San Luis de Los Franceses, un nuevo museo para el barroco en Sevilla
La iglesia y antiguo noviciado jesuita, una joya arquitectónica de finales del siglo XVII, abre con una gran colección de pinturas y esculturas procedentes de los antiguos hospitales de beneficencia de la ciudad
De lo que fueron espacios de beneficencia, muerte y miseria en tiempos ya remotos ha nacido un nuevo museo en Sevilla. Empezó con una decisión que tomó el rey Fernando III de Castilla, llamado el Santo, apenas conquistó Sevilla en 1248: levantar un hospital en las afueras de la ciudad, muy lejos de su recinto amurallado, donde confinar a los soldados leprosos y así evitar contagios. De la llamada torre de los Gausines nació el hospital de San Lázaro, que aún hoy sigue en pie. A partir de ahí, fueron surgiendo sanatorios y casas cuna por toda la ciudad, hasta un centenar, algunos de impactante monumentalidad, como Las Cinco Llagas (hoy sede del Parlamento de Andalucía) y el Hospital Real junto al Alcázar, pero otros podían ser “simplemente tres camas en una parroquia, entonces hospital no era sinónimo de curación, de los cien solo uno curaba, el resto eran lugares para acompañar y procurar el bien morir”, explica el historiador sevillano Juan Luis Ravé.
Por todos ellos, eso sí, se desplegó una inmensa iconografía religiosa plasmada en pinturas y esculturas fechadas entre 1500 y 1900 y que hoy se consideran obras maestras del patrimonio de la Diputación de Sevilla, institución que asumió la gestión de los hospitales tras la Desamortización de Mendizábal en el siglo XIX y que, después de un minucioso trabajo de restauración que se ha prolongado durante casi 10 años, ha dado vida a un nuevo museo para el Barroco en Sevilla, el periodo mejor representado en estos cuatro siglos de historia que recorren los fondos. “La mentalidad barroca, como la medieval, entendía la salud y la miseria ligadas a la enfermedad del alma y al pecado”, justifica el historiador las abundantes obras de arte que atestaron estos lugares de beneficencia.
El edificio que alberga la colección permanente —un centenar de piezas entre pinturas, esculturas y objetos— es en sí mismo una de las joyas arquitectónicas más majestuosas y desconocidas de la ciudad: la iglesia jesuita de San Luis de los Franceses y su noviciado anexo, obra cumbre del Barroco Pleno, que también tutela la Diputación y es un espacio visitable desde hace siete años.
Aunque la simple contemplación de la iglesia es un enorme impacto, las piezas con las que ha abierto esta semana el museo no desmerecen el continente: pinturas de enorme formato de la escuela de Murillo, pintores flamencos del siglo XVII en la estela del mejor Rubens y ya, de tiempos más recientes, un espectacular retrato de la benefactora de los hospicios Josefa Fraile, firmado por Valeriano Bécquer. Se reparten por siete salas en las que se consigue respirar el ambiente artístico, de talleres y academias, pintores e imagineros, que bullían en la ciudad; pero también el de la miseria de una Sevilla que fue asolada por la peste en 1648, donde la mortalidad infantil superaba el 70% y en los hospicios se hacinaban bebés por decenas en minúsculas cunas insalubres. Lo explica con pasión desbordante Ravé, encargado de la colección de la Diputación de Sevilla desde que realizó el primer inventario en 1975: “Ya se hizo uno anterior en mayo de 1936, donde se ha encontrado un documento que habla de hacer con todo ello una pinacoteca, pero llegó la guerra y los redactores fueron represaliados. Hemos tardado 90 años en llegar hasta aquí”.
El resultado es un recorrido museográfico que huye de la cronología y recrea la apariencia de lo que pudieron ser los muros de esos viejos hospitales (uno por cada sala). La más relevante es la que se dedica a la colección del hospital de las Cinco Llagas, con pinturas de Esteban Márquez, Cornelis Schut, Meneses Osorio, Sebastián Llanos Valdés, Pedro Núñez de Villavicencio, contemporáneos de Murillo; y seguidores posteriores como Alonso Miguel de Tovar y Domingo Martínez. “Casi sin querer, hemos reunido aquí a los artistas de la Academia de Murillo”, explica Ravé. Se refiere a una suerte de conciliábulo de artistas que se reunían para practicar la pintura con nocturnidad y alevosía en la antigua Lonja de Sevilla. “Estos cuadros [y señala en concreto un Cristo atado a la columna, de Schut] te permiten entender cómo trabajaban en la Academia, siempre por la noche, con luminaria y con modelos de verdad. Fíjese que el Cristo tiene barriguilla”, bromea.
El historiador y comisario ensalza el valor didáctico de la exposición. “Son pinturas que nos hablan. Aquí se ve perfectamente que el Barroco sevillano tiene un pie en Italia y otro en Flandes”, explica en referencia al estilo de los artistas, en su mayoría discípulos de los grandes nombres de la historia del arte en Europa.
Incluso de aquellas de las que Ravé es consciente que no alcanzan el grado de obra maestra, destaca su alto valor documental: “Nos hablan de enfermedad, abandono, miseria y muerte”. Y qué mejor ejemplo que un anónimo de 1700 procedente de la que fuera Casa Cuna, que representa a una Sagrada Familia bajo la que aparece una pequeña cuna, con seis niños recién nacidos dentro. “Así los mantenían, apretujados y con una nodriza por cada 20 niños”.
La exposición permite también recorrer espacios hasta ahora inéditos del conjunto monumental de San Luis: la sala de Profundis, el refectorio y las sacristías, así como la llamada capilla doméstica, que se abre majestuosa al visitante como una gruta descubierta bajo una montaña y que sirvió de escondite a los jesuitas cuando Carlos III ordenó la expulsión de España de la orden.
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