Economía y política: problemas paralelos
EL DESARROLLO económico que España ha vivido entre 1960 y 1974 ofrecía ya hace años, base sólida al proceso de cambio político. La transición se ha iniciado, sin embargo, en un momento económico des favorable. La inflación y la recesión mundial han afectado duramente a España y han hecho aflorar dificultades antes encubiertas. Para superar los problemas se ,necesitará un amplio esfuerzo colectivo, una política económica acertada, y tiempo. Nadie parece darse cuenta de la gravedad de la situación, ni estar dispuesto a tomar medidas necesarias para enderezarla.Parece probable que los países industriales europeos, superado el actual bache, crezcan en el futuro a tasas inferiores a las que alcanzaron en la década de los 60 y primeros años de la actual. Sus demandas de bienes y servicios y su absorción de mano de obra exterior tenderán a disminuir y esto es grave para un país como España que, teniendo en esas naciones sus primeros clientes, padece un déficit muy fuerte en su balanza exterior y ha encontrado en la emigración hacia Europa y en las remesas de los mismos emigrantes un apoyo para el mantenimiento de un bajo nivel de paro y M equilibrio de sus cuentas exteriores.
Todo esto impondrá algunos sacrificios entre la población: tarea dificíl en este país donde extensos sectores están aún situados en niveles de consumo muy modestos, mientras otros viven desde hace años en pleno consumismo. Este conjunto de dificultades económicas es un reto que habrán de afrontas quienes detenten el poder en el futuro inmediato, sean quienes sean. Y es evidente que no podrán hacerlas frente con éxito sin, las prioridades de la reforma sindical y fiscal. Dos temas a los que el actual Gobierno parece haber perdido la cara ofreciendo sólo pequeños retoques. En este sentido, las recientes declaraciones del ministro de Hacienda a la prensa dejan ver una cierta tendencia a empezar, la casa por el tejado. Si se proyecta una reforma fiscal a un año vista, no tiene sentido que se transforme con antelación el impuesto sobre la renta, que debe ser el eje de toda una nueva política tributaria. Quien sabe así, si nos hallamos ante una aparente reforma que puede disminuir los ingresos sin alcanzar a cambio metas de eficacia redistributiva.
Los peligros de intentar una reforma política sin abordar de frente los grandes problemas. paralelos son obvios. El Gobierno y los partidos de la oposición no desconocen que en una democracia frágil -como será la nuestra en sus comienzos- los problemas económicos y sociales condicionarán decisivamente el proceso político.
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