Unai Canela, el director más joven del festival de San Sebastián y el hombre que ama a los animales
El documentalista, de 18 años, presenta su primer largo como realizador, ‘Entre montañas’, rodado durante el confinamiento tras años de colaborar en los filmes de su padre
La vida de Unai Canela (Barcelona, 18 años), si no fuera cierta, parecería escrita para una gran película. Hijo del reputado fotógrafo de naturaleza Andoni Canela, desde niño empezó a acompañar a su padre en sus viajes, y su progenitor pronto entendió que, además del protagonista de las aventuras ante la cámara, acababa de encontrar a un compañero de fatigas. En El viaje de Unai (2016), rodada cuando él tenía 10 años, se levantaba acta de los 15 meses en que la familia (Unai, Andoni, Meritxell Margarit, la madre, y Amaia, la hermana pequeña de Unai) viajan por todo el mundo a la búsqueda de siete animales amenazados en seis continentes distintos. Después llegarían la serie de televisión Espíritu sagrado (2017) y el documental Panteras (2021), centrado en los grandes felinos en peligro, y en el que Unai ya tomaba parte activa en la realización.
Así que era ley de vida que llegara su independencia fílmica, y esta ocurrió durante el confinamiento de la covid, en un pequeño pueblo de los pirineos catalanes —prefiere no dar el nombre—, cuando el chico cogió la cámara y rodó la naturaleza que le rodeaba: así nació Entre montañas, que se proyecta en la sección Made in Spain del Festival de San Sebastián, antes de su estreno comercial a finales de otoño, lo que ha convertido a Unai Canela en el director de largos más joven en competir en solitario en el certamen donostiarra. Si uno suma todas las aventuras audiovisuales de los Canela se conforma un documental casi homérico sobre Unai.
En persona, Unai Canela se echa a reír ante la posibilidad de que sea el más joven de la historia del Zinemaldia, hito que puede peligrar si su hermana Amaia se lanza. “Bueno”, responde, “a ella más que a usar la cámara, que no le atrae tanto, la estoy iniciando, como se ve en pantalla, en el amor a la naturaleza”. La familia, confirma, no puede quejarse del confinamiento: lo pasaron en los Pirineos, en un pueblo de un centenar de habitantes sin casos de coronavirus. “Fue el mejor posible, y con ese paisaje, esa fauna y esa flora a mi alrededor”, certifica. “Por eso decidí empezar a grabar, para poner en valor a la naturaleza. Para eso hacemos estas películas, para eso quiero ser director”. Y, además, es el narrador: “Había que contar una historia y por eso hasta me he encargado de la música”. Si en Panteras no había voz en off, en Entre montañas Unai Canela toma todo el protagonismo. “Son productos distintos. No será siempre igual, aquí lo necesitaba porque es mi experiencia”.
Quiere dejar claro que es consciente de su suerte, de que la pandemia signifique “el reencuentro con el lugar” donde se crio, y que no nombra. “Porque quiero que el espectador piense que puede ser su localidad natal, la aldea en que ha nacido. La relación con el monte y los animales la podemos tener todos”, subraya. Después, vivió en Banyoles y Olot (Girona). “Ahora llevo cuatro meses sin pasar más de una semana en la misma cama”, cuenta. Eso, cuando no estaba de viaje alrededor del mundo. “Por eso estos cuatro meses, por mi siguiente proyecto”, que prefiere no desvelar. Ahora le toca defender Entre montañas, resultado de pulir 50 horas de grabación digital en 4K.
El creador resulta resolutivo y con tablas al hablar, directo y contundente. Como cuando habla de su generación. “No me gustan los ataques que se hacen a la juventud. Estamos en un mundo lleno de problemas, del calentamiento global a la guerra de Ucrania, así como otras catástrofes. Es un futuro oscuro, pero a la vez falta visibilidad del potencial de la juventud”, eleva la voz. “Somos muchísimos, la mayoría, poseedores de sensibilidad y solidaridad. Y cuando nos estimulan el arte, la cultura o la ecología, respondemos”. No aguanta algunas generalizaciones: “Yo no veo tantos jóvenes que no levanten la cabeza del ordenador. Y seguro que muchos somos tontos, vale. Pues nos toca lidiar con una herencia medioambiental envenenada procedente de las generaciones precedentes”.
Para esa infancia viajera, Canela usa rápidamente un adjetivo: “Distinta”. Y explica: “A mi edad, he viajado mucho, he tenido suerte. Porque al final siempre he tenido la vuelta a casa, el retorno al grupo de amigos. Me he perdido cosas, es obvio. Sin embargo, prefiero sacrificar eso a la posibilidad de perderme lo que he disfrutado. Para mí, sería... horrible. Acabo de volver de un viaje en solitario y había días en que echaba de menos a mi familia, y jornadas de mucho disfrute. Escucho a amigos que van una mañana al campo, como algo excepcional, y entiendo que es el equivalente en mi caso de tomar algo o ir a la discoteca. Y yo prefiero el monte”.
Ante la cámara, y ante la grabadora, el documentalista subraya la importancia de todos los animales. En Entre montañas se recrea en su gato, en los anfibios que chapotean en los riachuelos, en los pájaros que anidan bajo el tejado de su casa, además de, obviamente, lograr tomas de ciervos y zorros, de colocar cámaras en cruces de sendas transitadas por la noche por la fauna más variada: “Me interesa mucho poner en relevancia el equilibrio del hábitat, que el espectador comprenda que todos los animales tienen su función y, sobre todo, su relevancia”.
Entre bromas y veras, Unai Canela define al ser humano: “Somos egoístas. Y hay que usar ese egoísmo en la concienciación por el cuidado de la naturaleza. Porque queremos seguir disfrutando de este mundo, ¿verdad? La humanidad, en realidad, importa poco en el cosmos. Solo ocuparemos unos miles de años en el universo. ¿Qué pasará cuando desaparezcamos? Nada”. Y alarga su reflexión: “Sin embargo, a nosotros el planeta nos tiene que durar, vivimos en él. Claro que es un desastre la deforestación del Amazonas, pero si no posees conciencia ecológica, déjame decirte que esa hecatombe te afectará directamente. Y que todo el mundo quiere vivir momentos espectaculares que aparecen en Entre montañas”.
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