El ‘true crime’ como espejo de una época
El relato criminal a menudo se reduce a puro morbo y nos permite olvidar durante un rato las violencias de nuestra cotidianidad, pero también es una fuente de conocimiento sobre los discursos dominantes
El relato criminal a menudo se reduce a puro morbo, desgracia ajena y truculencia de parque de atracciones, que nos permite olvidar durante un rato las violencias, menos sanguinarias, pero igual de bestiales, de nuestra cotidianidad: alquiler imposible, el sueldecito, agotamiento y mala salud, amor de mala calidad, desahucios, clases desfavorecidas contra clases desfavorecidas, desesperanza, trabajo que no dignifica, explotación… Nos enredamos en la trama de un buen true crime ―lo digo en inglés para que se me entienda― y nuestras penas no son para tanto: de qué mierda nos quejamos nosotras que no hemos sido ―aún― la víctima de un sacamantecas. Sin embargo, la crónica negra también constituye una fuente de conocimiento sobre los discursos dominantes. El caso, semanario de sucesos durante una etapa del franquismo, ejemplifica esa doble condición del relato criminal: los reportajes de Margarita Landi entretenían de la resistencia política, del malestar reivindicativo, y “desrealizaban” lo real como si el horror solo formase parte de las teclas de una máquina de escribir; a la vez esos mismos relatos dejaban entrever la patita por debajo de la puerta: la de una sociedad cavernaria y reprimida en las antípodas de la modernidad, el desarrollismo, el seiscientos y las suecas que tomaban el sol.
En Crímenes pregonados. Causas célebres españolas de los siglos XVIII y XIX (Contraseña, 2024), Rebeca Martín reflexiona sobre estas cuestiones para escribir un libro que se lee con la fascinación morbosa de las narraciones de misterio, con esa necesidad de desentrañar la madeja; a la vez, instruye porque radiografía nuestra pesada osamenta ideológica: racismo, machismo, clasismo, colonialismo, relaciones de dominación institucionales de los hombres sobre las mujeres, vulnerabilidad de la infancia y de las madres solteras, el lado oscuro de una Ilustración aún herida por los valores del Antiguo Régimen, aplicación legítima de la tortura, condición de culpables de las mujeres asesinadas —locas, adúlteras, provocadoras—, papel de la psiquiatría, las supersticiones y los medios de comunicación en el desenvolvimiento de las causas judiciales porque a veces las leyendas, la ciencia y la ley confluyen en el punto exacto del cuerpo más desprotegido… Rebeca Martín hace todo eso visible a partir de la investigación de cinco causas célebres: los infanticidios perpetrados en Manila por el liberto Romualdo Denis, que asesinó a sus hijos por celos hacia su esposa y, en el ejercicio de la violencia vicaria, también nos deja ver la brutalidad de los orígenes de las personas esclavizadas; la historia de María Vicenta Mendieta, mujer maltratada, que instigó el asesinato de su marido —el comerciante Castillo, ilustrado y ciudadano ejemplar—, cuya confesión fue fruto de la tortura y acabó convertida en un capricho de Goya; los crímenes de Pedro Fiol, homicida “monomaniaco”, término acuñado por la psiquiatría del siglo XIX; las atrocidades de Manuel Blanco Romasanta, en cuya historia se funden el mito del licántropo, la mácula del hermafroditismo, y la afición al magnetismo de la reina Isabel II que salva al reo de la pena de muerte; por último, el uxoricidio cometido por el pintor hispanofilipino Juan Luna, revolucionario, artista emancipador, que con su esposa y su suegra no tuvo miramientos —las frio a tiros— y fue vitoreado por la opinión pública. La documentación jurídica y el relato de las causas célebres nos permiten entender las claves ideológicas de una época. Hemos avanzado mucho, pero aún nos quedan muchos derechos por conquistar.
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