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Los escasos ejemplos de la memoria urbana

La increíble demolición nocturna de la gasolinera de Alberto Aguilera, del arquitecto Casto Fernández Shaw, ya recogida y denunciada en su momento, obliga una vez más a la redacción de una nota necrológico-urbanística, en la que, como es de rigor, se enumeran las excelencias del muerto cuando ya nada se puede hacer. Ante las diversas formas de destrucción de los cada vez más escasos ejemplos de nuestra memoria urbana -conato de demolición, demolición en primer grado, demolición con piqueta o dinamita, demolición con licencia o por las buenas, demolición nocturna...- hablamos de nuestros hitos modernos entre la angustia de la amenaza de desaparición o el luto de la desaparición real.Un aspecto que no debemos olvidar ante esta situación es la no asimilación colectiva de la importancia de esos elementos urbanos; si en buena medida se debe a que el proceso de formación de la ciudad impide a grandes sectores considerarla como su ciudad, en otro sentido responde a que los patrones culturales al uso no han integrado estos productos y lo que significan. Por ello, tanto su defensa como su elegía suenan a lenguaje para iniciados. Ni la escala -lejos, en general, de lo monumental- ni los temas -demasiado empíricos y cotidianos- ni la época -demasiado próxima y viva para una cultura que teme o ignora sus más firmes raíces- favorecen la defensa de mercados, gasolineras o viaductos, por muy racionalistas o expresionistas que sean. Por ello, la ineludible instrumntalización legal de defensa debe completarse con unos mecanismos de difusión de la cultura urbana, hay que hablar de nuestra arquitectura digna de conservación antes de que esté amenazada o derribada. Tienen que acabar la angustia y la necrología urbana; pero si, lamentablemente, no acabaran, debemos sentirlo todos y no llorar sólo unos cuantos enterados.

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Realidad arquitectónica y simbología imperial

La desaparecida gasolinera contituía una de las obras pioneras de la arquitectura moderna en España. Fue construida por Fernández Shaw en 1927, para la sociedad Petróleo Porto Pi, creada por Juan March en 1925 en virtud de una especial modificación arancelaria que permitió la importación de petróleo ruso, aunque la posterior creación de la CAMPSA liquidó el negocio.

El año 1927 figura como el del alumbramiento de la renovación de nuestra arquitectura, a través de tres obras: la casa del marqués de Villora, de Rafael Bergamín; el Rincón de Goya, en Zaragoza, de Fernando García Mercadal, y la desaparecida gasolinera. Aunque este triángulo pionero arranca en Madrid, la renovación no encontraría en Madrid su centro. El protagonismo indudable correspondió al racionalismo, que se estructuró el 1930 alrededor del Grupo de Artistas y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea (GATEPAC), pero en la práctica quedó protagonizada por el grupo catalán (GATCPAC) como actuación colectiva, alrededor de José Luis Sert, con la prolongación del Grupo Norte, en San Sebastián. La trayectoria de estos años decisivos se ha articulado alrededor de la vanguardia operativa, los racionalistas marginales que confluyeron esporádicamente en los planteamientos racionalistas, y los expresionistas funcionales cuyo distanciamiento fue mayor.

Una actitud imaginativa

La figura y la obra de Fernández Shaw encaja radicalmente en la última actitud. Si la vanguardia racionalista encara un compromiso de intervención colectiva, una acción de grupo y una tensión polémica en las propuestas, Fernández Shaw se manifestó a través de una actitud imaginativa y descomprometida culturalmente, lo que constituye la cara y cruz de los expresionistas: la libertad y el conformismo social. La particular carga personal de su obra permite clasificarle, como ha hecho Fullaondo, como arquitecto futurista, «romántico y evocador, nebuloso y místico».

Los parámetros de su obra oscilaron entre los valores expresionistas -entendimiento de las posibilidades complejas de la forma y la técnica, defensa de relaciones insólitas frente a lo catalogado (el tipo y la norma)- y la atracción por un funcionalismo tecnológico, derivado de sus reconocidos contactos con el mundo de la ingeniería. En un coloquio entre los tres pioneros de 1927, Fernández Shaw manifestaba su interés por la estructura y las formas aerodinámicas e hidrodinámicas; no era, pues, extraño que en la Esposición de Artes Decorativas de París de 1925, su interés se centrara en el pabellón ruso de Melnikov, fusión de imaginación y técnica.

Estas condiciones de su obra le llevan a dos situaciones profesionales opuestas: el refugio en una arquitectura utópica, jamás realizada (análoga a la cardboard architecture de la actual vanguardia americana más provocativa), y, por el contrario, la renuncia a muchas premisas en su obra concreta, según la evolución señalada en los arquitectos expresionistas, lo que podría llamarse «desmayo pragmático». En cierto modo, la gasolinera equilibra las actitudes de un planteamiento a la vez razonable y renovador, dentro de una escala de proyecto no monumental.

Con la gasolinera, en resumen, muere una obra pionera, pero que por las circunstancias apuntadas brevemente no tendría una continuidad coherente. La continuidad la desarrollarían otros en otros lugares. Los factores libertad-compromiso, provocación-aceptación, individuo-grupo, técnica-forma exigían otros planteamientos donde los segundos términos fueran más valorados.

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