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Crítica:CINE / "PLACIDO"
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Crítica social de los años 60

Nos encontramos ante la primera reposición inteligente de este verano del 76, lo que ya es bastante. Quince años después de su estreno, Plácido -a falta de la llegada de Tamaño natural, la última obra de este valenciano universal que es Berlanga- se puede apreciar quizás mejor que entonces porque las circunstancias actuales del país son más propicias para comprender el sentido crítico de esta historia cinematográfica, realizada a contrapelo de las tendencias generales del cine español de aquella época, más propicio a la adulación comercial que al disentimiento. No es la mejor obra de su autor -pienso que este lugar debería quedar para El verdugo-, pero sí una de las más atractivas y chispeantes, modelo de ingenio y habilidad y, desde luego, uno de los pocos títulos del pasado que permiten seguir conservando las esperanzas sobre esa entelequia perpetuamente aplazada que es el cine español.Este Siente un pobre a su mesa -título que no prosperó, por las consabidas razones administrativas- tiene las apariencias de cualquier comedia de costumbres a la española, idénticos actores, parecidos ambientes, los mismos orígenes, salvo el talento de sus autores, entre los que aparece Rafael Azcona, por primera vez en la filmografía berlanguiana, junto a los habituales.

Plácido

Guión de Luis Berlanga, Rafael Azona, José Luis Font y José Luis Colina. Fotografía: Francisco Sempere. Realización: Luis Berlanga. Intérpretes: José Luis López Vázquez, Casto Sendra Cassen, Elvira Quintilla, Amalia de la Torre y otros.Reestreno: Minicine 1.

Nos encontramos ante una película complejísima que explota a fondo las posibilidades expresivas del sistema entonces vigente, con un ritmo auténticamente frenético, contada en planos muy largos poblados por cientos de actores y figurantes que se interrumpen sin cesar, obsesionados por estupideces y frivolidades, en un auténtico desfile coral que evidencia, por debajo de un humor corrosivo y agrio, una insolidaridad feroz. Las condiciones ambientales no permitieron una crítica social más honda y agresiva, pero es justo reconocer la habilidad de Berlanga para forzar las fronteras de lo permisible y contar, en clave aparentemente risueña, un relato que extrae su último sentido de la realidad española del momento. Es posible que los estamentos sociales hayan evolucionado desde entonces -no sé si para mejor o para peor-, pero lo que sí es indiscutible es el carácter realista y vivo de este Plácido rescatado ahora del olvido, verdadero museo de los horrores sobre la vida de estos monstruitos recreados por Berlanga y Azcona, que sentimos muy próximos a nosotros mismos.

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