50 años de Huerga & Fierro: “Hay otros que editan con pajarita: nuestra apuesta ha sido la heterodoxia”
Charo Fierro y Antonio Huerga comenzaron a publicar desde un puesto en el Rastro madrileño antes de la Movida. En su catálogo: Leopoldo María Panero, Francisco Umbral, Fernando Savater, Ouka Leele y un largo etcétera

Antonio Huerga (Cartagena, 69 años) era “un jipi melenudo, hablaba mucho, un encantador de serpientes”, según le recuerda Charo Fierro (Audanzas del Valle, León, 65 años). Fue hace 50 años, cuando le conoció y fundaron una editorial, por las fechas en las que murió Franco. Huerga, sentado al lado, sigue hablando mucho y encantando serpientes, ahora lleva el pelo corto, aunque todavía con un estilo new wave bastante chulo: “Entonces se produjo una explosión de creatividad e ideologías”, cuenta. En aquel caldo de cultivo contracultural y ácrata comenzaron como Ediciones Libertarias; desde los noventa son Huerga & Fierro Editores.
— ¿Son ustedes anarquistas?
—¡No se puede decir que uno es anarquista!— responden a coro, como si fuese algo que hubieran puntualizado miles de veces.— Se es o no se es, y en todo caso, eso te lo tienen que decir los demás.
La conexión entre ambos surge de un pueblo leonés, Audanzas del Valle, el pueblo de Fierro y del padre de Huerga, que iba a casa de la familia de Charo a regalar libros a sus hermanos. “Algunos autores que admiramos como Julio Llamazares, Antonio Colinas o Juan Carlos Mestre conocen el León bucólico, pero nosotros somos gente del páramo, de la tierra más árida”, dice Fierro con cierto orgullo. Pero su encuentro en carne y hueso sucedió en Madrid, entre la universidad y aquel Rastro de la época que se ha convertido en un lugar mitológico. “Entonces permitían vender libros en el suelo, libros combativos, como ahora hacen los top manta con otros productos”, cuenta Huerga. Se editaban panfletos y fanzines (al menos así se llamarían más tarde) como los que distribuían artistas como Ceesepe, El Hortelano o Agus. “¡O la Banda de Moebius!”, añade Fierro, en referencia a la pequeña editorial underground de la época. Luego, como todo el mundo, se iban a tomar algo a la cervecería La Bobia.
La Movida: no nos ponemos de acuerdo en si fue algo transgresor o una celebración del hedonismo neoliberal de los niños bien. “A mí la Movida me resultó bien, aunque tantos hayan renegado de ella”, zanja Huerga. “Ahora hay una mayoría de la juventud que no se implica en nada”, añade Fierro. Cuentan con verdadero horror que han recibido becarios que no conocen a Federico García Lorca.
Huerga y Fierro llevan cinco decenios editando, y no solo editando, sino manteniendo un proyecto de vida en común en el que han criado a cinco hijos. Uno de ellos, Óscar Antonio, trabaja en la editorial, otro, Antonio Benicio, tiene la suya propia: Los Libros del Mississippi. Pertenecen, por cierto, a la misma generación que otros proyectos que ahora cumplen el medio siglo, como la editorial de poesía Hiperión o la librería Rafael Alberti. Reciben en su sede, donde se amontonan los ejemplares y tienen espacio para eventos, cerca de la glorieta de Embajadores, Madrid. Allí cuentan su historia a dos voces que se interrumpen, se contradicen o se complementan, según el caso. Siguen peleando como una pequeña editorial independiente nacida antes de que se hablara tanto de independencia, que le da a todo, pero con especial cariño a la poesía. “Somos editores orquesta, sabemos ejercer en todos los puestos”, dice Fierro.
Se amontonan las anécdotas. Conocieron la piscina donde Paco Umbral arrojaba los libros que le disgustaban, en su dacha de Majadahonda. Asistieron a las tertulias de Agustín García Calvo, incluso antes de que se celebraran en el Ateneo, cuando eran en cafés como La Aurora o La Manuela. Presenciaron, el día que falleció, el cuerpo inerte de Juan Benet. Leopoldo María Panero se pasaba por su oficina, cuando estaba en la Gran Vía, compartiendo piso con la de British Airways. Todos ellos publicaron en su editorial. Panero, de hecho, les dejó un poemario póstumo, La mentira es una flor, antes de morir en 2020.
También fue crucial Fernando Savater, con hasta cinco libros, cuando navegaba las aguas libertarias. “Ahora no coincidimos ideológicamente con Savater, pero sigue siendo amigo: fue uno de nuestros grandes apoyos”, dicen. Eran otros tiempos: “Muchas veces no hacía falta ni contrato, hacíamos un acuerdo verbal”, recuerdan. Aquel era, claro, otro Madrid. “No había redes sociales, pero nos comunicábamos de puta madre”, dice Huerga, “antes venían a las cosas 200 personas, por el boca a oreja, ahora no juntas ni a 10”.
Los primeros libros (más bien panfletos) de Ediciones Libertarias fueron El Estado y sus criaturas, de Savater, y Comunidades de Castilla y mayo del 68, que establecía paralelismos entre unas y otro, y que era un trabajo universitario de Huerga (y que firmaba como A.J.H.M.). Los vendía por zonas de marcha como Malasaña, Libertad o Huertas, por conciertos, facultades y colegios mayores. Luego citan como hitos, por ejemplo, la colección de Nueva Narrativa Española: comenzaron lanzando 12 títulos simultáneamente, de autores como Leopoldo Alas, Eduardo Haro Ivars, Lorenzo Silva o José Tono Martínez, con diseño de Alberto Corazón. Algunos de sus autores luego siguieron una exitosa carrera en editoriales más grandes. “No nos importa ser una editorial trampolín, no vamos a competir con los grandes grupos”, dicen.
En poesía publicaron la revista Signos, que dirigía Alas, y que luego se convirtió en su colección de poesía, por esa y otras colecciones pasaron José Ángel Valente, Francisco Brines, Chantal Maillard, Javier Lostalé, Isla Correyero, Fernando Arrabal, Jorge Riechmann o Joan Brossa (le publicaron los primeros fuera de Cataluña). La fotógrafa Ouka Leele, también vinculada a la Movida, tuvo su colección propia: Los libros de Ouka Leele. Y presumen de audacia, por ejemplo, del libro Cocaína, de 1988, sobre el buen uso de la droga, o del Libro rojo del cole, de Søren Hansen y Jesper Jensen, que animaba a los niños a desafiar las normas sociales desde un enfoque marxista: instruía en el uso de las drogas, en la práctica del sexo o en la organización de protestas. La edición del sello Nuestra Cultura fue secuestrado y luego editado por varias editoriales en respuesta, entre ellas Ediciones Libertarias. Su best seller es curioso: Los siete pilares de la sabiduría de T. E. Lawrence (también conocido como Lawrence de Arabia).
En 1995, los editores buscaron un socio capitalista que ayudase a mejorar los aspectos formales del proyecto. El socio entró, pero en justo un año (de un 5 de mayo a otro 5 de mayo) la sociedad se rompió: los editores juzgaron que habían perdido el control sobre la línea editorial. Así que siguieron su misma trayectoria, pero por otro camino: el proyecto pasó a llamarse Huerga & Fierro, aprovechando la fortuna de que sus dos apellidos suenan muy bien juntos. “Económicamente, fue traumático pero los mimbres como editores ya estaban puestos”, dice Fierro. “Yo no estoy de acuerdo con la palabra trauma: ya teníamos el proyecto en la cabeza”, apostilla Huerga.
“Nuestra gran apuesta ha sido la heterodoxia”, continua Huerga. “Hay otros que editan con pajarita, a nosotros nos vale que nos presenten un buen texto. Si un texto no encuentra lugar en ninguna otra editorial, es posible que lo encuentre con nosotros. Por eso nunca nos han considerado serios”. Siguen con proyectos: rediseñar la colección de poesía con Juan Carlos Mestre o editar a Cesar Vallejo y a Mary Shelley. 50 años después, de vida profesional y también personal, ¿dejan huella? “Es innegable que se produce un desgaste”, dice Fierro. “Pero”, añade Huerga, “tenemos más ilusión que el primer día y nunca nos desanimamos, ese es nuestro secreto. ¡Lo mejor está por llegar!”.
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