Ojete Calor: relato de cómo dos mamarrachos van a reventar el WiZink Center
El disparatado dúo formado por Carlos Areces y Aníbal Gómez, al que lanzaban vasos en antros del extrarradio, se convierte en un fenómeno pop arropado por Amaral, Ana Belén o Joaquín Reyes
Esta es la primera entrevista que ofrece Ojete Calor sin ser Ojete Calor pero hablando de Ojete Calor. Esta frase trabalenguas tiene sentido dentro del mundo esperpéntico de este grupo sin comparación dentro del pop español actual. Ojete Calor lo forman dos personajes que se enfundan vestidos de niñas y bigotes hitlerianos y que cuando se presentan en un escenario dicen barbaridades como las que soltaron hace unas semanas en un concierto en Valencia: “Si os drogarais menos y estudiarais más, tendrías una lengua, no el catalán”. ¿Cómo reaccionaron las 5.000 personas que llenaban el recinto? Los jalearon con entusiasmo. En otro momento del recital gritaron: “¡Viva el populismo, viva Mussolini!”. Así son estos reyes de la provocación, Carlos Ojete y Aníbal Calor, los alter ego de Carlos Areces y Aníbal Gómez.
Parapetados con esas caretas se permiten decir y cantar dislate tras dislate. Y su invento se ha convertido en uno de los fenómenos españoles pop del momento. Pero hoy, “y por primera vez” (dicen), van a hablar “en serio” de la formación, las penurias y el éxtasis de un dúo que va a vivir el 12 de noviembre su gran momento: lo que empezó como una broma va a reunir a 12.000 personas (de pago) en el WiZink Center de Madrid, ese mismo escenario por el que han pasado Bruce Springsteen, Rosalía o Metallica. “Pero solo va a ser una vez. Ya no se va a repetir más”, advierten, para tomar distancia con las estrellas del pop y rock arriba mencionadas.
La gente percibe que son absolutamente libres, divertidos, imprevisibles e inteligentesAna Belén
Carlos Areces (Madrid, 46 años) y Aníbal Gómez (Cuenca, 43 años) llegan juntos a la cita con EL PAÍS en un local cerca de la madrileña plaza de la Luna. “Ojete Calor es lo que es, qué más da lo que haya detrás. Nos gusta mantener el encanto de los personajes y por eso en todas las entrevistas hablan los personajes, no nosotros. Así que es la primera vez que vamos a romper esa norma”, explican como saludo. Llevan en sus manos un puñado de películas en DVD que acaban de comprar: La casa de los horrores, Brain Damage, El crimen de la calle Bordadores, La muerte viaja en vídeo… Cintas de terror que nadie colocaría en su lista de las mejores del género. “El cine que más nos gusta es el de terror y acción. Si nos llevan a un programa de La 2 diremos que lo que nos apasiona es El séptimo sello [de Ingmar Bergman], pero la realidad es que nos encantan películas como Redada asesina o Fast and Furious 5″, señala Areces. Gómez apostilla: “Para componer nuestro segundo disco, Pataky [2017], nos fuimos a un camping de una amiga en Cuenca. Nos llevamos un montón de películas. Nuestro combustible son las películas. Nos vemos tres y nos inspiramos”. ¿No quedamos en que era su primera entrevista en serio?
Para los que han desbarrado en uno de los multitudinarios conciertos de Ojete Calor de los últimos tiempos, conviene decir que el camino ha sido pedregoso. Su primer encuentro se produjo en 2002 en la bullanguera plaza del Dos de Mayo, centro de Madrid. “Teníamos un amigo común que ya me advirtió de la personalidad de Aníbal”, cuenta Areces. Ese mismo día acabaron en un piso de un amigo y Aníbal realizó una disparatada performance de la canción Lady Stardust, de David Bowie. “Me enamoré inmediatamente de esa persona”, señala Areces, que aclara: “Nunca hemos sido pareja. Sería incesto, porque somos como hermanos”.
Establecida la amistad llegó el siguiente paso. Ambos se movían con la gente de La hora Chanante (luego Muchachada Nui), Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, participando en sus diferentes proyectos como actores e ideólogos. Una noche de 2005, en otro bar madrileño, el dúo comenzó a bromear sobre cuál sería el mejor nombre para un grupo musical. “Como el de los Beatles ya estaba cogido, nos decantamos por Ojete Calor, que fusiona dos conceptos que se sitúan cada uno en un extremo. Diseñamos en un papel cómo sería la portada de nuestro disco y los títulos de las canciones: Brownie, Salmonela…”, explican. Parecía que la broma se había quedado ahí, pero a los pocos días llegó Aníbal, con experiencia musical en bandas de pop electrónico, con un CD donde había grabado una base musical que luego sería la canción Ojete Calor. Este fue el inicio del “subnopop”, como denominan a su estilo.
Narran lo que les pasó en una discoteca del extrarradio de Valencia, en 2007, en un concierto suyo. “A la hora de la actuación, una de la madrugada, no había ni Cristo. Entonces, empezó a llegar gente empastillada. Luego entraron unos gogós, tíos y tías. Descubrimos que la gente no iba a ver a Ojete Calor, iba a bailar una sesión del DJ. Y, de repente, cuando les estaba subiendo todo el pastillote, les cortan la música y salen dos mamarrachos cantando Ojete Calor. Nos llovieron vasos, un tío en la primera fila nos hizo el gesto de degollarnos con la mano en el cuello, había dos pegándose puñetazos… una cosa muy violenta. Cantamos las cinco canciones que teníamos y nos fuimos corriendo. Nos pagaron 300 euros a cada uno. Eso no era vida”. Comenzaron a ser recurrentes en carteles junto a Locomía, La Prohibida, Ana Elena Pena, Putilatex… Llegó el primer disco en 2013, Delayed, con canciones de pop electrónico donde se reían de los políticos o los cuñados que hablan de lugares comunes. Pero aquello no despegaba y Areces no soportaba los públicos correosos, los locales medio vacíos y los conciertos en horarios intempestivos. “Aníbal tiene más rock and roll que yo. Él ha tocado en otros grupos. A mí, sin embargo, el ajetreo de los conciertos no me gusta. Tú pon en la entrevista que nos drogamos y destrozamos las habitaciones del hotel, pero lo cierto es que somos de quedarnos en la habitación viendo Sálvame hasta las dos de la madrugada, que viene a recogernos un coche para el concierto. ¿Tú sabes lo que es activarte a las dos cuando llevas cuatro horas tumbado en la cama viendo la tele? Una tortura”, cuenta Areces. Incluso se plantearon hacer una gira de “despedida de los escenarios”, que no de las grabaciones. Paralelamente, desarrollaban sus otras facetas artísticas: actores, dibujantes, cómicos, escritores, pinchadiscos…
Pero en 2014 llegó la canción Viejoven, punto de inflexión. Esta sátira despiadada dedicada a los que se sienten más mayores que la edad que tienen se convirtió en un himno gracias al vídeo (cinco millones de visualizaciones en YouTube) y al boca-oreja. Los conciertos se llenaron y ellos depuraron un directo que ya tiene consideración de mítico: visualizaciones, gags, provocaciones, su número estelar de lanzarse al público en una lancha piscinera hinchable… E invitados, convocados desde la amplia agenda de Areces, que ha trabajado con directores como Álex de la Iglesia (en Balada triste de trompeta, entre otras), Pedro Almodóvar (en Los amantes pasajeros) o Nacho Vigalondo (recientemente en la serie Historias para no dormir, donde también coincide con Aníbal). La lista de los que han participado en los conciertos de Ojete Calor es larga: Arturo Valls, Eva Hache, Santiago Segura, Joaquín Reyes, Antonio Resines o el dúo Amaral, que también se apuntó a participar en una de sus canciones, Qué bien tan mal.
Básicamente están locos. Su humor me parece irreverente y muy ‘boomer’. Son bromas que podría decir mi padre, pero desde un prisma LGTBI, riéndose de topicazos españoles… Si tengo un día de mierda, escucho Ojete Calor: me pone de buen humorAndrea García, seguidora de Ojete Calor, 23 años
Todavía tenían que vivir la gran explosión. En 2020, el grupo lanza Agapimú, una versión de la canción con la propia intérprete que la popularizó, Ana Belén. La pieza, acompañada de un vídeo descacharrante, se convirtió en uno de los alivios de la pandemia: en contraposición a la solemnidad de Resistiré, aquí estaba un tema alegre para desmelenarse. Habla Ana Belén, vía telefónica: “Una noche me llamó Antonio Resines. Estaba en un concierto de Ojete Calor y me dijo que habían tocado una versión de Agapimú y que el público se había vuelto loco. Unos días después, Carlos Areces contactó conmigo y me propuso hacer la versión de Agapimú con ellos; y yo, encantada”. La cantante ofrece las claves del éxito del dúo: “La gente percibe que son absolutamente libres, divertidos, imprevisibles, inteligentes y con una amplia cultura audiovisual. Ir a un concierto suyo es una aventura divertidísima”.
Agapimú viene a sumarse a un repertorio que analiza, con sagacidad y mucha incorrección, nuestra cotidianeidad. Su sátira, a veces petarda a veces berlanguiana, resulta incendiaria y a la vez accesible. Letras estúpidas e inteligentes creadas por unos caraduras con talento. En Opino de que retratan a los que hablan en redes sociales de cualquier asunto: “Primero comento y luego, como es lógico, ya me informo del tema en cuestión”, cantan. En Mocatriz diseccionan a un personaje que tenemos muy visto en las tertulias televisivas: “He llegado lejos por mi talento, no por el que tengo, sino por el que me invento”. En su último lanzamiento, Extremismo mal, de septiembre de 2022, ponen su corrosivo foco en los que no se mojan: “Ni Scorpions ni Bisbal. / Mantén la equidistancia. / ¿Para qué profundizar?/ Machismo y feminismo son igual”.
Unos mensajes encajados en unas canciones que musicalmente son explosiones coreables de tecno pop. “No nos preocupa cantar mal. Lo bueno en Ojete Calor es que si te equivocas nadie se va a dar cuenta. Todo tiene cabida, todo es válido. A nosotros no nos va a pasar como a ese que fue a Eurovisión [el famoso gallo de Manel Navarro en 2017]. No. De hecho, en nosotros se aprecia un gallo. Es una virtud”, relatan. Tienen el ferviente respaldo de todo tipo de público: LGTBI, asiduos a festivales indies, familias… Cristóbal Herrera es un seguidor de 41 años: “Tienen una estética que rompe con esta cosa de Instagram de mostrar que todo es perfecto. Ellos hacen superlativo el rol de la no belleza: promueven el esperpento y se visten de forma ridícula. Se saben reír de sí mismos y eso conecta con la gente. Y las canciones son superpegadizas”. También opina Andrea García, de 23: “No hay concierto en el que me lo pase mejor. Se disfrazan, montan performaces… Básicamente, están locos. Su humor me parece irreverente y muy boomer. Son bromas que podría decir mi padre, pero desde un prisma LGTBI, riéndose de topicazos españoles. Me ponen de muy buen humor. Si tengo un día de mierda, escucho a Ojete Calor”.
Aníbal nombra sus referentes musicales: Depeche Mode, The Cure, Pet Shop Boys… los ochenta y noventa. Areces prefiere los sesenta y setenta, las producciones orquestales de aquellos años de Julio Iglesias o Raphael. Asumen los paralelismos con el dúo que formaron en los ochenta Fabio McNamara y Pedro Almodóvar: “McNamara es el mejor letrista de este país. Su disco Rockstation es espectacular”. Reconoce Areces que él es el freno de Ojete Calor: “A mí lo que más me gusta es mi faceta como actor. Adapto Ojete Calor a los huecos que me dejan las películas y las series. Y eso que ganaríamos más si nos dedicáramos solo a Ojete Calor...”.
Otra de las peculiaridades del dúo es su forma de trabajar: con una infraestructura mínima (ellos idean, deciden, componen, producen...) y a la contra, ya que no hacen promoción en televisión y no anuncian los invitados de los conciertos, circunstancia que funcionaría como gancho para vender entradas. Alberto Vegara, 33 años, es su manager desde hace cinco años. Vegara lleva una promotora de conciertos y luego gestiona los asuntos de Ojete Calor, con los que apenas gana dinero, entre otras cosas porque actúan muy poco. El concierto de dentro de una semana en el WiZink, por ejemplo, será el más masivo de su carrera y no quieren repetir un recital para tanta gente. “Se podrían realizar muchos más conciertos, pero entonces no sería lo mismo. Que sean tan pocos, unos 10 al año, lo hace especial; que cada recital sea único”, asume el manager por teléfono, que reconoce que es otro de los “seducidos por el mundo Ojete Calor” y que les dedica mucho tiempo. “Tanto, que mi pareja me dejará en breve, porque paso más tiempo con ellos”. Vegara ofrece detalles de la convivencia con el dúo: “Un día, me llamó Carlos diciéndome: ‘La habitación del hotel donde estamos tiene gotelé. No, no, no, Alberto’. Y los cambié de hotel, claro. Ellos son así y se hacen querer. Otro día me llaman y dicen: ‘Alberto, queremos en los conciertos volar 20 metros por encima de la gente’. Piden lo imposible, pero siempre llegamos a un acuerdo”.
Esta conversación entre los dos que surge durante la entrevista retrata mucho el mundo Ojete Calor.
Aníbal. Un día le dije a Carlos: “Oye, a mí me da vergüenza llegar a los conciertos con un CD de casa, ponerlo en un ordenador y dar al play. Así que podríamos contratar a un técnico de sonido”. Y lo contratamos.
Carlos. Pero si ahora hacemos lo mismo: ponemos una base musical y cantamos encima.
Aníbal. Bueno, pero ahora llevamos visuales y es otra historia…
Carlos. Yo no sabía entonar. En los primeros conciertos a la segunda canción me quedaba sin voz.
Aníbal. Yo le decía: “Carlos, con el diafragma”.
Carlos. Y, ¿qué demonios significa “con el diafragma”? Es como si me preguntaras cómo funciona un reactor nuclear. Yo qué sé...
La entrevista acaba cuando una camarera del local en el que estamos les dice que un joven los está buscando. “Se nos ha lesionado un bailarín y le vamos a hacer una prueba a este”, informan. Allí mismo, en el bar, le ponen al muchacho la chaqueta y la camisa del lesionado, se miran y dicen: “Le queda bien, ¿no?”. El chico no entiende nada, pero sonríe. Va a bailar ante 12.000 personas en el WiZink Center gracias a los dos excéntricos que tiene delante.
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