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Las Torres de Jerez

Vuelvo de Barcelona, donde'el doctor Muiños, con otros sabios doctores, me da bálsamo y cuido para los ojos (como en Madrid el doctor García Alix, yerno de mi querido Pérez Ferrero, médico sabio y sepcillo), vuelvo de Barcelona y lo primero que veo son las Torres de Colón transubstanciadas en giraldas o giraldillas horteras, falsas y bancarias.-Serán mis pobres ojos -me digo- Esto no puede ser.

Y recuerdo que Juan Ramón veía la torre mozárabe y minima de su pueblo como una Giralda vista de lejos. Ni de lejos ni de cerca. Aquí ha cambiado algo. Y lo que ha cambiado es que Rumasa ha comprado las Torres de Colón, y como Rumasa tiene alma de Lola Flores, ahora las ha llamado -ya para siempreTorres de Jerez.

Rumasa es una Lola Flores con farale financlero y sin genio. ¿Hasta dónde llega la cola de la bata de cola financlera de Rumasa? No hay un dios que lo sepa. Pero de momento le han puesto a la plaza del Descubrimiento lo que le faltaba: dos giraldillas de nombre, que le va como un insulto a esos dos rascacielos -rascalechés, decía Miguel Hernández-, a esas dos torres feas y unánimes. Los hermanos Ruiz-Mateos, cuando se ponen en Hermanos Quintero, tienen estos hallazgos. Muy bueno lo vuestro, tíos.

La nueva plaza del Descubrimiento, con unas cosas y con otras, se está convirtiendo en el museo involuntario de los horrores del posfranquismo. Al queso imperial en porciones fermentado por Vaquero Turcios le han añadido, de costadillo, la nota folklórica y sureña de las Torres de Jerez. Siempre pasaba igual con la dictadura: que cada realización monumental del Régimen se coronaba y decoraba con el nardo folklórico del árabe español. Así la Clínica de la Paz, donde estuvo un tiempo mi amigo el abrecoches, poniéndole al colosalismo caótico de la fábrica la nota delicada, marginal y arabigooandaluza de su tercermundismo Se amputado con un clavel en el muñón.

Es lo que ha pasado con un buen vinojerezano -me parece que jerezano, porque yo no soy entendido en vinos ni en casi nada, pero tengo que preguntarle a Víctor de la Serna-, que lo han estropeado y adulterado para vender más cantidad, y ahora se gastan unas buenas púas en publicidad para cantar las excelencias de un caldo que ya no es el mismo, de un caldo que ahora está caldorro. Alfonso López-Gradoli, fino escritor y poeta valenciano, me cuenta mientras me lleva a casa en su coche:

- Pues ahora estoy escribiendo un artículo sobre un vino, para un concurso.

Me parece bien. Uno también ha vivido del artículo de concurso, cuando ha hecho falta, y mi gran frustración profesional, una fijación que tengo, o sea un trauma, es no haber ganado nunca el concurso de artículos al ajo de Pedroñeras, que lo ganaba todos los años Tico Medina, quien por estos y otros sobrados méritos está ahora en México de corresponsal de la Teleansón esa.

Ni el Nadal ni el Nobel ni nada. Yo lo que quiero es el premio al ajo de Pedroñeras. Eso la gloria. La gloria siempre ha sido una cosa pedroñera. Espero que los hermanos Ruiz-Mateos convoquen un concurso literario en torno las Torres de Jerez, antes de Colón, antes palacio de Medinaceli o cosa así, antes gloria arquitectónica de Madrid, hoy rascaleches.

En su desmadre nominativo, los hermanos Ruiz-Mateos han puesto, junto a la Rurrasa de la plaza de Colón o como rayos se llame ahora, una Rumasina. Lo de Rumasa Rumasina me suena un poco como Medina Medinilla aquel clásico del que nos daba amenas leccion el maestro Gerardo en el café Gijón, cuando plaza de Colón era todavía tal, llena de palacios y dignidad, que antes salías del café y te encontrabas en Madrid, pero ahora sales y te encuentras en Chicago. Pero un Chicago hecho a medias entre Vaquero Turcios, Mariano Amaya los hermanos Ruiz-Mateos. Una parida.

Las nuevas Torres de Jerez, pues, no son alucinación de mi vista herida, sino el nombre que le ha puesto Rumasa a su nueva adquisición dándole así un feo calado neomudéjar sombrío hormigón aglomerado de la doble fábrica. Y venía yo de gozar una vez más el urbanismo catalán. Si lo sé no vuelvo.

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