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Benito Mussolini regresa en una ambiciosa y polémica serie para gritar que nunca se fue

‘M. El hijo del siglo’, de Joe Wright, adapta en ocho episodios la premiada, rigurosa y superventas biografía que escribió sobre el duce Antonio Scurati, recientemente censurado en la televisión pública italiana por criticar las raíces fascistas de Giorgia Meloni

Joe Wright y Luca Marinelli
Joe Wright y Luca Marinelli, hoy en Venecia.Louisa Gouliamaki (REUTERS)
Tommaso Koch

Cuando Luca Marinelli le contó a su abuela que actuaría en una serie sobre Mussolini, la anciana le preguntó en qué papel. El nieto le explicó que encarnaría al protagonista, al Duce. Ella, entonces, solo le contestó dos palabras.

—¿Por qué?

Marinelli recuerda que se quedó impactado. Antifascista, hijo de una familia del mismo credo, se cuestionó a fondo sobre su decisión. “La respuesta está en la importancia enorme de este proyecto desde el punto de vista artístico, político, ético y social”, apuntaba el miércoles el actor en el festival de Venecia.

M. El hijo del siglo se ha desvelado este jueves en el festival de cine más antiguo del mundo. Dirigida por el talentoso y reconocido británico Joe Wright. Basada en el primer y premiado tomo de la biografía superventas del dictador que escribió Antonio Scurati. Estrenada en el país donde Mussolini nació ―a 200 kilómetros de Venecia―, levantó un régimen totalitario, fue fusilado y, en el fondo, sigue presente. Lo dice él mismo literalmente en el arranque de la serie. Y lo sugiere cuando se presenta como símbolo de la “antipolítica”. Pero también lo confirman las raíces fascistas de Hermanos de Italia, el partido de la presidenta del Gobierno, Giorgia Meloni. O el hecho de que ella y algunos de sus ministros todavía no terminen de renegar de aquella tragedia nacional. O que, recientemente, la televisión pública censurara un discurso de Scurati que precisamente criticaba a la mandataria por no tomar la suficiente distancia de la dictadura.

Había, en definitiva, razones de sobra para que una atención espasmódica rodeara la obra. La calidad, la actuación del protagonista, el rigor histórico, el tono. Muchos interrogantes por contestar. Aunque el principal sigue siendo el que clavó la abuela de Marinelli. En Italia y fuera. En el mundo audiovisual y fuera.

“Es un intento de reconstruir la llegada al poder de Mussolini de manera rigurosa, objetiva, fiel a la novela que, a su vez, está íntegramente documentada. Es una herramienta de resumen de la historia formidable. Y de entender los reflejos contemporáneos. Hará discutir, habrá polémicas, pero servirá a todo el mundo para refrescar recuerdos fragmentados. Para discutir, por fin, sobre hechos concretos. Y con los medios del lenguaje cinematográfico”, defiende el director artístico de la Mostra de Venecia, Alberto Barbera. La serie recupera en orden cronológico lo sucedido, a lo largo de ocho episodios, de una hora aproximada cada uno. Empieza en 1919 con un editor de periódico, exsocialista, que se está alejando de la izquierda por discrepancias sobre la Primera Guerra Mundial, que él reivindicó. Le sigue mientras arma, a bandazos primero y con avance implacable luego, un partido abiertamente represor y liberticida. Y termina con el mismo hombre camino de arrastrar a Italia en la fase más oscura del siglo XX.

Puesta a jugar con tamaño material, la serie sube incluso la apuesta. Desde el comienzo, el Duce mira a cámara, le habla directamente al espectador. Hasta bromea con él, le susurra, como si al otro lado de la pantalla quisiera encontrar a un amigo. O un potencial secuaz. Aunque, más tarde, pasará a las amenazas. “Espero que el público se sienta autorizado en algunos momentos a dejarse seducir por Mussolini y fascinar por lo que está haciendo. Demonizar a estos personajes nos absuelve de la responsabilidad moral y eso es realmente peligroso”, afirmó Wright en una reciente entrevista con The Guardian.

La narración, en los primeros episodios, adquiere incluso un tono cercano a la farsa. Se ven ríos de sangre, abusos verbales y físicos, manipulación. La serie quiere mostrar todos los horrores que hubo. Pero también todas las facetas, incluida la divertida. ¿Reírse con el fascismo? Sobre todo, en realidad, del movimiento y de su líder. Mussolini aparece con sus contradicciones, vergüenzas, ridiculeces: una veleta insegura en busca de atención; un hombre dispuesto a desmentir su mayor ideal, si puede sacar provecho; un violador, un salvaje entregado a los instintos más bajos; envidioso del éxito del poeta Gabriele D’Annunzio; humillado por su primer fracaso electoral; firme a ratos, a punto de rendirse otros. Básicamente, patético. Lo cual interpela, nuevamente, al espectador: aun así, todos le siguieron. También porque era carismático, intrigante, misterioso, atrevido, magnífico orador, como muestra la serie, que va oscureciéndose a medida que los eventos también se vuelven cada vez más sombríos.

“Era también todo eso, a la vez. Se le daban bien las masas, sabía capturar a la gente. Una vez le definieron ‘una bestia del escenario”, reflexiona Marinelli. Encarnarlo, para el actor, supuso un reto largo y complejo. Acaso su papel más difícil, y eso que trabajos como Non essere cattivo, Le llamaban Jeeg Robot, Martin Eden o Las ocho montañas le han confirmado como el intérprete italiano más prometedor, junto con Alessandro Borghi. “Me resulta humanamente imposible entender cómo fue pasando de una cosa a otra. Pero era importante, al menos durante la filmación, suspender el juicio, para contar el hombre. No buscábamos ‘el demonio, el monstruo’. Espero que se pueda ver la persona”, agrega el protagonista.

Fotograma de 'M, el hijo del siglo', de Joe Wright.
Fotograma de 'M, el hijo del siglo', de Joe Wright.

Aunque Wright quiso añadir incluso más. M. El hijo del siglo se arriesga con algunos enfoques de cámara poco convencionales, rápidos cortes de montaje, la banda sonora techno de Tom Rowlands, la mitad del dúo Chemical Brothers. A priori, valentía y frescura se agradecen. Pero, con tanta carne encima del asador, siempre se termina por descuidar algo. Y, en un caso tan serio, lo imprescindible es la claridad: que la historia se siga y se entienda, sin demasiadas distracciones. El vínculo Mussolini-público resulta un hallazgo. Pero algunos efectos, soluciones creativas y artificios se hacen innecesarios y confusos.

Justo lo contrario a otra decisión clave que tomó el director, en aras de la sencillez. La serie iba a mezclar diálogos en inglés e italiano. Desde el triunfo electoral de Meloni, en 2022, Wright decidió sin embargo que solo debía hablarse en el idioma en que todo sucedió, para que nadie en el país se perdiera una sola palabra. “Fue un paso fundamental para entender su compromiso con el proyecto”, le alaba Marinelli. Tanto el actor como Alberto Barbera aseguran haber descubierto unos cuantos hechos y aspectos que ignoraban. Seguramente lo estudiaran en el instituto, pero la memoria con el paso del tiempo puede traicionar. Y más cuando algunos pretenden cambiarla. O incluso negarla.

“¿A quién daría mi novela hoy? Al mayor número de lectores posibles”, declaró Scurati a la revista The Hollywood Reporter. Y justamente con la intención de llegar incluso más lejos debuta ahora la serie. “La razón por la que empecé a escribir sobre Mussolini hace tantos años es porque sentí una necesidad urgente de romper el paradigma de la víctima. Italia y Europa nunca podrán resolver las cuentas con el fascismo si nos negamos a abordar un hecho fundamental: fuimos fascistas. Todos fuimos seducidos”, agregó el autor a The Guardian. El novelista se implicó en primera persona en la escritura de la serie, junto con los guionistas Stefano Bises y Davide Serino. Scurati quería garantizarse que no hubiera simplificaciones o romantizaciones. Ha compartido que hubo discrepancias, “conflictos” y que no está de acuerdo con algunas decisiones. Pero, a posteriori, agradece que la serie haya elegido su propio camino y celebra el resultado final.

El Duce, en realidad, ya había llegado a las pantallas. Lo interpretó Antonio Banderas, en la miniserie de 1993 El joven Mussolini. Lo rescató en 2018 el filme He vuelto, de Luca Miniero, versión italiana de la comedia que imaginaba el regreso de Hitler en la Alemania de hoy en día. Ambas obras también cargaron con la acusación de frivolizar el fascismo. Y no trascendieron en exceso. El nuevo acercamiento audiovisual pretende lo contrario. Se trata del más ambicioso lanzado hasta la fecha. Y llega con la intención de arrasar. A la espera del público, la polémica ya ha empezado. “Conocer las cosas es lo más importante. Creo que todos tenemos que enfrentarnos a este momento histórico”, dice Marinelli. Él, por lo menos, ya superó el veredicto fundamental. Su abuela vio la serie. Al parecer, le gustó.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.
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