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ANALFABECEDARIA
Columna
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La equidistancia como censura

A veces, solo se puede ser palestina, negra trabajadora. Y estar un poquito polarizada

Marta Sanz
Encuesta elecciones 19J
Mitin de Vox el 10 de junio de 2022 en Jaén.Juan de Dios Ortiz (Europa Press)

Hace unos días participé en uno de los encuentros del bienestar auspiciados por la SER. Fue en Córdoba y charlé con Pilar Gómez, Bernardino León, Manuel Jabois y Pedro Blanco. El tema era la polarización. Resumo en esta columna la parte medular de mis intervenciones porque, mientras hablaba, me daba cuenta de que yo misma estoy polarizadísima y, de algún modo, me alegro. Empecé comentando que elegir el término “polarización” resulta contraproducente: quizá habría que abordar el tema desde la necesidad de recuperar un consenso democrático “imperfecto”, gestado en la Transición; un consenso cuyas imperfecciones hoy son el origen de una mancha de aceite que se va extendiendo. En la Transición, acaso inevitablemente, se quedaron abiertas brechas que dificultan el funcionamiento de la democracia: tras la muerte del dictador, porciones escandalosas del poder, el dinero, la justicia siguieron estando en las mismas manos. A esta rasposa textura característica de nuestra democracia se le suma un neoliberalismo global que roba o enajena las palabras más nobles de nuestro léxico: democracia —trasmutada en demagogia y oclocracia—, libertad, individuo, cultura…

“Memoria” es una palabra robada que ejemplifica esa confluencia siniestra entre la marca de un pasado mal cicatrizado y un presente tecnofeudalista. En aras de la conciliación nacional, se distorsiona el concepto de memoria democrática metiendo en el mismo saco los horrores de la guerra cometidos por cualquier bando, el golpismo contra la Segunda República y los cuarenta años de represión franquista. El olvido de esa responsabilidad histórica hace posible el nacimiento de un partido como Vox, que tiene la paradójica virtud de despertar las simpatías de los nostálgicos supervivientes y de los jóvenes que lo ven como esperanza en el seno de una demonizada democracia corrupta en la que todo el mundo roba y nadie es valiente.

La deformación del relato histórico se solapa con el desprecio de la memoria como facultad de la inteligencia, habilidad para el aprendizaje, indispensable punto de partida para la relación conceptual, el pensamiento y la crítica. Para el afecto incluso. Es imprescindible saber algo —y recordarlo— para ir construyendo conocimiento. Para deconstruirlo, también. Esa es la base de la educación y del imprescindible optimismo cognoscitivo en los tiempos de la ola 5G, la aceleración de partículas y Google, santo patrón de la memoria externalizada y de la usurpación del criterio para encontrar la afinación perfecta de los diapasones entre el ruido. Los buscadores buscan por ti, los comparadores comparan por ti y, en ese ahorro de tiempo y energías, eligen por ti. Te tienden el hilo no para encontrar la salida del laberinto, sino más bien como a un pescado. Te dicen en qué consiste el laberinto. Al final, entre toda la caspa de los discursos de la modernidad, solo se legitima un discurso que finge no serlo: el del mercado, el de nuestras libres elecciones en el mercado. El de los anuncios de las entidades bancarias o de las empresas que especulan con el derecho universal a la salud. O a la educación. Todas clientas. Con derechos de clientas. La que no pueda ser clienta, porque ella no lo vale, que se pudra.

En este contexto, emitir desde el calentón es barbarie, pero no sé si el eufemismo es un procedimiento para no incurrir en el discurso del odio, o un exceso de cautela. La exigencia de equidistancia también puede ser barbarie. Censura. Como la perpetrada por la UNED contra el documental Palestina, una tierra negada. Se aduce: “Una visión sesgada a favor del pueblo palestino”. Es broma, ¿no? A veces, solo se puede ser palestina, negra, trabajadora. Y estar un poquito polarizada.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.
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