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In memoriam
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

José Luis Cienfuegos, el mejor director de festivales de cine

El gestor cultural deja una huella indeleble con su lucha por la excelencia y su olfato por los filmes de autor en los certámenes de Gijón, Sevilla y la Seminci de Valladolid

Gregorio Belinchón

Hay que poner distancia para entender el reto mayúsculo: a finales del siglo XX, el festival de Gijón era un festival de cine de autor, aunque sin grandes vuelos, cuando uno de los integrantes del departamento de prensa, José Luis Cienfuegos (fallecido ayer martes a los 60 años), con 31 años, se hizo cargo de su dirección en 1995. Y sí, Gijón era la ciudad del Xixón Sound, y había una efervescencia cultural rockera y transgresora, pero nadie podía imaginarse que Gijón sería en pocos años el Sundance europeo. Nadie, excepto José Luis. Hoy en el cine se habla de los certámenes de Róterdam y Locarno como eventos incubadora del cine de autor. Entre finales de los noventa y hasta 2010 solo estuvo Gijón. Y fue ilusionante, vibrante y para quienes íbamos allí, impresionante. Un viaje al Shangri-La del mejor cine.

En aquel Gijón, con, entre otros, Fran Gayo como programador, y Pepe Colubi, como jefe de prensa, uno se cruzaba con Tom DiCillo, Lodge Kerrigan, Hal Hartley o Todd Solondz, con un joven Santiago Mitre; en los cines aparecían para hablar de sus películas Pawel Pawlikowski —buscando aún su lugar en el mundo—, un debutante Jonás Trueba, Lisandro Alonso, Kimberly Pierce, Darren Aronofsky, Virginie Despentes, Chloë Sevigny, Fatih Akin, Harmony Korine, Kenneth Anger, Olivier Assayas, Mia Hansen-Løve, Ulrich Seidl, Pedro Costa y Lukas Moodysson, o una actriz que saltó a la dirección —Valérie Donzelli—para contar la lucha de su hijo contra el cáncer que destrozó su matrimonio. Se podía ver a Aki Kaurismäki pidiendo con su vozarrón otra copa de (lo único que entonces sabía decir en español) Soberano. También, los destrozos en dos habitaciones de hotel del ya fallecido actor francés Guillaume Depardieu (que fue expulsado cuando intentó agredir a Cienfuegos, el golpe fue interceptado por el guardaespaldas que había pagado su padre, Gérard). Gijón mostraba las nuevas tendencias del cine y auguraba, siempre con tino, las que triunfarían.

Y con todo, aquellos festivales no eran solo de cine. Cienfuegos abrazó la idea de evento cultural en toda su amplitud: todas las noches había conciertos, abrió un hueco a la tertulia feminista Les Comadres, impulsó las exposiciones. Y ya avanzó un problema del cine en este 2025: o se educaba a los jóvenes en el amor a este arte o se perderían en el camino a las salas. Incluso incluyó un ciclo legendario y ambicioso, dirigido por su gran amigo, Vicente Domínguez, profesor de Filosofía en la Universidad de Oviedo: el Universo Media, dedicado cada edición a un tema (el miedo, la alucinación, el dolor, el tabú) a través de charlas y análisis de expertos en muy distintos campos y solo de su representación en el cine.

Aquella felicidad acabó cuando fue cesado en enero de 2012 tras la llegada al poder en la ciudad de Foro Asturias, el partido de Álvarez Cascos. Tras los 17 años de gestión de Cienfuegos, el certamen gijonés, convertido en ese Sundance europeo, había llegado a los 80.000 espectadores, el 12º del ranking por público en aquel momento en Europa, a pesar de que por presupuesto estaba detrás de otras citas españolas. Cienfuegos recordaba cómo parte de la ciudad nunca entendió la solidez y la resonancia de la apuesta: en la televisión local le afearon en un coloquio en directo que no hubiera llevado a la alfombra roja a Sofía Loren. A él sí le gustaban los clásicos, pero al estilo Richard Fleischer, Julien Temple o Karel Reisz. Ellos sí pisaron, por cierto, Gijón.

Cuatrocientos cineastas firmaron un manifiesto en su apoyo. No sirvió de nada. A cambio, eso lo ganó el festival de cine europeo de Sevilla, donde contrataron a Cienfuegos meses más tarde, para reescribir el certamen, para soñar con algo parecido a lo que sucedió con Gijón.

Por segunda vez, el asturiano reinventó un certamen cinematográfico, amplió el evento, se mudó a la capital andaluza para que entendieran que él no era un paracaidista. Involucró a los cineastas locales y en general al mundo cultural sevillano para que asumieran que ese festival era también el suyo. Lo logró. Las sesiones se volvieron a llenar. La Academia de Cine Europeo anunciaba allí sus candidaturas y los creadores del continente pisaban Triana. El gestor cultural luchó contra cortapisas como la burocracia y la necesidad de explicar a creadores y vendedores internacionales de cine en Cannes y Berlín (lugares de pesca para su programación) por qué interesaba que sus filmes se vieran a finales de año en su certamen. Y con sus filmes, acabaron en la orilla del Guadalquivir otra miriada de cineastas distintos, fascinantes y rompedores.

En Sevilla, consciente del límite que suponía estar centrado en el cine europeo, Cienfuegos se apoyó en las joyas de la Berlinale y de Cannes y en la explosión del entonces denominado “otro cine español”. Creó secciones para las nuevas narrativas, y prosiguió con su obsesión: que la gente joven pisara las salas y descubriera que allí había películas para ellos.

En 2023, alcanzó su último destino, la Seminci de Valladolid, un festival que había realizado su propia revolución en el cambio de siglo con Fernando Lara como director entre 1984 y 2004: Cienfuegos se consideraba discípulo de las maneras de hacer de Lara. De nuevo, reinvención; de nuevo, entendimiento con políticos que, aunque el gestor no fuera de su ideología, sí supieron respaldar la visión de Cienfuegos; de nuevo, obsesión por mostrar a la juventud el disfrute de las salas y de conectar con el entramado cultural local. El año pasado programó un fascinante ciclo con el nuevo cine indie estadounidense, y visitaron Valladolid los llamados a ganar el Oscar dentro de una década. Todo, olfato de José Luis. La última edición, la 70ª, se cerró el pasado 1 de noviembre con más de 103.000 espectadores.

Cienfuegos creó una manera de programar: Fran Gayo (que falleció el pasado mes de mayo), Alejandro Díaz Castaño y Tito Rodríguez (director y jefe de programación, respectivamente, del resurgido festival de Gijón) o Javier H. Estrada (jefe de programación de la Seminci) han crecido con él. Como gestor cultural era hiperexigente, intuitivo, arrollador, obsesivo compulsivo con su programación, sin filtros ni horarios en lo laboral, enorme fajador por llevar a sus eventos más y mejores películas, siempre atento a los papeles oficiales y a que sus festivales tuvieran la mejor consideración posible por las Administraciones... Sus equipos le amaban y le odiaban porque les reclamaba lo que antes se había pedido a sí mismo, la máxima excelencia.

Ahora bien, cuando el resultado era bueno, era un éxito del equipo. Este periodista ha compartido tres décadas de amistad, discusiones (le sacaba de quicio el Libro de Estilo de EL PAÍS), confidencias entre cervezas, noches locas y días de cinefilia desbordante, horarios infames en los grandes festivales, risas, amarguras existenciales y paseos a la carrera. Se acabaron las llamadas que remataba con su rápido “hala, hala, adiós, adiós”. Con su fallecimiento, Europa pierde a uno de los grandes gestores fílmicos; España, a un hombre que batalló por que la gente disfrutara de su pasión, el cine.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.
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