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Premios Emmy
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Samurái de ojos azules’: cuando la serie más épica de la televisión nace de la mirada de un bebé

La ficción animada de Netflix, ganadora de cuatro premios Emmy, es, según sus creadores, una mezcla de ‘Kill Bill’ y ‘Yentl’ y un prodigio del lenguaje visual

La protagonista de 'Samuráis de ojos azules' en una imagen de la serie.Vídeo: Netflix
Eneko Ruiz Jiménez

Algunas ideas nacen de los lugares más inesperados. La de Samurái de ojos azules surgió de la mirada de una niña recién nacida. Nadie imaginó que su color anticiparía una de las construcciones más épicas de la televisión actual. Atípico fue el parto de esa idea como atípica fue la propuesta de sus creadores para Netflix: el matrimonio interracial formado por Amber Noizumi y Michael Green presentó a los ejecutivos un drama situado en la época Edo de Japón que, según su descripción, mezclaba la sangrienta venganza del Kill Bill, de Quentin Tarantino, con el musical Yentl, donde Barbra Streisand se vestía de hombre para estudiar el Torá y poder ser rabino.

Porque, aunque la propuesta sonaba a locura, en su fondo residía un mecanismo que es tan antiguo como la ficción, el enfrentamiento entre los opuestos. No solo el que existen entre esas películas tan diferentes, sino también el del mundo masculino frente al femenino, el occidental contra el oriental y la animación frente al clásico drama televisivo de una hora de duración. Una propuesta inesperada que ha acabado engatusando a la crítica y los premios, al ganar el sábado el Emmy a mejor serie animada (frente a X-men ‘97 o Los Simpson) en la primera gala de los premios técnicos, así como otras tres estatuillas.

El villano de 'Samurái de ojos azules', al que pone voz Kenneth Branagh, en una imagen de la serie.
El villano de 'Samurái de ojos azules', al que pone voz Kenneth Branagh, en una imagen de la serie.COURTESY OF NETFLIX

En el año en el que arrasará Shogun (sin llegar a la noche grande, ya suma 14 victorias, récord histórico para una temporada), Samurái de ojos azules no debe pasar desapercibida. Su título y género ya llevan al espectador a pensar en el cine de Kurosawa, en Harakiri (quizás la mejor película de samuráis, y, por lo tanto, la mejor película jamás hecha) y también en la reciente serie del Japón de 1600 de Disney+. Aquí, sin embargo, la que toma la katana es una mujer, un atributo que ni siquiera es la peor losa en la vida de Mizu. Porque esta protagonista fría, silente y certera, heredera de Clint Eastwood o Toshirô Mifune, tiene la mala suerte de ser mestiza, mitad blanca y mitad japonesa. Y esos ojos azules tan occidentales, en el Japón de 1633, época en la que el país cerró sus fronteras al exterior, la han llevado a una vida de total discriminación. Para sus iguales es impura, menos que humana, la única persona blanca que muchos verán en su vida. Pero esta es la leyenda de cómo se escondió de hombre para reclamar una venganza profundamente personal contra cuatro hombres blancos.

En una historia de samuráis, claro, no podía haber épica sin venganza, ese concepto que tan bien funciona en pantalla y del que tanto deberíamos huir en la vida real. Pero en esta historia ese explotado subgénero también recibe un giro. La venganza solo es una excusa para (además de vender su argumento al gran público) adentrarse en el inescrutable dolor de la protagonista. El rencor es la vía de escape en esta venganza que en realidad la enfrenta a ella misma, así como contra un país y una sociedad maltratadora y llena de demonios. Una venganza contra su personalidad y su raza que es profundamente personal en la vida de sus creadores. Y todo de la mano de una interpretación que si el universo fuera justo habría sido merecedora de otra nominación a la actriz Maya Erksine, ya mencionada en los Emmy por Mr. y Mrs. Smith. Ella interpreta la mujer que mejor maneja la espada de Japón.

Una imagen de 'Samurái de ojos azules'.
Una imagen de 'Samurái de ojos azules'.COURTESY OF NETFLIX

Pero la idea no brotó de una espada, sino de la maternidad. Cuando hace 16 años nació la hija, de ojos azules, de Koizumi y Green: “Estaba extasiada porque mi hija tuviera ojos azules, ¿por qué me pasaba esto? Eso me llevó a una autorreflexión sobre la identidad racial, sobre por qué estaba tan alegre de que mi hija tuviera ojos azules, ¿por qué estaba más contenta porque pareciera blanca y no asiática? ¿Por qué no querría que mi hija pareciera asiática como yo?”, explicaba la escritora en una entrevista a AwardsDaily. Koizumi pronto descubrió que sus experiencias sobre ser una mujer asiática y encontrar su lugar en el mundo eran también universales, que trasladada a una ficción de acción podrían hablar a todo el planeta. Lo mismo que las vivencia de cualquiera podían verse reflejadas en la desubicación romántica de Vidas pasadas o en el cabreo contenido de Bronca, pese a que hablen también desde la experiencia asiática en el extranjero.

Poco a poco, el matrimonio fue, eso sí, introduciendo en un documento de Word que empezó con un concepto nuevas ideas. Con los años, esa pequeña duda se volvió en algo gigantesco. “Pero todo en lo que pensábamos era imposible de rodar”, reconoce el padre de la criatura, Michael Green, que antes había escrito guiones como Logan, Blade Runner 2049 o la trilogía de Poirot de Kenneth Branagh, así como la infravalorada (y cancelada) serie Kings, donde se atrevió a mezclar una monarquía de millonarios modernos con el mito bíblico de David y Goliath. Por lo que se proponían a construir, y aunque jamás la hubieran probado, la animación era el medio perfecto.

Una imagen de 'Samurái de ojos azules'.
Una imagen de 'Samurái de ojos azules'.COURTESY OF NETFLIX

Porque “escribir es escribir”, asegura Green, y la animación no es un género, exclamó Guillermo del Toro en los Oscar. Este es un campo lleno de posibilidades que, si sabe explotarse, no está limitado por el dinero, sino por la imaginación. Para sumergirse en ella solo es necesario quitarse prejuicios (tanto de los espectadores como de los ejecutivos) y saber que con dibujos puede hacerse de todo. Samurái de ojos azules es una producción que aprovecha esa tecnología infinita. Esta pareja de escritores aterrizó sin prejuicios para crear una serie con capítulos de una hora (rara avis en el sector) y un paisaje y mitología riquísimo. Pero sobre todo trataron de alejarse lo máximo posible de los tópicos del anime para inventar un vocabulario visual propio, con espectaculares coreografías y acción. La animación es puramente visual, y eso concede posibilidades ilimitadas.

La serie de Netflix es también una serie “para adultos”, calificativo que dicho así suena a que propone simple violencia y sexo de manera discriminada y explícita. Un consejo: huye de las series y películas que solo utilizan el sexo y la violencia para recibir el calificativo “de adultos” y que eso les vuelva atractivo entre un tipo de público que no ve más allá. Samurái de ojos azules es una serie para adultos, en realidad, por la profundidad de sus personajes, sus nada maniqueos villanos (atentos a ese terrorífico personaje blanco al que da voz el mismísimo Kenneth Branagh) y la evolución de sus secundarios. Por sus argumentos sobre la prostitución, el matrimonio y la familia. Es una serie que, pese a los vistosos juegos de venganzas y viajes, no lo pone fácil al espectador que esté mirando el móvil, y donde cada secuencia es un viaje narrativo.

A veces las grandes ideas nacen del lugar más inesperado. Y a veces las mejores series salen del sitio más atípico. Por ejemplo del fondo de armario de Netflix. Por suerte, esta aventura tendrá segunda temporada, y, con el tiempo y los espectadores, no quedará enterrada como otro estreno más.

La protagonista de 'Samurái de ojos azules'.
La protagonista de 'Samurái de ojos azules'.COURTESY OF NETFLIX

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Eneko Ruiz Jiménez
Se ha pasado años capeando fuegos en el equipo de redes sociales de EL PAÍS y ahora se dedica a hablar de cine, series, cómics y lo que se le ponga por medio desde la sección de Cultura. No sabe montar en bicicleta.
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