¿Por qué nadie avisó a Ruth Ortiz? Un libro como forma de maltrato
‘El odio’, la obra sobre José Bretón, es un vehículo para perpetuar el daño sobre la madre de los niños asesinados, a la que nadie tuvo en cuenta en el proceso


“Mis hijos fueron dos regalos que me dio la vida”. Lo dijo Ruth Ortiz, una mujer arrastrada sin pedirlo a un vendaval que le ha recordado ahora, 14 años después del asesinato de los niños Ruth y José, todo el horror. “Aunque no están conmigo físicamente, creo que me ven, que les gusta verme feliz”, contaba en una entrevista. A él, aseguraba entonces con alivio, consiguió dejarlo “en el pasado”. Pienso en ella mientras leo las galeradas del libro El odio, donde Luisgé Martín escribe la historia de Bretón, y la de Ruth Ortiz, solo con el testimonio del verdugo, sus cartas y sus conversaciones. ¿Por qué nadie la llamó? ¿Por qué no la tuvieron en cuenta?
He conocido a más mujeres como Ortiz. Señoras a las que sus parejas les arrebataron a los hijos, pero no la capacidad de enfrentarse al mundo a pesar de todo. Intento entender qué mecanismo consiguen activar para apartar su dolor y luchar por otras. En los casos de violencia machista, me interesa más la mente de las supervivientes que la de sus verdugos.
No comprendo cómo ni la editorial Anagrama ni el autor la avisaron. Cómo no pensaron en las consecuencias para ella de airear detalles terribles sobre la muerte de los niños, las palabras lacerantes de su asesino. No conozco cuál fue la cadena de revisión de ese libro. Tampoco sé si se plantearon alguna consideración ética con ella. En el ámbito legal, la Fiscalía de Menores ha pedido suspender cautelarmente la publicación. La editorial apela a la Constitución para defender “el derecho fundamental a la creación literaria” y la publicación del libro. La Fiscalía recuerda el límite a esas libertades “especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia”, que también recoge la Carta Magna. Será un juez el que decida. Para mí lo esencial no es lo que pase con el libro. No se trata de censurarlo. La clave era haber tenido en cuenta durante el proceso que podía convertirse en la prolongación de un maltrato.

En medio de un duelo inimaginable, Ruth Ortiz se recompuso y decidió luchar para que el mundo sea un lugar menos inhóspito. Empujó personalmente para que el Pacto de Estado contra la Violencia de Género recogiera la violencia vicaria, una forma de maltrato machista que busca hacer daño donde más duele, a través de los hijos. Gracias al caso de Ortiz, a su impulso, las madres a las que sus parejas o exparejas matan a sus hijos están reconocidas como víctimas de pleno derecho. “Ya era hora”, dijo ella cuando se aprobó. “Quedas totalmente rota y necesitas muchísima ayuda”. ¿Nadie pensó que merecía al menos un aviso, el derecho a contar su versión y no dejar solo el relato del asesino?
Ruth Ortiz ha contado alguna vez que sospechó de su exmarido desde el mismo momento en el que desaparecieron sus hijos, aunque él nunca confesó dónde estaban. Confirmaron con pruebas forenses casi un año después del asesinato que los restos calcinados en una finca de Córdoba eran de los niños. “La maldad de él no la descubrí hasta los últimos momentos de convivencia”, dijo hace años.
Descifrar la mente del asesino
Luisgé Martín explica en El odio que buscaba descifrar la mente del asesino, desvelar sus motivos ocultos. “Había pensado muchas veces en hacer ese viaje literario al corazón de un asesino, como habían hecho antes Truman Capote o Emmanuel Carrère, para conocer de cerca el filo oscuro que separa la bondad —o la vulgaridad— de la vileza”. “Me entusiasma tu propósito”, le respondió Bretón cuando le contactó para contarle que quería escribir sobre él. Quizá el deseo del verdugo, que confiesa por primera vez en el libro que mató a los niños, era obtener beneficios penitenciarios.
Inexplicablemente, ni el autor ni la editorial contactaron en ningún momento con Ruth Ortiz para contarle lo que estaba haciendo. “Cuando inicié el proyecto de este libro (…) tomé la decisión —quizá equivocada— de hablar únicamente con José Bretón. Mi propósito era tratar de comprender la mente de alguien que había sido capaz de asesinar a sus propios hijos, y para ello me resultaba distractivo cualquier otro punto de vista, especialmente el de Ruth Ortiz, a la que, en cualquier caso, no me habría atrevido a mortificar con indagaciones”, escribe el autor de El odio. No la quería mortificar con indagaciones, pero no pensó en todo lo que podría suponer para ella lo que iba a describir en su obra.
No la alertó de que iba a sacar un libro donde relata pasajes de su vida, recrea la convivencia entre ambos, desmenuza detalles del asesinato de sus niños narrados por Bretón. No reparó en que puede haber cosas que no son como le dice el asesino y él cuenta en su libro. “Lo tengo ya en el pasado”, decía Ruth Ortiz sobre su verdugo. Desgraciadamente, este libro le ha devuelto a Bretón a su presente.
“¿Es moralmente justo sentir compasión por un hombre que asesinó a sus dos hijos?”, se pregunta Martín en otro momento de la obra. Cuesta entender cómo no le llama a la compasión la realidad de ella, de la superviviente.
El libro no descifra lo que hay en la mente del asesino. Yo tampoco sé qué le interesa a Bretón, qué fue lo que le resultó entusiasmante de embarcarse en esta obra. Lo que sí sé es que El odio es un nuevo vehículo para perpetuar el maltrato de un hombre sobre una mujer valiente a la que nadie avisó de la que se le venía encima.
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