Pasión por el cine cutre: cuando un desastre fílmico se convierte en un regalo para los fans
Un E. T. turco, una moto vampiro, una ‘terminator’ indonesia, un Bruce Lee de pacotilla... Los aficionados a las películas malas a su pesar buscan joyas alejadas de la grisura actual en festivales y webs


E. T. no solo bajó a la Tierra de la mano de Steven Spielberg. También aterrizó en Sudáfrica, Turquía y de nuevo en Estados Unidos, entre otros países. Aunque no se llamara E. T., y su aspecto dejara mucho que desear. Son los protagonistas de Nukie o de Mi amigo Mac, algunas de las fotocopias más lamentables y desaforadas del clásico. “Nosotros no solo hemos proyectado la primera versión turca, Badi, sino que existe además otra rodada en ese país en la que E. T., que es de género masculino, se enamora del hombre en cuya casa se refugia”, explica Carlos Palencia, responsable de la CutreCon, que del...
5 al 8 de febrero de 2025 celebrará su 14º edición. Es el festival más importante dedicado a un cine malo a su pesar, a películas ideadas en su momento con ínfulas y desmoronadas en su producción hasta convertirse sin querer en paródicas. Internet y un público ávido de ver cine que no se parezca al habitual han provocado que en países como España el amor por el cine cutre se multiplique con festivales y sesiones especiales con patios de butacas bulliciosos gracias a la fiesta que nace de la pantalla.
Lo primero es definir el sujeto de estudio. No es lo mismo cine cutre que cine malo. “La gracia del cine cutre es que para reconocerlo tienes que haber visto películas muy buenas. Es el salto que hay entre Centauros del desierto y una mierda protagonizada por Eric Roberts y Michael Paré con un par de pistolas”, explica Fausto Fernández, crítico de Fotogramas y estudioso de todo tipo de cines. Tampoco es lo mismo cine cutre que serie B. “Hay gente que se lía. El poco dinero ayuda a acabar aquí, pero no es importante. Hay maravillas en el cine de serie B. Para nuestro festival elegimos filmes que pretenden hacer reír sin quererlo, comedias involuntarias tengan o no mucho presupuesto. Largometrajes cuya trama sea tan absurda que el público, en vez de meterse en lo que ocurre en la pantalla, alucine y disfrute desde una nueva perspectiva. Ya sean efectos especiales lamentables, un montaje imposible de seguir o decisiones delirantes de guion”, apunta Palencia.
No todo el mundo está de acuerdo con lo del humor. Domingo López, programador de festivales como el de Sitges, responsable del programa TV Hollybrut, que en su momento mostró este fenómeno en Paramount Channel, y colaborador en revistas como Scifi World Magazine o CineAsia, que llegó a dirigir, lleva la contraria: “Sé que soy minoría y lo debato mucho con amigos. Cuando rascas el cine mundial, lo que queda en el fondo del barril es el cine cutre. Ahí están las sorpresas, lo insólito en su despropósito. El cine cutre nace de grandes hallazgos involuntarios, no de películas que provoquen carcajadas, aunque entiendo que en los eventos, en sesiones y certámenes esas son las que mejor funcionan”.
No solo de copias vive el cine cutre, pero ahí están Dünyayi kurtaran adam (1982), aproximación turca a Star Wars; la versión china de Drácula con el mítico vampiro avanzando a saltitos; Space Monster Gwangmagwi (1967), la primera película coreana de ciencia ficción, un plagio de Godzilla, como también es plagio A. P. E. (1976), rodada a la carrera en Corea para subirse al éxito del King Kong de Jessica Lange; Lady Terminator (1989), la fotocopia indonesia del clásico de Cameron... “Hay imitaciones baratas de los grandes éxitos de Pixar, obscenas copias coreanas de Transformers, inquietantes plagios georgianos de Los Simpson... Hay de todo”, resume Palencia. “En las plataformas el algoritmo provoca películas cutres que imitan a lanzamientos precedentes de esas mismas webs”, cuenta Fernández. “El último desastre que lo confirma es Jackpot! en Prime Video”.
Y aparte están los centenares de clones de Rambo, como Presa mortal o el brucexplotation, todo un subgénero cimentado en imitar el cine de Bruce Lee, con figuras como el taiwanés John Liu, el director de Liu in Paris (1981), Dragon Blood: Liu in Mexico (1982), Made in China (1982) —rodada en la Costa Brava, no hay más que ver los nombres de las calles, aunque ambientada en Zambia y Francia― o New York Ninja (1984). Liu llegó a rodar en Europa y acabó en la cárcel en Zaragoza por rodar películas porno con menores de edad. Ahora vive retirado a los 80 años en Taiwán.
Por eso el mejor cine cutre es el que quiere no serlo. Como los filmes del legendario Ed Wood o The Room (2003), el título mítico del siglo XXI, la obra de Tommy Wiseau que encabeza los listados de los aficionados. Su huella es tan colosal, que James Franco dirigió y protagonizó en 2017 una visión de su rodaje, The Disaster Artist, que ganó la Concha de Oro de San Sebastián y fue candidata al Oscar a mejor guion adaptado, territorios donde nunca llegó The Room. Y sigue pendiente de estreno The Room Returns!, un tributo al drama más cutre de la historia, que ahora protagoniza Bob Odenkirk (Better Call Saul). Palencia se explaya: “Una cosa son las típicas películas de bajo presupuesto o de serie Z o cosas muy exóticas como el Batman filipino, el Spiderman japonés o las Tortugas Ninjas coreanas. Esas son malas y te hacen reír desde el primer día”. Otra, gente que se toma en serio, con o sin dinero, desde la superproducción Transformers: la venganza de los caídos a la barata Yo compré una moto vampiro. “¿Qué ocurrirá con Cats dentro de una década? Creo que será una especie de título de culto en el cine cutre. Como esa Transformers 2, de la que se han burlado hasta en la serie The Boys, donde la usan como medidor de tontos”.
El público amante del cine cutre ha aumentado. Aunque sea también fan de la serie B (con certámenes como el B-Retina, que arranca su novena edición el 19 de septiembre en Cornellà, o el CIM de Sueca, dedicado al cine internacional de mierda, que inaugura el 25 de septiembre), sabe diferenciar. “Siempre ha habido películas malas”, apunta Fernández. “En los años 40 en Hollywood estaba la productora Monogram para eso, o ahora The Asylum [creadores del fenómeno sharknado]. Las hacen malas a sabiendas”. Palencia pone más ejemplos actuales nacidos del mismo Hollywood, “como Oso vicioso, el de la cocaína, o Perezoso amoroso, con esta mascota asesina. No valen, están hechas ex profeso en su ineptitud”.
“Eso no es cutre”, insiste Fausto Fernández. “En estos tiempos de corrección política, donde no te puedes reír de alguien, hacerlo de estas pelis es un acto de rebeldía. Y además, es un cine vivo. No como el que vemos en cartelera, fotocopias inanes que salen de escuelas de cine y de laboratorios de festivales [parecida reflexión a la que hacía Javier Ocaña en su crítica de Silver Haze]. En estas al menos alguien ha intentado algo distinto. El cine cutre está ahí también para recordarnos que el cine no es una cosa de genios ni de oficinistas que lo hacen todo bien”. Como el iraní Jahangir Salehi, exiliado en EE UU, que rodó durante 21 años, en los fines de semana, Dangerous Men (2005). “Claro, el resultado es el que es”, remata Palencia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
