible cuando, al acabar la segunda,guerra mundial, gritó hacia toda Europa: «En los tiempos que vivimos, el amor es imposible y la justicia no basta.»
Postscriptum. No he hablado de los otros dos idiomas, vasco y gallego. Imagino que en un futuro Estado federal podemos aspirar a resolver el conflicto lingüístico de forma coherente y estabilizadora estableciendo un régimen de cooficialidad a nivel federal según los modelos de Suiza o Yugoslavia, por ejemplo, con tres lenguas como cooficiales en todo el territorio y en la que cada una es la oficial dentro del propio territorio lingüístico. Pero además de la solución justa, con letra jurídica, será necesario el espíritu reclamado por Camus.
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