Los amigos
Cuando los tiempos de Hermano Lobo, una revista que murió de inteligente que era, yo tenía, entre otros muchos (Chumy, Vicent, Ops, Ramón), dos amigos golfos que ahora me vuelven y se me representan ambos en un día: Carlos Luis Alvarez y Jimmy Giménez-Arnau. El más lúcido y el más loco. El más elocuente y el más desgarrado. El bueno y el malo, pero a días. Porque otros días eran a la viceversa. En Hermano Lobo, que era mucho más que una revista, pasaban cosas como ésta. Un día me dice una respetuosa:-No me pongo minifarda porque se me ve el chumy chúmez.
Cuando se lo conté a Chumy Chúmez, con mayúsculas, le hice absolutamente feliz. Alguien le dijo:
-Eso es la gloria. Enhorabuena. y él:
-Me das la enhorabuena como si mi hijo hubiese hecho la primera comunión.
Bueno, pues ahora a Carlos Luis le han dado el Mariano de Cavia y a Jimmy le han dado una nieta de Franco. Como ustedes lo oyen, mis queridos caraqueños. O sea, dos golfos que se me integran en un solo día, dos flores del mal que se me van con la princesa altiva. Carlos Luis (nunca ha acabado de gustarme lo de Cándido, como no acaba de gustarme lo de Fígaro en Larra) es una inteligencia luminosa y sinuosa a la par, es una ternura asturiana y una humildad de hombre bajo que se sabe importante. Carlos Luis alcanza en cada columna la frigidez mental partiendo de la ternura vital, al contrario de muchos zurupetos que fingen una prosa orgásmica a partir de su natural frigidez. Carlos Luis forma entre los tres o cuatro lanceros bengalíes del nuevo periodismo de Tom Wolfe, pero a la española. Y en ese comando podría estar Jimmy Giménez-Arnau si la vida no nos le hubiese arrebatado de las manos hacia la aventura, hacia la droga, hacia la novela, hacia las mujeres y hacia si mismo.
Ahora -iay!- a Jimmy, recuperado ya como Joaquín para el protocolo, me lo casan con María del Mar Martínez-Bordiú, y yo me alegro porque la chica es guapa y porque el ácrata Jimmy tenía que acabar haciendo una cosa así de surrealista. En su Fauna ibérica sin peligro, de Hermano Lobo, era él el único ejemplar que faltaba. Y el más valioso.
He escrito aquí hace poco sobre la otra nieta de Franco, la mayor, María del Carmen, y de su ostensible curiosidad por conocer a Felipe González en el Palacio Real. La segunda, Mariola, se casó con un chico de familia republicana, y la tercera, María del Mar, se casa con el sobrino golfo de los grandes golfos literarios y humorísticos de los años setenta. De nada vale a la larga, señor marqués, haber sido la familia modelo continuadora de la otra familia modelo, porque al final las niñas se descarrían en boda y con Jimmy entra en el Pazo la acracia feliz de ahora mismo, el inventor de El Indiscreto Semanal, el periodista más respingón y violento de las últimas promociones, un tipo que siempre procuró ser el último de su promoción, como Fraga, pero a la viceversa.
Un día, Jimmy se me aparecía con una novela:
-Que me presento al Nadal, macho.
Otro día, Jimmy se me aparecía con una moza importante. Un día, Carlos Luis se me presentaba con Un periodista en la dictadura, y otros con una raqueta de tenis para enseñarme a jugar. Ahora, uno se me casa y otro se me encampana con el premio Mariano de Cavia. ¿Qué hago yo aquí, en mitad de la calle, sin premios y sin novias? La nieta de Franco contrae delicadas nupcias con el delfín dopado y listo de la acracia callejera de Madrid. De aquella juventud española, descendiente de Fernando y de Isabel, no queda nada. Los genios acaban siendo geniales. Pierdo en un día dos compañeros de farra, pero me alegro por don Mariano de Cavia, por la muerte de la dictadura en el seno de la familia del dictador y porque yo sigo aquí, dueño de la media tarde, de la media noche, viendo venir a los nuevos golfos. Alas nuevas golfas.
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