Ir al contenido
_
_
_
_

‘El odio’: la colisión de la libertad de creación y los derechos de las víctimas

Varias especialistas coinciden en que el libro de Luisgé Martín supone una violencia directa y extendida hacia Ruth Ortiz, y en que el problema no es el tema que trata sino cómo se abordó

Bretón - El odio
Isabel Valdés

De frente, la publicación de un libro sobre José Bretón donde el escritor Luisgé Martín da voz a José Bretón y solo a José Bretón y en lo que la editorial Anagrama no vio problema. De fondo, Ruth Ortiz, la expareja de José Bretón, la madre de los niños a los que él asesinó y calcinó: Ruth, con seis años, y José, con dos. Fue en 2011. Hace 14 años que Ortiz se levanta una y otra y otra mañana para darse cuenta una y otra y otra vez de que sus hijos ya no están. Hace 14 años que Bretón está en prisión por el asesinato de sus hijos negando haber asesinado a sus hijos. Hasta ahora.

En ese libro, El odio, en el que el autor traza un perfil de Bretón, él reconoce por primera vez que los mató. Pero no solo, también cuenta detalles del cómo lo hizo, de los últimos momentos de los niños, de su vida con Ortiz y de parte de la intimidad de Ortiz que jamás se han conocido. Ni la editorial ni el autor contactaron jamás con Ortiz, la única víctima viva de Bretón, colocándola, dejándola ahí, de fondo, y poniendo de frente el libro, la voz de José Bretón. Porque a Ortiz no la informaron nunca de que se estaba escribiendo ese libro ni de que iba a publicarse pero sí lo enviaron a los medios y se publicó un extracto.

Esta semana Ortiz denunció el libro ante la Audiencia Provincial y la Fiscalía de Córdoba por intromisión ilegítima del derecho a la intimidad y la propia imagen de los menores fallecidos; la Fiscalía de Menores de Barcelona —Anagrama tiene su sede ahí— pidió este jueves en los juzgados la suspensión cautelar de la publicación y envió un escrito a la editorial advirtiendo de que valora emprender acciones legales por esos mismos motivos; el sello ha paralizado la publicación y este viernes emitió un comunicado en el que alegó “que tanto el autor como la editorial están en su derecho de publicar esta obra”, amparándose en el derecho a la creación literaria, aunque también que esperarán “a lo que las resoluciones judiciales indiquen”.

Mientras se pronuncia la Justicia, los debates se extienden. ¿Es este libro una nueva forma de ejercer violencia contra Ortiz?, ¿cómo se cruzan el derecho fundamental a la creación literaria y los derechos de las víctimas?, ¿puede primar el primero sobre los segundos?, ¿pueden ponerse esas dos cuestiones realmente en una balanza?, ¿es el libro en sí un problema o es más bien la perspectiva desde la que está escrito?

Varias expertas hablan de estas cuestiones y coinciden sin matices en dos: en que este libro supone una violencia directa y extendida hacia Ruth Ortiz, y en que el problema no es el tema que trata sino cómo ha sido abordado. Porque “el mensaje que está mandando el autor y la editorial a Ortiz y al entorno, pero también a otras víctimas de violencia vicaria es poco menos que no les importa, en absoluto, su dolor”, dice la jurista e investigadora feminista María Naredo.

Las víctimas vivas

“Cuando una víctima no solamente está viva sino que lucha a diario a brazo partido para mínimamente rehacer su vida, algo como esto va en contra del proceso de cuidado social que deben hacer las administraciones e instituciones públicas pero también las privadas, y muy especialmente los medios de comunicación y difusión, y una editorial también lo es. Pero no solo”, añade.

Se refiere al derecho a la reparación que la Ley de Libertad Sexual introdujo en la Ley Integral contra la Violencia de Género de 2004 y que establece el derecho de las víctimas de violencia machista a “las medidas necesarias para su completa recuperación física, psíquica y social, las acciones de reparación simbólica y las garantías de no repetición”.

La publicación de este libro, dice Naredo, es lo contrario: la repetición de la violencia y, por tanto, la falta de reparación simbólica, y “hay que entender el derecho a la reparación en toda su extensión. Lo que se llama en derechos humanos la difusión de la verdad, que es justamente el restablecimiento de la dignidad y la reputación de las víctimas, contando y explicando la realidad de la violencia. Lo contrario es seguir tratando a las víctimas de violencia machista y especialmente a las de violencia vicaria como víctimas de segunda”.

Estas mujeres pasan cada día de su vida recuperándose del asesinato de sus hijos e hijas
María Naredo

Pone un ejemplo donde “se entiende perfectamente” lo anterior: “En las víctimas del terrorismo. Hay un delito en el Código Penal que habla sobre la humillación de estas víctimas”. Son los artículos 578 y 579, donde “se castiga el enaltecimiento o justificación públicos del terrorismo, los actos de descrédito, menosprecio o humillación de las víctimas, así como la difusión de mensajes o consignas para incitar a otros a la comisión de delitos de terrorismo”.

Ahí, analiza la jurista, el Código Penal habla “de libros, archivos, documentos, artículos o cualquier otro soporte, se arremanga y se mete totalmente en conexión con la libertad de expresión y por supuesto pone por encima los derechos de las víctimas frente a la libertad de expresión”. Cree que si esto no se comprende es porque no se alcanza “a entender realmente el impacto de la violencia, sistémica, y que se lleva toda la vida, sobre todo cuando se trata de la más extrema, del asesinato de los hijos. Estas mujeres pasan cada día de su vida recuperándose del asesinato de sus hijos e hijas”.

María Acale, catedrática de Derecho Penal de la Universidad de Cádiz, añade y coincide con Naredo en que en tanto el derecho a la reparación de las víctimas vivas está totalmente ligado al derecho a la memoria de las víctimas asesinadas, “en este caso se conculcan los dos”.

Si alguien persigue poner algo de luz con la finalidad de contribuir, lo primero que hace es llamar a la víctima
María Acale

Cree que ha de llegar un momento en el que “los tribunales empiecen a tomarse en serio esa violencia bifronte que es la violencia vicaria. Castigan por los asesinatos de los niños, evidentemente, pero de ese acto se produce también un daño no solo a resarcir civilmente, sino un daño constitutivo de delito, de trato degradante a la víctima que queda viva, y ese daño queda, hasta ahora, fuera”.

Acale está convencida de que, si empezara a estar presente en los procesos, serviría como pedagogía y la comprensión de esta violencia se extendería. Eso haría, por ejemplo, no llegar a la existencia de un libro realizado con el solo testimonio de un asesino sin contar con la madre de los niños asesinados de uno de los casos más mediáticos, por brutales, de la violencia vicaria en España; y el caso que empezó a cambiar la percepción social española sobre esta violencia.

Hay, además, otros dos ejes que la catedrática no quiere perder de vista. Uno, si Bretón ha aprovechado este libro “para conseguir beneficios penitenciarios al reconocer los hechos”. Otro, que este libro “pone de manifiesto el fracaso del tratamiento penitenciario”.

14 años en la cárcel

14 años en la cárcel: “Y no ha aprendido nada. Porque esto es ampliar el daño que sufre la víctima. La libertad de información y de creación es sagrada, en tanto no vulnere los derechos a la integridad de las víctimas. Como sociedad democrática deberíamos tener recursos suficientes para parar daños como este, completamente innecesarios”.

Todas las expertas hacen la misma pregunta retórica al inicio: ¿llamaron a Ruth Ortiz? En El odio, Martín dice: “Cuando inicié el proyecto de este libro (…) tomé la decisión —quizá equivocada— de hablar únicamente con José Bretón. Mi propósito era tratar de comprender la mente de alguien que había sido capaz de asesinar a sus propios hijos, y para ello me resultaba distractivo cualquier otro punto de vista, especialmente el de Ruth Ortiz, a la que, en cualquier caso, no me habría atrevido a mortificar con indagaciones”.

Concepción Fernández Villanueva, catedrática de Psicología Social en la Universidad Complutense de Madrid y experta en violencia social y de género con más de dos décadas de investigación, escucha este párrafo y responde: “No me parecen argumentos aceptables si lo que se pretende es conocer la mente de un asesino. Somos seres sociales e interrelacionales y se conoce el funcionamiento de una mente observando también la conducta en relación a otros. No somos solo lo que decimos, somos lo que hacemos, en relación con los demás, cómo interactuamos, cómo respondemos. Por lo tanto, esa observación ha de hacerse observando la conducta con otros. Si esa parte no está, no hay comprensión posible y no es un relato objetivo de lo que se pretende. Está sesgado”.

No estoy hablando de censuras, sino de la responsabilidad de lo que provoca aquello de lo que hablamos y cómo lo hablamos
Concepción Fernández

En El enigma del mal, de Luis Seguí, un libro al que hace referencia Fernández, el abogado y psicoanalista escribe sobre Bretón: “Para intentar desvelar la sintomatología de este sujeto hay que atenerse a sus propios dichos, gestos, actitudes, comportamiento y semblante observables antes, durante y después de ser condenado. […] Son de fundamental importancia los testimonios de la esposa, Ruth Ortiz, así como de otros familiares próximos y de terceras personas que tuvieron trato con él a lo largo de varios años”.

Fernández, como el resto de expertas, opina que se puede hablar, siempre, de cualquier cosa: “Y también tenemos que ser conscientes de sus consecuencias. No estoy hablando de censuras, sino de la responsabilidad de lo que provoca aquello de lo que hablamos y cómo lo hablamos”. María Naredo afirma que “en la aproximación a esta historia lo primero debiera haber sido hablar con Ruth Ortiz”. Y María Acale que “si alguien persigue poner algo de luz con la finalidad de contribuir, lo primero que hace es llamar a la víctima, no llamar al autor del delito”. Puede haber infinitas formas de abordar y escribir este libro, pero, creen todas, ya solo con lo que conocen hasta ahora, “no era esta”.

"La mitomanía de la crueldad"

¿Podría este libro no haber producido –ya, aun sin publicarse–, un dolor añadido a Ruth Ortiz, a su familia, con el que cargan desde hace 14 años? Podría. “El arte es libre, absolutamente. Pero no puede estar por encima de los derechos humanos. Cuando se quiere hacer de verdad se pone la voz de las víctimas. Creo que hay una forma ética de hablar sobre crímenes reales”, dice la analista cultural Carmen G. Magdaleno.

La obra de teatro sobre La Manada, el tratamiento del caso Pelicot, el libro de la hija de Gisèle Pelicot, la serie sobre las violaciones del caso del Sambre… Magdaleno recuerda todas las ficciones, recreaciones, reproducciones y tratamientos mediáticos que se han hecho y se hacen bien y lo contrapone a “una vuelta de eso que se llama el prestigio del asesino, la mitomanía de la crueldad”.

Afirma que plataformas como “Netflix han contribuido muchísimo a esto, por ejemplo con el caso Dahmer [Jeffrey Lionel Dahmer, un asesinoy violador en serie] o el caso Asunta [Asunta Basterra, la niña de 12 años asesinada por sus padres, Alfonso Basterra y Rosario Porto]”. Y esto, dice, “está relacionado con la deshumanización de las víctimas”.

Para la analista, “hay que plantearse si se va a reflexionar sobre las causas sociales que nos llevan a esta violencia, sobre lo que se hizo mal y permitió que pasaran estas cosas, o se va a hablar del morbo de eso. Reconstruir la violencia dando voz únicamente al discurso megalómano y narcisista de los asesinos es de alguna forma justificar y legitimar esa violencia, convertir en cultura la violencia machista, aunque quieran venderlo como el análisis de la mente del asesino”.


Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_