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Ford se despide pidiendo el aumento de los gastos militares

Con la voz quebrada y sin que pudiera, en algunos momentos, controlar sus lágrimas, el presidente Gerald Ford se despidió ayer del pueblo norteamericano y del Congreso, en el que trabajó durante veinticinco años, tras hacer un balance de su estancia en la Casa Blanca y declarar que el estado de la Unión es bueno.

En su última aparición pública como protagonista, Ford leyó ante la Cámara de Representantes el tradicional discurso sobre el estado de la Unión, que todos los presidentes pronuncian, anualmente, según lo dispuesto en el artículo segundo de la Constitución.En enero de 1975, cinco meses después de que sustituyera a Richard Nixon en la presidencia, Ford dijo que el estado del país no era bueno; un año después declaró que era mejor, pero no suficientemente bueno; y ayer puso fin prácticamente a sus veintinueve meses en la Casa Blanca calificando de bueno el estado de la nación.

Frente a los que opinan que el periodo Ford fue solamente un interregno entre dos presidencias importantes, la de Nixon y la de Carter, el presidente saliente intentó presentar su administración como crucial para el país, y afirmó que su gran logro había sido restaurar la confianza del pueblo americano en la presidencia, en nuestro sistema libre y en nuestro futuro.

Es evidente que la presencia de Ford en la Casa Blanca durante más de dos años contribuyó a normalizar al país, tras los traumas de Vietnam y Watergate. Sin embargo, el presidente cesante no consiguió prolongar por otros cuatro años la administración republicana, ni revalidar en las urnas el puesto que le dieron las circunstancias. Su decisión más polémica, el perdón concedido a Nixon, seguramente influyó en la derrota de Ford en las elecciones de noviembre.

Además de recordar sus éxitos en materia económica y lamentar el alto porcentaje de desempleo que deja como herencia a su sucesor, Ford advirtió en su discurso sobre los peligros que podría significar un debilitamiento de la potencia militar norteamericana. Sólo seremos los primeros en la paz si no somos nunca los segundos en defensa, dijo.

A la vez que expresaba su confianza en un pronto acuerdo de limitación de armas atómicas con la URSS, el presidente saliente propugnó el mantenimiento de la carrera armamentista y concretamente pidió la aprobación por el Congreso de dos programas militares: el del bombardero supersónico B-1 y el del submarino nuclear Trident.

Para los demócratas, esta apelación pública de Ford al pueblo norteamericano en favor del mantenimiento, o incluso incremento del presupuesto bélico, supone una seria complicación, a sólo una semana de su llegada al poder con un programa, en el que se anuncia un recorte de dicho presupuesto por valor de 5 a 7.000 millones de dólares.

No es éste, desde luego, el único problema que está creando Ford a los demócratas. A medida que se acerca la hora de abandonar la Casa Blanca, al presidente saliente parece incrementársele la capacidad de iniciativa. Los nombramientos de cuatro nuevos embajadores, el anuncio del fin del control de los precios de la gasolina, la propuesta de aumentar los sueldos a los altos funcionarios y, por supuesto, la asombrosa declaración sobre Puerto Rico, hecha el día de Nochevieja, han sido sólo algunas de las iniciativas de última hora tomadas por el antecesor de Carter.

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