Luis Boyano, mago: “Haría desaparecer a todos en el Congreso”
Galardonado con los premios Mundial y Nacional de Magia, el mimo e ilusionista repite temporada en el Teatro Victoria de Madrid con su espectáculo ‘Sobrenatural’

Viene con las cartas en la mano, como buen mago. “Me gusta ejercitar los juegos en el transporte público”, confiesa, y deja la baraja sobre la mesa. Luis Boyano (La Cañiza, Pontevedra, 64 años) es mimo, ilusionista, humorista y psicólogo que imparte charlas motivacionales en empresas. Galardonado con los premios Mundial y Nacional de Magia, repite temporada en el Teatro Victoria de Madrid con su espectáculo Sobrenatural. Llega 15 minutos tarde y se disculpa.
Pregunta. Gandalf decía: “Un mago nunca llega tarde, ni pronto, llega precisamente cuando tiene que llegar”.
Respuesta. Efectivamente (risas). Y, a veces, para gran sorpresa del público, incluso un mago no llega nunca porque ha desaparecido. No es el caso hoy.
P. ¿Cómo se hace uno mago?
R. En la vieja escuela, un mago se hacía por un tema de ilusión. Porque tenías ese tío abuelo o amigo que te hacía un truco con las cartas. O porque un mago iba al colegio y te deslumbraba. O porque te regalaban la caja de magia Borras. A partir de ahí, ya te ibas a los círculos de ilusionistas de la provincia y te hacías mago. Y en la nueva escuela, esto es, las nuevas generaciones, se hacen magos por internet, donde hay cosas muy buenas y otras muy malas. Por desgracia, para mí, hay gente subiendo vídeos donde destripa los juegos de magia. Un error. También hay profesores de magia que dan clases particulares.
P. En su caso, ¿cómo fue la vieja escuela?
R. Yo me hice mago gracias a un curso de magia que leí en una página de EL PAÍS. Tal cual. Era un picaflor que trabajaba ya de mimo en la calle y me fui a hacer ese curso. Descubrí un mundo como una baraja y vi que se me daba muy bien.
P. Pero antes estudió Psicología.
R. Así es. En cuarto de carrera descubrí a Marcel Marceau, el gran mimo francés. Me impactó. En mi familia ya me decían que yo era un payaso y, cuando vi a Marcel, dije: ‘Yo quiero ser como ese señor’. En Santiago de Compostela había un mimo en la calle con el que me junté para verle trabajar. Ya en Madrid pude conocer a un discípulo de Marceau. Terminé la carrera diciendo: ‘Esto no es lo mío’. De hecho, mi hermano se hacía pasar por mí en las clases de la carrera cuando se pasaba lista porque yo ya estaba dando clases de teatro. Me gustaba Psicología, pero yo tenía el veneno del teatro ya metido.
P. Decidió irse al Retiro a probar con el teatro callejero.
R. Eso fue en 1984 y fue porque el Retiro era la gran escuela del teatro en Madrid. Había muchos artistas. Allí aprendí a manejar bien al público. Chupé mucha calle. Mi maestro del Retiro me decía: ‘Los artistas tienen que pasar por dos grandes escuelas: la calle y el circo’. Cuánta razón. En la calle, nadie se para y tienes que esforzarte por conseguirlo porque la gente pasa para irse a las barcas, a la casa de cristal o a pasear. Aprendes a comerte el escenario y saber jugar con el público. Es como en Candilejas cuando una chica se acerca al payaso que representa Chaplin y le pregunta por qué está en la calle. Y contesta Chaplin: ‘Este es el único teatro que no te engaña, es el más auténtico’.
P. ¿Le influyó Chaplin?
R. Muchísimo. Fue mi gran inspiración. También Buster Keaton. A Chaplin lo estudié más. Por ejemplo, en Candilejas, cuando hace el juego de las pulgas. Qué maravilla. Yo lo hacía en el Retiro. Era un ejercicio de una pantomima callejera. De auténtico payaso.
P. Reivindica la palabra payaso.
R. ¡Por supuesto! Ya está bien de usarla despectivamente. Como cuando se dice circo mediático como algo denigrante. ¡Ya está bien de denigrar con la palabra circo y la palabra payaso a los imbéciles de los políticos! ¡Ojalá fueran payasos! ¡Ojalá fueran graciosos! El único gracioso si acaso fue Rajoy con su capacidad de hacer trabalenguas. Durante muchos años, cuando se ponía la profesión en el pasaporte, yo ponía payaso.
P. ¿Sería posible la magia sin público?
R. No. Tiene que haber al menos un solo espectador. Anda que no se hacen trucos de magia con una sola espectadora con el fin de poder ligar…
P. En su currículo dice que usted es mago e ilusionista. ¿Hay alguna diferencia entre magia e ilusionismo?
R. Son sinónimos, aunque hay una pequeña diferencia que es muy marcada por los estadounidenses. El ilusionista es aquel que usa los aparatos para hacer desaparecer a un elefante o a una chica. Va de aparatos. En España, por ejemplo, lo que nos ha ido siempre es la cartomagia. Somos los primeros en el mundo. De hecho, España es el gran país de la magia y Madrid es la gran capital de la magia del mundo. Hay 140 espectáculos de magia en Madrid semanalmente. No se lo cree nadie. Hay más magos y espectáculos de magia por metro cuadrado en Madrid que en Las Vegas.
P. ¿A quién haría desaparecer?
R. Iría al Congreso y al Senado y, empezando por los bancos de la derecha hasta llegar a los de la izquierda, haría desaparecer a todos.
P. ¿Y a quién traería de nuevo a este mundo?
R. Gandhi.
P. ¿Alguna vez le han pillado un truco?
R. Sí, muchas veces (risas). Los magos tenemos siempre una carta bajo la manga. No es tanto el que te pillen como salir de esa situación. No hay persona que no se equivoque en cualquier profesión. A nosotros nos pasa lo mismo. Hay que tener preparado el plan B para crear un gran impacto que consiga hacer olvidar el fallo de lo anterior. Los accidentes ocurren y hay que hacerlos olvidar inmediatamente.
P. ¿Qué supone ser reconocido con el Premio Mundial de Magia?
R. El reconocimiento de los colegas de profesión. Es muy gratificante. Me dieron el premio por mi juego de La cabina de los espíritus, con el que estoy ahora en el Teatro Victoria. El espectáculo actual son 37 minutos, pero para el premio lo hacía en 10 minutos y para un jurado de tan solo 12 personas.
P. También colabora con departamentos de recursos humanos de empresas e imparte charlas motivacionales. ¿Qué dice para motivar?
R. Hay que creérselo. Hay que tener pasión e ilusión por lo que haces. Pero mi discurso es que todo éxito necesita de tres cosas: formación, ambición y talento. El talento es eso que decía Lorca del duende. Todo artista bueno nace para su vocación. Yo lo vi conmigo y la magia. De todas formas, lo mejor de estas charlas es cuando subo al escenario a los jefes de las empresas o a los jefes de recursos humanos y les planto una nariz de payaso y ver la cara de sus empleados.
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