Aquel verano de... Álvaro Rivas: en el que mi banda grabó un disco
El cantante de Alcalá Norte relata un verano cercano, el del año pasado, cuando sorteaba las dificultades para grabar su disco, escaseaban las manos para tocar y el grupo no pasaba por un buen momento
En el cuarto de Carlos Elías hay una cama, un escritorio, preamplificadores apilados y una pantalla. Un armario empotrado, una mesilla de noche y un corcho en el que destaca un parche de las Viudas. Contraventanas cerradas, grabando siempre a oscuras. Hasta que un carpintero lo remedie, no entrará la luz sin que se cuele el ruido de Malasaña. En el centro de la habitación, entre sus trastos, Carlos monta un micrófono que pide silencio y excluye por ende cualquier ventilador. Semidesnudo en su cueva, acalorado, parece Gollum y no Gandalf, pese a su larga peluca gris. Huele a siesta. Pasa consulta de ocho a tres como médico de familia. Después, tras una lata de fabada, busca el catre. De ahí lo saca mi timbrazo sobre las seis de la tarde.
Así y allí paso las tardes durante dos meses. Grabando el disco de mi banda sin músicos disponibles ni ser nada de eso yo. Con los ánimos justos. Es verano de 2023 y ya no nos juntamos con Alma ni Conrado ni Jacobo. Unos nos dejan tirados, a otros los largamos. Laura, teclista que exhibimos en nuestras fotos, no ha llegado todavía al grupo. Juampi, el guitarra, se doctora en Suecia. El Admin, bajista, huye de sí mismo y de nosotros poco después de la noche de San Juan, y corre al Chorco a su encuentro con el lobo. ¡Admin, mira! Ahí va la de túnica y dalle, que busca colegas. Admin se asusta más aún ante tal presencia y se cura lejos del cuarto de Carlos. En aquel verano nadie llamaba Admin a Pablo. En aquel verano había otro Pablo en el grupo. Y Barbosa, nuestro batera, escucha nuestro álbum cimentarse y dice que el niño no es suyo aunque se le parezca. Todo el mundo agacha la cabeza y reparte perdones y tequieros. No es una buena época para Alcalá Norte.
Carlos me dirá lo que toca hacer hoy. Ayer abandonamos prematuramente la sesión. Doctor Rock detecta las más íntimas dolencias en las tripas mediante el vibrar de las cuerdas vocales. Entonces te anima a parar, pues no desea perder el tiempo. Es la difícil empatía del genio. Mañana más y, pasado mañana, más aún. Estamos grabando un disco porque Carlos se ha empeñado. No hay nadie más que crea en todo esto, salvo un extraño que se ofrece a pagar la grabación del álbum a cambio de quedárselo. Le decimos que sí, que claro, que obvio, porque el tío nos da miedo y una fecha límite, y porque si nos timara eso significaría que el disco fue guay, que es lo que queremos en última instancia. Así que me pongo a currar con Carlos, que sabe tocar el bajo y la guitarra de manera excelente para hacer rock. Acudo también al Pedro, nuestro viejo bajista, el creador de tropecientas de las melodías que ahora solo Carlos puede grabar. Mi mensaje: te necesito. Él, suspicaz: qué quieres. Na, hablar del disco xd. Me da audiencia en el Tetuán y en persona lo ablando. Pedro Buisán también viene al cuarto de Carlos.
En el cuarto del Doctor grabamos mil tomas de cada canción. Él escoge luego los fragmentos pertinentes para la versión definitiva. Ha replicado electrónicamente los golpes que da Barbosa en el local de ensayo y es capaz de imaginar cómo tocaría nuestro heavy sus tambores sobre los nuevos fragmentos que vamos inventando. Porque al cuarto de Carlos las canciones llegan avanzadas, pero pocas se presentan como creación cerrada. ¿Y qué hay del Admin, ya entrado agosto? Al meter Carlos su garra en la gran obra inacabada del Admin, La calle Elfo, este baja de las montañas como teleri que ve a un noldor robar su lancha. Y el cuarto de Carlos pasa a ser, por una tarde, un puerto de Eldamar en guerra, y nuestra canción más bonita despliega por fin su figura completa. Cuatro quintas partes del disco, ese disco que aquel extraño se quedará en propiedad si nadie lo remedia, son grabadas en el cuarto del Carlos, y por ellas Alcalá Norte paga cero euros. El Doctor hace esto con muchos otros músicos harapientos, que a veces lo dejan tirado. Es un desenlace que él asume como natural. Una minoría completa el trabajo, y entonces estos artistas no desean sino pasar a la segunda fase: ir al estudio de Carlos, donde las horas cuestan dinero, hay muchísimos más cacharros caros y trabaja su socio Pablo Fergus, que sabe hacer lo que le pidas con sus sintes y sus mezclas y sus tres másteres. Allí se retoca el trabajo que viene del cuarto de Carlos; allí hay aire acondicionado y entonces Barbosa lo pasa bien.
Y del estudio La Cafetera sale un disco debuti y mandamos al extraño comprador a paseo. Nos aliamos en su lugar con unos euskaldunes, con José Gerpe y con el Camu. Y yo lo celebro comiendo en Mangal II con María Victoria en sucesivas visitas a la Gran Bretaña. Me endeudo con Hacienda y gasto en lujos privados cientos de euros que la banda tenía en sus arcas. Problemas para aquel otoño.
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