El primer desencanto

Pocas veces podremos encontrar en la escuálida historia del cine español una obra tan insólita como estos Viajes escolares, desempolvados ahora tres años después de su realización, al calor del éxito de El desencanto. Es extraño, en primer lugar, que un joven director pueda permitirse el lujo de producirse su propia película, en un clima de total libertad creadora -salvo el triste porcentaje correspondiente a la censura- lejos de las trabas del cine comercial habitual y de las aburridas imposiciones de las productoras normales. El atrevimiento se paga con el olvido y la marginación, sin embargo, y estos años de espera demuestran la imposibilidad práctica de alejarse de los canales ya trazados, si se quiere mantener el contacto con el público.Jaime Chávarri prosigue en este largo las constantes temáticas y estilísticas ya experimentadas en sus cortos iniciales, pero esta primera empresa profesional posee unas características muy peculiares que merecen ser destacadas. Que un debutante se atreva a experimentar descaradamente, a abandonar unos senderos trillados para adentrarse en un camino áspero y difícil, repleto de riesgos, ya es algo que ya merece, por sí solo, todos los elogios. Si encontramos, además, una maestría y dignidad pocas veces alcanzadas en nuestro cine y algunos momentos realmente espléndidos, habrá que pensar en el nacimiento de un autor de cuerpo entero, con unas preocupaciones muy específicas, y un sentido cinematográfico personal, capaz de esquivar los riesgos de los gérmenes literarios que lastran su empeño. Los viajes escolares ostentan una estructura abierta, formada por la acumulación aparentemente caprichosa de situaciones de muy variada contextura, desde el humor hasta la poesía, pasando por el suspense y el misterio, en torno a una situación única: la familia encerrada en sí misma, sin contactos con el mundo exterior, a la que acude un invitado que se convierte en el testigo de una implacable descomposición interna.

Estamos todavía muy lejos de la madurez implacable de El desencanto, pero ya se pueden advertir los gérmenes de ésta, aun considerando la distancia que media de la ficción a la realidad. Los indudables hallazgos presentes en este primer boceto pueden servirnos de disculpa para las reiteraciones y titubeos de Los viajes escolares; su simbología quizá demasiado elemental, sus insistencias explicativas y costumbristas, posiblemente por miedo a lanzarse sin rodeos a un tratamiento sin ninguna coartada dramática tradicional, con el mismo impulso mítico y desesperado que inflama las mejores escenas.