Los rodajes del franquismo
Cuarenta años de régimen absoluto y secreto, sin aparentes fisuras, con manejo total de los instrumentos de poder; ninguna frontera en la arbitrariedad; mordaza implacable en las manifestaciones de la opinión pública y disponibilidad ¡limitada de vidas, haciendas y honor de los ciudadanos, son muchos años para no dejar una densa capa de sedimentos imposibles de digerir de un golpe a fuerza de decretos. El franquismo se halla intacto todavía en muchos de sus rodajes esenciales, aunque el tono oficial y el programa de gobierno lo haya superado en buena medida. Esta supervivencia de la dictadura puede comprobarse cotidianamente en muchos detalles, unos bien conocidos del gran público. Otros, sorprendentemente, mantenidos en el círculo de los iniciados. Veamos algunos ejemplos.La intromisión en la vida privada
Recientemente se ha puesto en claro, a través de casos aislados de provincias, la censura impuesta a las correspondencias de personas por simples motivos de supuesta filiación política. No se trata de medidas de cautelar vigilancia sobre delincuentes habituales o posibles agentes de potencias extranjeras que pudieran realizar trabajos contra la seguridad nacional. Se trata, sencillamente, de ciudadanos cuya opinión y tendencia no coinciden con el franquismo predominante. Con ello entran en la categoría de personajes sospechosos y son sometidos a registro postal.
Lo interesante de los casos denunciados -tres capitales de provincia entre las cincuenta- estaba precisamente en la identidad de los censores, que eran siempre altos jerarcas de los grupos de acción de la derecha franquista, que acumulaban pruebas contra los «enemigos», listos para la próxima delación. Esta gestapo de la correspondencia, ¿ha terminado, o sigue practicándose? Quizá continúe en plena vigencia. La sensación de estar defendiendo una causa perdida hace que los celosos lectores de cartas ajenas extremen su trabajo, por considerarlo más valioso en los tiempos que corren. Nunca fue la PIDE tan activa en Portugal como en los últimos meses del caetanismo, cuando faltaban pocas semanas para que desapareciese su archivo y huyesen sus integrantes.
Escuchas y escuchones.
Otra lacra del próximo pasado fue, junto al gran número de soplones en nómina, el divertido sistema de las escuchas, y más concretamente, de las escuchas telefónicas. Para nadie es un secreto que hay habitualmente unos miles de teléfonos conectados a las tablas de escucha. No son, como pudiera creerse, los de peligrosos terroristas internacionales, o traficantes de droga, o atracadores en ciernes. Se trata aquí, en primer lugar, de la clase política, como tal, de los más diversos matices y colores; de periodistas, escritores, comentaristas o, simplemente, de gentes de notoriedad. Extiéndese la red a familiares, amigos o personas allegadas y de intimidad de los aludidos. Los métodos auditivos, artesanales en los primeros años del franquisino, han ido mejorando técnicamente con las aportaciones electrónicas, y aunque las instalaciones dejan todavía mucho que desear en orden a la perturbación sonora que causan en los aparatos vigilados y que a veces reducen el tono de las conversaciones a niveles inaudibles o provocan el corte brusco de la comunicación, la recogida del material se hace de forma automática en las cassettes correspondientes, que luego sirven de base para los informes personales. Puede afirmarse, sin temor a ser desmentido, que toda la clase política se halla hoy en cinta. En cinta magnetofónica, queremos decir.
Lo pintoresco del caso no es tanto el sistema de invasión total de la vida privada, establecido por la dictadura, sino la irresistible indiscreción que ello produce en algunos de los escuchones. La primera de las condiciones del sistema de espionaje auditivo es, obviamente, la implacable prudencia del que mete la oreja, y ello, sobre todo, a niveles supenores. Pero la fuerte inclinación del celtíbero, a hozar en las vidas del prójimo es, por lo visto, irresistible. Ministro hubo, según testimonios fidedignos, que durante el franquismo se hacía pasar en su despacho, durante horas, las cintas magnetofónicas obtenidas de este y aquel personaje -incluidos, por supuesto, colegas del Gabinete- con la fruición de quien se hace proyectar a domicilio unos cuantos pornofilmes capaces de compensar eróticamente sus ansias frustradas.
Pues bien, esa verborrea pierde con frecuencia a los grandes directores de orquesta de las cintas. Una frase colérica, una alusión transparente, un dato decisivo, hacen saltar la muralla del secreto, revelando la existencia de esta práctica, típica del sistema totalitario. Entramos aquí en un dominio que empieza en Simenón y acaba en Kafka o en Orwell. En el fondo, la pasión hispana lo destripa y desorbita todo, volviéndose contra el sistema mismo. ¡Pero qué gran vergüenza nacional la de los que escuchan conversaciones anodinas pero nunca quisieron enterarse de los niveles intolerables de su propia y reiterada corrupción!
Los «dossiers»
Es otra de Ias enfermedades del franquismo. ¡ Los dossiers! Vocablo mágico. Todo el mundo tiene dossiers sobre todo el mundo. El día que se sepa... El día que se digia...Tremendas amenazas y revelaciones, como una bandada de buitres que se hallan a punto de descender desde las alturas para caer sobre los dirigentes más insospechados. Cuarenta años de delaciones, de escuchas, de micrófonos, de registros domiciliarios, de correspondencias abiertas, de filmes a distancia, de miles de millones gastados a porfía para delicia y solaz de hampones y aventureros, solícitos en obtener informes imaginarios que gustaran en los Gabinetes que los encargaban, han procurado un fárrago increíble de datos, en su mayor parte falsificados e inventados, que se apilan en determinados archivos listos para su utilización. Por supuesto, se puede siempre atribuir esos dossiers a las extremas: a la extrema derecha o a la extrema izquierda, sin perjuicio de su origen verdadero. Pero son como almacenes de bombas y proyectiles, sin espoleta o detonador actuales, porque ya no está la sociedad para estas bromas que en los años cuarenta sirvieron para montar, por ejemplo, un increíble dossier con las supuestas reuniones mensuales de un comité masónico universal que tenía lugar en Lisboa, y en el que se decidía nada menos que el destino de la política internacional. Los nombres pintorescos de los personajes españoles de la época y su actitud favorable o desfavorable a los planes maquiavélicos de la secta eran algo que haría desternillarse de risa, y si algún día se publican, harán la delicia de los hurnoristas. Fueron estos dossiers documentos importantes en su tiempo y, por supuesto, se comentaron y discutieron más de una vez en los Consejos de Ministros de El Pardo, aunque ello parezca inverosímil. Pero hoy la conciencia crítica de la comunidad española sabe perfectamente a qué atenerse. Aquí no hay más dossiers que los que todo el mundo conoce de oídas, pero que nunca se han esclarecido. No sabemos si se pondrán en marcha los falsos dossiers del franquismo acumulados durante tantos años de manejo abusivo de los resortes de poder. Lo que sí sabemos es lo que ocurrirá cuando salga el primero: la veda se levantará y el proceso del franquismo económico se pondrá en marcha hasta las últimas consecuencias. Porque no es sólo el conjunto de los grandes escándalos el que se tratará de esclarecer, sino otro mundo más sutil y escondido de favores, adjudicaciones, privilegios, ventajas, monopolios, licencias, ordenanzas, créditos, facilidades, comisiones, hombres de paja, coacciones rescatables con remuneración, parentescos lucrativos, operaciones comerciales con fines sobrenaturales y santuarios que huelen a café. ¡Cuarenta años de dossiers! La enciclopedia en fascículos de la corrupción. ¿Será posible que quieran esto los que todavía en su orgullo tratan de erigirse en jueces? Sí. Los rodajes del franquismo se hallan en gran medida vigentes, porque su inercia y la de los gigantescos intereses en que se apoyan son considerables. Pero es preciso denunciar ese peligro para que no contagie con sus larvas venenosas la democracia que va a nacer. Enterremos el pasado dignamente, sin rencor, y dejemos a los historiadores hacer el balance sereno e imparcial de este capítulo de nuestra historia que se llama el franquismo.
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