Novela, Selva oscura
El autor de El rito, Premio Nadal 1973, es ahora el de Señora Muerte, novela que le sigue, más sólida y menos premiable que la precedente, en el sentido de que su expresión narrativa está más posada y se ve que al autor le interesa menos que discurra por el cauce de bravura de novela que ha de distinguirse por un toque de originalidad. En esta Señora Muerte insiste en presentar un realismo dislocado, trascendido en unos rasgos y negado en oros, para unir en amplísima parábola dos mundos necrofílicos muy apartados, antípodas podríamos decir, los que se fijan en el osario de fosa común de un cementerio de un arrugado pueblo de hispánica cepa y cuño en un extremo y en el otro, un aberrante chapel de Nueva York, en donde un salvaje culturizado rinde culto y extrae beneficio de una cierta ritualidad tanatológica.La Señora Muerte aparece de polo a polo definidida en unos términos en que la realidad se desdibuja en la alucinación y la fantasía, a través del personaje que ha de unir vitalmente estos mundos tan dispersos y tan alejados uno de otro, salvo por su tema central, la muerte como obsesión y cifra de un fracaso humano. ¿Hasta qué punto se mezclan imaginación, simbolismo y realidad novelesca? Toda la narración discurre entre las frustraciones de un Pablo que arrastra una herencia monstruosa de matriarcado rural y un tanto señorial en el que se esconden vivencias estigmatizantes, y su contraste un tanto mágico con el extremo opuesto, con el vástago -Ana- de otros estigmas que en lugar de proceder de una exacerbación necrosada de lo tradicional, proceden de raíces distintas. Entre Pablo, el sometido a la atroz abuelona, y Ana, de casta de deslizantes nazis fugitivos, existe una relación larga, frustrada, dolorosa, que no se logra sino en ciertos aspectos de la muerte.
Señora Muerte, de José
A. García Blázquez. Barcelona. Editorial Destino. 1976. 260 páginas.
Ambigüedad
Una novela así ha de ser conducida por medio de ambigüedades, exacerbaciones y voluntarios desenfoques. Superando el piso de la realidad narrativa en una palabra, como una falsilla que contínuamente se traspasa y se desdeña en brazos de la voluntariedad y la fantasía. Hay rasgos, pasajes reales, por supuesto (por ejemplo, los del matrimonio de Pablo con Avelina, teñidos además de sarcasmo), o los que afectan a las frustraciones que el ambiente imprime al protagonista, pero los sucesos clave se nublan, se ocultan, se hacen inciertos y problemáticos en pasajes decisivos. Diríase que García Blázquez quiere dibujar sobre todo, como nexo y cifra suprema de Señora Muerte, una sobrerrealidad obsesiva, un clima cuya fuerza ambiental domine por completo el conjunto, para que sea, en definitiva, la novela auténtica, desde los rasgos que han servido para producirlo de forma instintiva, irracional. Lo que en El rito aparecía como una forma en Señora Muerte actúa como un sistema narrativo solidificado, de novelista más hecho, que explota un modo de no velar que racionaliza lo irracional, lo instintivo, lo radicalmente raro de la personalidad humana. La selva oscura narrativa de García Blázquez es atractiva y ambigua.
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