Carlos Areces: “Ojete Calor somos una ‘boy band’ con giro inesperado: no estamos buenos”
El actor prepara junto a Aníbal Gómez la esperada actuación de su grupo de “subnopop” el día de los Inocentes en Madrid, y estrena en enero la segunda temporada de la serie ‘Muertos’
Cita a la hora del vermú, aunque él pide un té rooibos, en una preciosa, y desierta, cafetería de hotel con privilegiadas vistas a las atestadas aceras de la Gran Vía de Madrid en vísperas navideñas. Es aquí, un lugar que pide no revelar para que “no se llene de gente”, donde suele reunirse con Aníbal Gómez para sus cumbres personales y creativas. Llega pelín tarde, “atascado y atacado”, entre prisas y pruebas del vestuario y demás atrezo necesario para el inefable espectáculo de Ojete Calor en el madrileño WiZink Center, con invitados y numeritos sorpresa hasta el mismísimo día de los Inocentes, 28 de diciembre. Areces, que pide a gritos un descanso después de dos años de actividad frenética como actor, augura que quizá este sea el último recital multitudinario del grupo. Lo mismo dijo el año pasado.
Van a actuar en el mismo escenario y pocos días después de sir Paul McCartney. Qué menos, ¿no?
Bueno, hace dos años nos telonearon The Cure, y eso fue cumbre. Y lo de que sea el día de los Inocentes, el único sábado libre que quedaba en diciembre, es un gran puzle cósmico que por fin cobra sentido.
¿Quién es el cerebro y quién el cuerpo de Ojete Calor?
Es evidente que los dos somos el cuerpo. Somos una boy band con giro inesperado: no estamos buenos.
Ojete Calor es una broma que se nos ha ido de las manos”
¿Lo de Aníbal Gómez y usted es una pareja, creativa, estable? Llevan juntos desde 2005.
Cuando nos conocimos hubo un flechazo absoluto, instantáneo e inevitable. Oí comentar a alguien que la única manera de conectar con otra persona es el sentido del humor. Si eso es real, no creo que conozca una pareja con la que conecte más que con Aníbal. Lo único que ha cambiado en lo nuestro es el estrés. No es lo mismo la relajación que teníamos cuando esto era un hobby que tener que preparar un concierto para 13.000 personas. De repente entra el factor de la ansiedad, la premura y la profesionalidad, porque cabezones somos un rato. Ojete Calor es una broma que se nos ha ido de las manos.
¿Las letras de sus canciones son crónicas, sátiras, todo junto? ¿En qué se inspiran?
No nos dedicamos a descifrarlas. Son una caricatura y una frivolidad extrema y si tú quieres encontrar algo debajo, genial, pero no es imprescindible. Puedes decir desde que son una mierda hasta que son muy divertidas, pasando por todo el espectro. Nos inspira lo que puede inspirar a una adolescente de 15 años: las amigas, la pandilla, los primeros amores, el salir a beber, los primeros pedos. Mira, por ejemplo, la canción Política, dice: “Entre los azules, los verdes o los rojos, voy a votar a quien mejor combine con mis ojos”. ¿Crónica? ¿Sátira? Tú decides. Eso es lo que nos gusta.
¿Llaman a lo suyo “subnopop” para darse o quitarse importancia?
Es que para mí no hay nada más divertido que esos artistas que se conceden importancia, como si hubieran descubierto la cura del sida. Al principio nos criticaban con que lo nuestro no es música, y dijimos, vamos a darles la razón, vamos a crear nuestro propio género para que nadie se sienta ofendido. Y “subnopop” es la palabra que mejor nos definía. Somos los primeros en llamárnoslo.
La RAE acaba de aceptar la palabra “espoiler” ¿Qué le parece que no hayan aceptado aún viejoven, título de una canción suya de 2017?
Lo encuentro injustísimo, la verdad, sobre todo cuando otro año aceptó “amigovio”, que no lo dice nadie. Lo de viejoven surgió a lo tonto. Estábamos en Albacete, en el piso de unos amigos y para describir a uno que no estaba ni delgado ni gordo, tuve un momento de inspiración, se me ocurrió delgordo, y la cosa fue degenerando hasta viejoven, que es ese tipo de menos de 35 años con aspecto, gustos o modos de persona mayor. Porque, también te digo: si tienes 65, ya no eres viejoven, eres viejo, asúmelo, y esa palabra ya está inventada. Envejecer es una putada, pero la alternativa es dejar un bonito cadáver.
El otro día, hablaba con una chica que nos está ayudando con el concierto y no sabía quién era Björk. Imagínate si le hablo de Angela Lansbury”
¿Y usted, a los 48, sigue siendo viejoven?
Bueno, ya no puedo aferrarme a eso. Pero siempre me he sentido mayor de lo que era, desde los 20. Ojo, no más listo, ni más sabio ni más nada, pero con esa pesadumbre que te dan los años. Y eso no ha hecho más que agravarse. Me siento más mayor de lo que me gustaría. La parte negativa de envejecer es que el cuerpo y el cutis se resienten, y que tus referentes se van perdiendo. El otro día, hablaba con una chica que nos está ayudando con el concierto y no sabía quién era Björk. Imagínate si le hablo de Angela Lansbury. No la culpo. No se puede obligar a comprimir en sus 20 años el conocimiento que yo tengo a los 48. Es muy injusto. Pero envejecer también tiene cosas buenas.
¿Por ejemplo?
Las expectativas de los demás sobre ti bajan, y te puedes permitir no tener que salir, cosa que me encanta: no tener que fingir que me apetece ir a bares a tener que hablar a gritos con la música a todo volumen. Siempre odié las discotecas, en cuanto entrábamos los colegas y yo, se acababa el hablar y empezaba la caza. Entonces, ahora me encanta poder tener ocio de persona mayor: Netflix, tomar pastitas con el té por la tarde, merendar, ir al cine, a mirar cómics, cenar con amigos en casa...
He leído que le interesa la actualidad del corazón. ¿Es más de Terelu Campos o de Bárbara Rey?
Me interesa la serie B de la vida, no los actores principales, sino los secundarios, en todo. Pero, a tu pregunta: Bárbara Rey, por supuesto.
¿Por?
Hombre, por favor, jerárquicamente Bárbara Rey está por encima, aunque tengo guardada una portada de una revista donde sale Terelu con un títular buenísimo: “¿Por qué no adelgaza Terelu?”, en mayúsculas, como si fuera un problema de Estado, que me fascina. Pero, vamos, lo de Bárbara es imbatible: esos nombres, ese poder, ese saber venderse, esa pasión, ese hijo traidor, lo tiene todo. No creo que Bárbara pueda hacer algo en su vida artística por encima de lo que ha hecho con su vida personal.
¿Qué tenía la facultad de Bellas Artes de Cuenca hace 30 años para que se juntaran allí cómicos como Joaquín Reyes, Raúl Cimas, Ernesto Sevilla y usted mismo?
Bueno, íbamos a cursos diferentes, y luego nos juntó Paramount Comedy. Pero, vamos, lo que distinguía a esa facultad de otras es que se creó para combatir el academicismo de otras y, a la hora de presentar un proyecto, primaba, tanto como el talento, la labia para presentarlo. Entonces, puede ser que acabáramos allí todo el arroz pegao que no encajábamos en otros sitios más clásicos.
Usted es madrileño, el único no manchego de ese cuarteto. ¿Hablaban el mismo idioma cómico?
Pues mira, al principio, en los primeros guiones de La hora chanante, yo era como Margaret Dumont en las películas de los hermanos Marx, esa señora fina que no entendía nada, porque no entendía el contexto cómico. Pero, luego, con Joaquín Reyes como ideólogo supremo, que es muy manchego, pero también tiene mucho de Monty Phyton, siempre tuvimos conexión.
Mi mayor talento es hacerme pasar por lo que no soy. Fingir que tengo el talento que no tengo”
Dibuja cómics, actúa, canta, hace de showman. ¿Es usted el Leonardo del siglo XXI?
¿Te imaginas qué clase de imbécil sería si te dijera que sí? Hago muchas cosas, pero no soy maestro en ninguna. Mi mayor talento es hacerme pasar por lo que no soy. Fingir que tengo el talento que no tengo.
Ahora es cuando me dice que sufre el síndrome del impostor.
En el fondo, cuando decimos que lo tenemos, parece que es para quitarnos hierro, para que nos digan: hombre, si tú vales mucho. Pero, en los que hemos acabado trabajando en cine, por ejemplo, sin una formación profesional, ese síndrome se mitiga un poco con los años, pero, a poco que rasques, sigue estando ahí. Ahora, también hay impostores que, a mí, me transmiten más que gente que no lo es, en sentido estricto. Yo miro una película con Luis Ciges o Rafaela Aparicio o Gracita Morales o Chus Lampreave desenfocados detrás de un primer plano de Marlon Brando y ni me entero de que está Brando. Esa magia no se aprende ni se enseña.
¿Eso es lo que tiene usted delante de la cámara?
Ni idea.
¿No se ha autoexplorado nunca?
Procuro hacerlo poco, porque a veces no me gusta lo que encuentro. Autoexplorarse un poco es inevitable, pero vamos, nunca compartiría mis conclusiones con nadie. Me lo guardo para mí y para mi psicóloga.
Vaya, creía que era el único actor que no iba a terapia.
Siento decepcionarte, pero sí. Desde hace tres años. También te digo que, como decía Woody Allen en sus memorias, el día de ir y contar mis movidas, me encuentro bien, pero mis miedos, mis obsesiones, mis envidias, mis celos son los mismos que hace 20 años. La diferencia es que ahora los comparto y esa noche duermo superbién.
¿Y los amigos?
Los amigos también, pero los amigos tienen su vida y no puedes estar contándole la misma mierda todas las semanas. Pero, sí, siempre he pensado que, si tuviera un amigo con el suficiente tiempo libre, me ahorraría una pasta.
Protagoniza la serie Muertos y colecciona fotos antiguas de personas fallecidas. ¿Es necrofilia o fetichismo?
A ver, necrofilia, no. La muerte, para mí, también es un tabú. No me gusta un tanatorio ni un entierro ni nada de eso, no soy ajeno a mí época. Pero, en el siglo XIX, se velaba a los muertos en casa, se les lavaba, amortaja, y esas fotos, para mí, son fascinantes, y me gusta coleccionarlas. También colecciono cómics y muchas cosas. ¿Fetichista? El fetichismo lo inventé yo.
¿Qué cosas no coleccionaría nunca?
Cualquier cosa pensada para coleccionarse y que pueda comprarse en una tienda de souvenirs. Pero, espera, te lo he dicho muy rápido. Igual si empiezo con un abanico de coñac Fundador y un Naranjito de la época y junto otras tres cosas antiguas, abro una puerta que me cuesta mucho cerrar.
Es usted el actor que más veces, cinco, ha interpretado a Franco. En 2025 hay un montón de actos conmemorativos de la muerte del dictador. ¿Ve ahí un nicho de trabajo?
Francamente, no quiero encasillarme. Pero, sí. A mí me han parado por la calle solo para decirme: “Perdone, no quiero molestarle, pero se parece muchísimo a Franco”; entonces, digo: “ah, vale, gracias”.
A Carlos Areces (Madrid, 48 años) le rechazaron el proyecto de ingreso en la Facultad de Bellas Artes de Madrid por "poco academicista". Sin embargo, en la de Cuenca, más innovadora, su arte fue entendido a la primera. Aquello fue providencial. Allí, aunque en cursos diferentes, coincidió con Joaquín Reyes, Raúl Cimas y Ernesto Sevilla, que, más tarde, volverían a reunirse alrededor del canal Paramount Comedy y colaborar en programas desternillantes como La hora chanante y Muchachada Nui. Areces, dibujante, actor, cantante y showman, es, quizá, el más polifacético de aquel grupo de Cuenca. Estos días prepara el gran concierto anual en Madrid de Ojete Calor, el inefable grupo de "subnopop" que forma con Aníbal Gómez y cuyas actuaciones se han convertido en una de las tradiciones navideñas de la capital.
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