Aitana Castaño, escritora: “La vida no solo consiste en trabajar para pagar el alquiler”
Las cuencas mineras asturianas, de fecunda historia e incierto futuro, son el tema fundamental de su obra literaria. Su última entrega: ‘Las madrinas’ (Pez de Plata)


Aitana Castaño, de 45 años, vive en el pueblo de La Barraca, cerca del célebre pozo María Luisa, en su Langreo natal, uno de los corazones de la cuenca minera. Además de practicar el periodismo ha desarrollado una carrera literaria centrada en el mundo obrero del carbón, en su llamada Trilogía minera (Los niños de humo, Carboneras y Rastros de ceniza), que publica Pez de Plata. Su acento asturiano se puede escuchar en la sección Comando norte, junto con Nacho Carretero, del Hoy por hoy de la Cadena SER. Su nuevo libro, Las madrinas, siempre con las ilustraciones de Alfonso Zapico (otro ilustre hijo del carbón), se enfoca en la emigración a Bélgica en los años 60, aunque por el camino la protagonista se desvía y acaba en la lucha antifranquista madrileña.
P. Cuesta quitarse la huella del carbón.
R. Los que somos de las cuencas mineras nunca vamos a poder dejar de ser de las cuencas mineras. A los niños que iban a estudiar a Oviedo les decían “ahí vienen esos que huelen a humo”. Ahora ya no hay casi minas ni fábricas, pero el humo queda por dentro.
P. En la literatura da mucho juego.
R. En cada esquina me encuentro historias, antiguas y nuevas. Ahora estamos recibiendo mucha gente de fuera, migrantes como fueron nuestros abuelos mineros. Vino gente de todas partes. En cada barriada había una gallega que hacía grelos. El bacalao sigue siendo popular por los portugueses. Los andaluces causaban sorpresa por desayunar pan con tomate. Gente de todas partes que fundaron una nacionalidad de las cuencas. Y por eso fue una sociedad muy abierta.
P. ¿La ultraderecha?
R. No está teniendo el éxito que tiene en otras zonas industriales en declive. Hay conciencia de clase, pero también de clase emigrante. Como decía mi abuelo: “Hay que ser muy pobre para trabajar en la mina”
P. Un trabajo famoso por su dureza.
R. Fue mucho tiempo un mal trabajo y luego, gracias a las luchas obreras, un mal trabajo bien pagado. Las pocas minas que quedan están teniendo accidentes mortales, en los años 60 y 70 había miles de mineros, accidentes a diario y muertos con mucha frecuencia.

P. La mujer y la mina es uno de sus temas.
R. La cuenca era una sociedad masculinizada pero no tan machista como creemos: el minero era el centro, pero las mujeres siempre tuvieron mucho poder, tanto en las casas como en la clandestinidad antifranquista.
P. ¿Daban apoyo emocional?
R. Mi madre y mi tía me cuentan cuando mi abuelo Antonio vino destrozado porque se había matado a su lado un chaval portugués muy joven. Destrozado por la muerte del chaval, destrozado porque tenía que volver a la mina al día siguiente. Y mi abuela tenía que sostenerlo.
P. Usted reivindica esa parte de la sociedad minera que no eran los mineros.
R. Sí, las mujeres, los niños, pero también los médicos, los tenderos... Todo formaba parte del mismo engranaje. En las huelgas de los 60, que podían durar meses, los comerciantes apuntaban lo que debía cada familia y luego se pagaba poco a poco. Los curas: su papel fue muy peculiar, la Iglesia se dio cuenta de que había que mandar curas majos, para ver si llevaban a la gente a la iglesia, por no hablar de la figura del cura obrero. También hubo muchos cabrones.
P. Su último libro parte de la emigración a Bélgica.
R. Siempre pienso cómo sería marchar de mi país, sin saber el idioma, sin saber nada. Tengo cuatro tíos y tías que se fueron a Bélgica. Cuando fui, los bares se llamaban Cangas de Onís o Breogán. Les salvaba la unión, tocar la gaita, ver a Juanito Valderrama.
P. Es como si no entendiésemos lo que fuimos.
R. Ahora nos dicen que los migrantes solo se tratan entre ellos: bueno, siempre fue así. O cuando la fachosfera se pone nerviosa porque Yamine Lamal sale con una bandera de Marruecos. Mis primos en Bélgica también sacan la bandera española. El centro asturiano de Bruselas tiene 14.000 socios. Hay que poner la emigración en contexto ahora que nosotros somos los que recibimos.
P. Los niños le reconocen por la calle.
R. Sí, porque en los institutos de la cuenca se leen mis libros. Me sacan en TikTok. Y es muy simpático, porque cuando voy a los institutos y pregunto quién tiene un padre minero, no levanta la mano nadie. ¿Algún padre prejubilado? Levantan la mano dos o tres. Pero cuando pregunto quién tiene un abuelo minero, levantan la mano casi todos. Eso es lo que nos une a todos, vengamos de donde vengamos.
P. Hablamos de clase obrera… ¿Y la burguesía asturiana?
R. Más que emprendedora, como lo fue la catalana o la vasca, fue propietaria. Los Bernaldo de Quirós o los Figaredo, que son la familia de Rodrigo Rato y del diputado de Vox José María Figaredo. Aquí vinieron a emprender lo de fuera, los de aquí se hicieron ricos arrendando o vendiendo los terrenos donde estaban las minas. Pedro Duro, fundador de Duro Felguera, venía de La Rioja; Numa Gilhou, que fundó la Fábrica de Mieres, venía de Francia.
P. Aquel mundo suena antiguo, pero usted lo vivió de primera mano.
R. Me crie entre huelgas y reivindicación. Pertenezco a una familia muy activa del Partido Comunista, así que veía como algo natural estar rodeada de comunistas torturados o exiliados en Rusia. Había una foto en mi casa de un bisabuelo mío, muy barbudo, o eso pensaba yo. Cuando la empecé a ver en otros sitios entendí me explicaron que era Karl Marx. ¡Pero hasta se me parecía a mi padre!
P. ¿Cómo acabó todo eso?
R. También empezaba el proceso de desindustrialización. La gente vino a trabajar y se fue cuando los pozos cerraron. Ahora yo diría que el despoblamiento se ha frenado: viene gente porque hay pisos baratos, naturaleza y buenos servicios públicos para una población pequeña. Hasta ha vuelto una vecina jubilada que vivía en Ibiza. Yo no me quiero ir a otro lado.
P. ¿Se desindustrializó bien?
R. El cierre de la minería era inevitable, lo que nos jodió fue que se acabase el trabajo, no la mina, que contaminaba los pulmones y la naturaleza. Había dos formas de hacerlo: el modelo inglés, en el que Thatcher puso un candado y listo (y hay que ver ahora cómo están las cuencas inglesas); y el modelo alemán, con prejubilaciones, fondos mineros, etc. Aquí se intentó esto último por la paz social. El poder de lucha de los mineros era muy grande. Además, la minería era fundamental para el socialismo.
P. No salió bien.
R. La mayor parte se hizo mal. Se mandó tanto dinero que no se supo que hacer con él. Y está la figura de José Ángel Fernández Villa, el carismático líder del sindicato SOMA-UGT. No era el líder de todos los mineros, no todo el mundo le adoraba y si te llevabas mal con él podía tener problemas, tenía muchísimo poder. Era la mafia, pero otros lo consideraban un referente del movimiento obrero. Cuando se descubrió su corrupción fue una decepción: sus militantes fueron sus principales víctimas.
P. ¿Qué queda de la clase trabajadora?
R. ¿Tú para vivir necesitar las manos, las piernas o la cabeza? Pues si es así, eres clase trabajadora, ya seas camarero, barrendero o neurocirujano. No eres clase media si te quedas sin trabajo y ya no puedes pagar el piso. Ahora ves a gente trabajadora defender a los empresarios cuando se oponen a reducir la jornada. ¡Como si fuera suya la empresa!
P. Antonio Garamendi, líder de la patronal CEOE, dice que hay que dejar de conectar el vivir mejor con el trabajar menos.
R. La vida no solo consiste en trabajar para pagar el alquiler. La vida consiste en que si tienes una niña puedas ir a dar un paseo con ella. Pero nos hacen perder la conciencia de clase hablando mal de los sindicatos, de los partidos, de todas las medidas que pueden beneficiar los trabajadores. Y algunos curritos de a pie acaban defendiendo los intereses de los empresarios.
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