Elegía por los hijos de Kennedy
Es una elegía. Una serena, doliente y conmovedora elegía. Un grito de desesperación ante el recuerdo del paraíso perdido, las ilusiones rotas, la frustración y la memoria de tantas y tantas esperanzas esterilmente movilizadas. Es la gran necrológica de la generación americana de los años sesenta. Es la memoria acusatoria pero piadosa, serenada pero no arrepentida, de un participante de aquella esperanza de entonces y esta desesperanza de hoy. Robert Patrick, miembro ilusionado de las corrientes morales, políticas, sociales y culturales que generó la famosísima etapa de los mil días de gobierno de John F. Kennedy, reflexiona desgarradoramente sobre el gran relampagueo norteamericano de una década que sonó con la moral, la alegría, la inteligencia y la juventud.La mecánica formal e irrepetible de Patrick encierra en un bar de la ciudad a cinco seres humanos que en la lluviosa noche de Nueva York, servidos por un solícito barman y acunados por un piano suave, evocan y juzgan sus memorias del tiempo pasado. Estos seres humanoscoinciden, sin comunicarse, en desnudar el catálogo de sus sueños. El enorme talento de Patrick los hace altamente representativos de millones de otros seres. El soberbio texto teatral configura cinco monólogos paralelos y entreverados que recorren espectralmente el abanico de las ilusiones desaparecidas. Reales, humanísimos, angustiados y pasados por un microscopio de alta amplificación, los cinco personajes exponen el drama completo de una generación que Patrick deja flotar como ateridos sonámbulos. Pocumentalmente -Patrick utiliza una técnica que tanto tiene del psicodrama como del teatro-documento-, se desvelan ante, los mudos espectadores la tragedia del soldado enloquecido en la guerra asiática, la amarga tristeza de la estudiante protestataria, drogadicta y hippy, el cándido enamoramiento de la secretaria pasmada ante el presidente asesinado, el hundimiento de la muchacha prostituida por el sueño del relevo de Marylin Monroe, el aplastamiento del marginado que intentó escapar por los caminos neoculturales... Todo un abanico de pobres mesías derrumbados y de sus breves esperanzas sociales, estéticas y políticas, tan duramente segadas. Un teatro negro convertido en pura belleza.
Los hijos de Keneddy
de Robert Patrick. Versión y adaptación: José María Pou. Dirección:, Angel García Moreno. Escenografía y vestuario: Juan Antonio Cidrón. Intérpretes: María Luisa Merlo, Marisa de Leza, Gemma Cuervo, Amadeo Sans, Angel René, Pedro Civera, Francisco Valladares.
Y una noche en que sucedió un pequeño milagro: al admirable texto se unieron unos grandísimos actores y un excepcional director. Es muy curiosa la coincidencia. Sediría que.al «examen de conciencia» de Patrick se ha querido sumar una revisión de algunos de nues tros modos teatrales. Y así los actores ponderaron la intensidad naturalista de sus interpretaciones con un serio análisis en profundidad de los tipos: María Luisa Merlo con virtió su personaje en pura transparencia; Gemma Cuervo perdió su hieratismo en aras de una interpretación temblorosa y destructora; Marisa de Leza pro fundizó en unas vivencias de per fecta organicidad; Valladares flotó como el alma penante que le co rrespondía, y Pedro Civera fue un prodigio de sarcasmo y dolor. Bien saben ellos lo que hicieron, constantemente interrumpidos por las ovaciones de la sala. Había dos personajes más en escena: El barman -Amadeo Sans-, construido con infinita delicadeza, y el pianista -Angel René-, incorporado a un equilibrio entre la rememoración y la nostalgia. Yo diría, también, que el director, Angel García Moreno, podría ser tomado como un personaje más. Su dirección resume igualmente una época, la valora, la juzga, la entresaca, elimina lo despre ciable y, sencillamente, como Patrick, pone orden en los tan desmadrados espacios escénicos. No es nada frecuente entre nosotros ese. ajuste entre la propuesta y la reali zación. Creo que con Los hijos de Kennedy ha nacido un enorme di rector teatral a, quien no va a ser fácil desviar hacia las gratuidades, los epatamientos o las copias ba nales. Este hombre nos hace mucha falta y nos llega en muy buen momento. Su dirección es como un vendaval que limpia tanta petulante chatarra como nos rodea. Ya dije, allá por los finales, de año, que ésta me parecía una temporada expiatoria. Lo sigo creyendo. Hemos revisado muchos textos. Ahora pa rece tocarles a lo montajes. Mi aplauso fervoroso está hoy con todos, absolutamente todos cuantos integran Los hijos de Kennedy. La verdad es que a esto es a lo que yo, con muchísimo gusto, le llamo una «creación colectiva».
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