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Humor bastante negro

Si hacer la antología de un autor es harto difícil, la cosa se complica cuando pretendemos hacer una antología del humor negro español. No es una broma meter en el mismo cajón de sastre textos de Cervantes, Quevedo, Larra, Unamuno, Valle-Inclán, Solana..., hasta dar un frenazo en... José Bergamín. El autor nos anuncia en el prólogo que no se quiso hacer de esta antología un libro sabio, teñido de erudición. Acaso lo que se quiso es ofrecer unos cuantos atisbos y unas cuantas aproximaciones. Eso es todo.La selección de textos es tan personal que, por ello, resulta difícilmente criticable. Cualquiera de los miles de españoles interesados en literatura podría hacer «su» antología de parecido jaez a la presente. Nada más coger un pedazo de aquí, un trozo de allá y un cacho de acullá. Habría alguna diferencia, pequeña, en elección de autores; mayor, en los textos a elegir. Yo (y perdonen por la forma de señalar) pondría en mi paleta más Pío Baroja (que aquí se le nombra sólo de pasada) y quitaría más Unamuno, pero poco más.

Antología del humor negro español, de Cristóbal Serra

«Del Lazarillo de Tormes a José Bergamín». Tusquets Editores. Barcelona, 1976.

El valor que tiene esta antología -aparte del selectivo- es los retratos críticos de cada autor, trazados con pericia a lo largo de las 367 páginas de que consta el libro.

De Quevedo se nos dice que «era un hombre de gafas ahumadas que siempre vio la vida con colores sombríos. Hay una diferencia esencial entre la sátira cervantina y la quevedesca. Cervantes despierta angustia pero no pulveriza. Quevedo, sí, y hace añicos cuanto toca».

Para nosotros -dice Serra, de Espronceda- será siempre el romántico de los cálidos acentos que se estremece en las llamas torturantes de una filosofía pesimista hasta el escepticismo.

Larra es para el antólogo el desesperado de nuestra literatura. Larra es un llagado, jamás curado, de la vida. «Un pálido rostro de pasión y hastío», según Cernuda.

Valle-Inclán esgrime el sarcasmo contra la papanatería cortesana, a la que se ofrece en espectáculo durante casi medio siglo. Unamuno, que encarna como pocos el eterno malhumor español, dice: «Vivió, esto es, se hizo en escena. Su vida, más que sueño, fue farándula. El hizo de todo muy seriamente una farsa». Valle ya habla dicho algunos años antes de las palabras de don Miguel que «mi estética es una superación del dolor y de la risa, como deben ser las conversaciones de los muertos, al contarse historias de los vivos».

A Juan Ramón le llama «lepidóptero lírico», y de Bergamín nos dice que entronca con todos los genios despuntados del país que han inventado disparates aunque no desatinos.

A este «lobo solitario», como llama el editor a Cristóbal Serra, que, al parecer, no le gusta que se hable de él, le diremos que al oído que ha hecho una espléndida antología del humor negro español, ese humor que pocas veces, según Serra, arranca la risa fresca y abierta, y cuando logra (como en el «Quijote»), está impregnado siempre de la más honda melancolía o cargado de veneno.

Es curioso observar la escasa bibliografía sobre el humor español que contrasta con la abundancia de escritores que lo practican, pues siempre que el autor español no puede hablar en román paladino (que sigue pasando con mucha frecuencia y que es una constante histórica de nuestro país), recurre a la ironía, el sarcasmo o a la típica mala leche de cuño hispano.

Esta antología que de por sí no nos descubre nada nuevo, sólo ratifica lo ya sabido, puede ser un buen comienzo para preguntarse el por qué de todo esto, si es que alguien se lo quiere preguntar.

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