Tormenta veraniega en la Iglesia andaluza
Todo el mundo lo dice: las tormentas de verano son las peores en todos los sentidos. Sobre todo, si se abaten sobre la extensa vega del Guadalquivir, sedienta y reseca en los meses veraniegos. Ni siquiera la prensa se hace mucho eco, ya que hasta los propios redactores han huido del infierno bético y se han refugiado en las playas atlánticas o mediterráneas de nuestra región.Esto es lo que está pasando con la tormenta (o ¿quizá tifón?) que se ha abatido sobre el «Centro de Estudios Teológicos» de Sevilla. Esta entidad fue fundada en 1969 por los obispos y superiores mayores de órdenes religiosas de la provincia eclesiástica de Sevilla (Sevilla, Huelva, Cádiz, Córdoba y Badajoz). En 1974 fue adscrito oficialmente a la Facultad de Teología de Granada, con la capacidad de impartir el grado de bachiller en Teología.
Pues bien, con fecha del 16 de junio, un representante de la Junta de Patronos del CET de Sevilla, comunicaba a siete profesores que, en votación secreta, la Junta de Patronos (formada por el cardenal arzobispo de Sevilla, los obispos de Córdoba, Cádiz, Huelva y Sevilla, y los superiores de las congregaciones religiosas: salesianos, terciarios, capuchinos, dominicos) había decidido la no renovación de sus contratos. Se les agradecían los servicios tan generosamente prestados.
Pero lo peor de todo es que el potaje se cuece en el sancta sanctorum, sin previa consulta a profesores y alumnos y sin notificarles las razones o causas que motiven la decisión tomada.
¡Viva la democracia¡ ¿Cómo una iglesia así se atreverá a defender los derechos humanos?
Afortunadamente la Iglesia andaluza no está formada solamente por esos señores de una Junta de Patronos (¡ay el nombrecito!), muchos de ellos de importación, sino por una realidad espléndida de personas y comunidades que creen de verdad en el Evangelio y no están dispuestas a que crucen Despeñaperros para que les arrebaten una vez más ese gran instrumento de liberación propia. Porque en realidad se trata de eso: en el CET se ha intentado, con una enorme seriedad, la conexión con la problemática local (universitaria, urbana, regional, obrera, eclesial ... ), evitando el estéril aislamiento de la formación eclesiástica tradicional; se ha sentido la necesidad de crear una teología desde la situación del pueblo andaluz, convencidos de que la teología surge de la conexión palabra-historia; y se ha proyectado, en consecuencia, hacer del Centro un lugar de diálogo, de encuentro, información y coresponsabilidad de cuantos, interesados en el mensaje de Jesús, sintieran necesidad de vivirlo, comunicarlo y testimoniarlo en el mundo moderno.
Como era de esperar, la reacción de los creyentes andaluces (muchos de ellos eclesiásticos) ha sido radical: otros seis profesores del Centro han dimitido por solidaridad; un grupo de 65 sacerdotes de Sevilla han mandado un escrito al cardenal como protesta; 17 comunidades de base de Sevilla, con fecha de 30 de junio, han hecho llegar un comunicado a la Junta de Patronos, en la que, tras constatar los hechos sucedidos, afirman que las decisiones tomadas por la Junta «vienen a reflejar una distancia entre la jerarquía y la Iglesia, que nosotros, como cristianos, sentimos y vemos en clara contradicción, muy a pesar nuestro, con los Hechos de los Apóstoles (cap.15) y con la Carta de San Pablo a los Gálatas (cap. 2)».
Como vemos, una jerarquía que vulnera públicamente los más elementales derechos de la persona humana, sancionados recientemente en la Constitución Conciliar Gaudium et spes, queda prácticamente castrada para cumplir su tarea profética en pro de una liberación del pueblo andaluz, que tanto deseamos, y a la que tenemos un derecho elemental. Creo que los miembros de la jerarquía católica de Andalucía podrán todavía repensar su actuación y dar un saludable marcha atrás, que a todos nos llenaría de esperanzas. Y que nadie se escandalice porque yo hable así en público: lo he aprendido del mismísimo San Pablo que, escribiendo a los de Galacia, les cuenta cómo en un momento dado «se opuso abiertamente a Pedro, porque era culpable» (Gal. 2,11).
Pero ¡ay¡ nuestra amarga desilusión es todavía mayor cuando vemos que el consejero delegado de la Junta (o sea, el verdadero ejecutivo) no es un obispo de importación, sino que procede de nuestra propia entraña andaluza: Antonio Montero, auxiliar de Sevilla.
Querido Antonio, ¿será verdad que a tí te ha tocado el triste papel de conde don Julián de una Iglesia andaluza que busca su liberación y la de su pueblo?
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