Las 40 peores decisiones de la música española
No todo en una carrera van a ser éxitos y parabienes. En la ya larga vida de canciones que ha regalado el pop español han acontecido algunos notorios errores de cálculo. Por aquí desfilan estrellas como Bunbury, Alejandro Sanz, Dover, Marta Sánchez o Nacha Pop
La música pop en español lleva camino de las siete décadas. Podemos fechar su inicio a finales de los años cincuenta, con la irrupción del primer fenómeno pop, el éxito arrollador del Dúo Dinámico. Han pasado muchas cosas desde entonces, la mayoría buenas. Y, sobre todo, los artistas españoles están dejando un legado plagado de estupenda música. Pero también ha habido decisiones desastrosas. Estas son algunas de las más relevantes.
El disco de Alejandro Sanz del que ni él quiere hablar
En 1989 Alejandro Sanz era un chico de 20 años con una obsesión: triunfar en el mundo de la música. A cualquier precio. Incluso uno del que renegará toda su vida. Su primer disco se editó con el nombre de Alejandro Magno y con el título de Los chulos son pa’ cuidarlos. Tal cual. Producido por Luis Miguélez, experto en petardeo pop, Sanz/Magno aparece en la portada con una chaquetilla de torero y con una pegatina de un Smiley ravero (ya saben). El disco es tal disparate que resulta adictivo. Un pop sintético mamarracho con alguien gimiendo por ahí cosas como: “Los chulos son pa’ cuidarlos. / Y tú no lo haces así. / Los chulos son pa’ cuidarlos. / No me tengas porque sí”. El álbum se ha convertido en una pieza codiciada que llega a costar unos cientos de euros en el mercado del coleccionismo. Preguntado por este artefacto en una entrevista con EL PAÍS en 2015, Sanz respondió: “No me veo reflejado en él. No sabía ni lo que significaba el título. Tenía 17 o 18 años [cuando lo grabó, algo más cuando se publicó]. Me cogió gente de la industria y decidió ese título. Pero es que escogieron a la persona equivocada: habrá gente que defienda ese título con orgullo, pero yo…”.
Operación Triunfo se carga a la industria musical
Los datos. La gala del primer Operación Triunfo, donde se proclamó vencedora Rosa López por delante de David Bisbal y Bustamante, fue vista por 13 millones de personas. Era febrero de 2002. Por comparar: el último Eurovisión, el de 2024, sumó 4,8 millones de espectadores. En 2002, de los 10 discos más vendidos en España, seis llevaban la firma del concurso, empezando por el primero, Corazón latino, de David Bisbal, y continuando por los debuts de Bustamante, Manu Tenorio, Rosa o Chenoa. Las empresas españolas de fabricación de compactos no daban abasto y hubo que recurrir a las de Bélgica, Holanda… Casi todo el resto de la música española desapareció (resistieron Amaral, Café Quijano, Álex Ubago y poco más) engullida por el fenómeno OT impulsado por la televisión pública. El desconcierto fue tremendo. Un veterano como Manolo García comandó la protesta. El fundador de El Último de la Fila aprovechó que en un programa algún concursante realizó una versión de un tema suyo para señalar: “Me hubiera gustado que se me preguntara si quería formar parte de este, perdonen pero es lo que a mí me parece, circo. Que nadie se llame a engaño. Esto no es una versión en un programa de música, es solo una pieza más en una máquina de hacer churros, o sea dinero, perfectamente orquestada. Eso y solo eso. Para mí la música es otra cosa”. Así estaban las cosas en 2002. Luego llegó el top manta, la piratería digital, Spotify… Y la industria musical en formato físico desapareció.
Cuando se ignoraron tres obras maestras: Veneno, La leyenda del tiempo y Omega
“Nadie hacía ni puto caso al disco. O no salía en prensa o se le criticaba negativamente. Era muy frustrante ver cómo te abandonaba la escena. Estábamos en plena explosión del indie, decidimos abrirnos para experimentar y llegó la indiferencia”. El que habla es Antonio Arias, cabecilla de Lagartija Nick, y se refiere a Omega, el álbum que firmó el grupo granadino junto a Enrique Morente en 1996. Esa incomprensión e indiferencia (cuando no fustigamiento) también la padecieron Veneno (1977), el trabajo que compartieron Kiko Veneno y los hermanos Amador, Rafael y Raimundo (luego Pata Negra); y La leyenda del tiempo (1979), de Camarón de la Isla. Tres trabajos valientes, vanguardistas, rompedores e inspirados: el flamenco como arte vivo que fecunda otros géneros. En la época en la que se editaron resultaron tres fracasos comerciales y de crítica. Años más tarde, están considerados como obras maestras y en las primeras posiciones de las listas de los mejores álbumes de la música española. Está claro que el (buen) arte incomoda, escarba en las entrañas y tarda un tiempo en trascender, pero seguramente los protagonistas de estos tres discos habrían agradecido un poco de más comprensión y cariño en el momento en el que difundieron sus obras.
El rock urbano quiere ser moderno
Hacia 1980 el rock urbano español, que relató musicalmente el desencanto social de la juventud durante la Transición, perdió la cabeza. Los sonidos urgentes y plastificados de la nueva ola dominaban el pop y a algún productor con autoridad (un Teddy Bautista aún sin ambiciones de gestión) se le ocurrió que todo debía llevar sintetizadores, había que vestirse con traje y corbata y sonar lo más parecido posible a The Police. Cayeron en la trampa, entre otros, Topo (solo hay que escuchar Pret a porter: ya solo el título…), Leño (Más madera) o Cucharada, que después de un disco social y rockero como El limpiabotas que quería ser torero editaron la ligera Quiero bailar rock and roll, que acabó con su carrera. De Cucharada salió Manolo Tena para formar Alarma!!!, esta vez sí, fantástica banda y lo más parecido que tuvimos por aquí a The Police. El caso es que eran buenas canciones, pero deficientemente producidas, como se puede escuchar en Más madera. “Teníamos mucho respeto al Teddy, por el tema de Los Canarios y tal, y nos dejamos asesorar; pero el sonido no es bueno, no”, declaró décadas después Rosendo Mercado sobre aquel segundo disco de Leño.
Pensar que la edad de oro del pop-rock español comenzó en los ochenta
Existe un relato bastante aceptado que fija en los ochenta la década dorada del pop español. Totalmente falso. Quizá se confunde industria con planteamientos artísticos. Puede que en los ochenta el sector musical se asentara como un rentable modelo de negocio, pero se pusieron las bases antes y, si juzgamos por calidad y cantidad, ahí están los sesenta. Y por espíritu aventurero, que para eso fueron los pioneros. Desde el primer fenómeno pop protagonizado por el Dúo Dinámico a finales de los cincuenta hasta la gran cosecha de los sesenta. ¿Ejemplos? Los Brincos, Los Bravos, Los Canarios, Los Salvajes, Los Sírex, Miguel Ríos, Micky y Los Tonys, Bruno Lomas, Lone Star, Los Ángeles, Los Pekenikes, Los Pop-Tops, Los Módulos… Y muchos más que pusieron la base de lo que es hoy la música española. Permanecen sus discos, llenos de entusiasmo y calidad, para el que quiera comprobar el auténtico primer gran periodo del pop-rock de aquí.
El desastre del traslado de Primavera Sound a Madrid
“El objetivo es crecer, expandir la experiencia Primavera Sound a Madrid”, dijeron los responsables del festival, que querían demostrar su músculo en la capital en 2023 después de una veintena de ediciones en Barcelona. Contaban con el apoyo del Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid. Pero eligieron mal. O mejor dicho: eligieron lo único que vieron viable, la Ciudad del Rock, en Arganda del Rey, a casi 40 kilómetros del centro de Madrid. Un páramo en medio de ninguna parte que se embarró debido a las lluvias y acabó suspendiendo la primera de las tres jornadas. Las otras dos se celebraron, pero con el ánimo decaído y un plan de movilidad resquebrajado. Hubo gente que tardó cuatro horas en llegar a su casa, a pocos kilómetros del recinto. Un 10 para el civismo y la paciencia de estos espectadores. Y Primavera Sound Madrid se quedó en una sola edición y dejó una lectura nada optimista para los próximos años: las dificultades para encontrar un recinto cómodo para realizar un festival masivo en la principal ciudad española. Que se lo pregunten a Mad Cool...
Los insultos a Paco de Lucía en el entierro de Camarón
“Camarón ha sido el artista más grande que ha dado el flamenco. Cuando le escuché cantar por primera vez, cuando él tenía 17 años, aquello fue como la llegada del Mesías”. Esta reflexión la expuso Paco de Lucía en docenas de entrevistas. Por eso y por la relación tan pura que tuvieron los dos genios resultaron injustos los improperios que recibió el guitarrista (“ladrón”, le llegaron a chillar) en julio de 1992, en San Fernando, en el entierro de Camarón. La cosa se enredó los últimos meses de la vida del cantaor. Desde el entorno del de La Isla comenzó a calar la teoría de que el cantaor figuraba en muy pocos temas en Autores. Y se señalaba al guitarrista como beneficiario de esas regalías. Falso. Había una práctica que se toleraba en la SGAE: se permitía que se firmasen cantes que eran del ámbito “tradicional”, sin adjudicatario. Es verdad que el padre de Paco de Lucía, el productor Antonio Sánchez, que se encargó de los primeros trabajos de Camarón, firmó temas populares. ¿Podría haberlo hecho también Camarón? Seguramente, pero por desconocimiento o pereza, no lo hizo. Lo que está claro es que Paco de Lucía no tuvo nada que ver. Incluso el guitarrista vivió en sus propias carnes casos mucho más sangrantes: la mitad de los derechos de autor de Entre dos aguas, su tema más popular, fueron a parar a manos de un tal José Torregrosa, cuya única labor fue transcribir las partituras. Paco no se escondió en el entierro de su amigo, portó el féretro y aguantó los arbitrarios y desagradables abucheos de algunos aficionados.
Bunbury no acredita los versos de poetas que incluye en sus letras
Todo comenzó con el disco Hellville de Luxe (2008), el quinto álbum en solitario de Enrique Bunbury tras su paso triunfal por Héroes del Silencio. En las letras de ese trabajo se descubrieron frases de poetas como Pedro Casariego o Joseba Sarrionandía. El músico no citaba en los créditos a ninguno de los citados. En 2020, en plena pandemia, llegó la bomba: El método Bunbury, un estudio realizado por el poeta vallisoletano Fernando del Val donde se ponían hasta 37 canciones bajo sospecha, tanto de la época de Héroes del Silencio como de su periodo en solitario. Hasta 539 versos realizados con fragmentos de autores como Mario Benedetti, Felipe Benítez Reyes, Francisco Arrabal, Charles Bukowski, Fernando Sánchez Dragó, Blas de Otero, Michel Houellebecq, Gabriel Celaya… Bunbury se defendió de la primera acusación de plagio, en 2008, así: “No es ni plagio ni nada. Es lo que hacemos los escritores en todos los ámbitos: recoger frases de la calle, de los periódicos, de los bares y, por supuesto, de los poetas. La acusación es una chorrada. Y si no que le pregunten a Dylan”. Y ya. Desde entonces, el músico ha vetado a algún periodista al que considera incómodo y solo accede a encuentros complacientes.
Tomarnos en serio (musicalmente hablando) el actual Eurovisión
Muchos se quejan de que en la televisión generalista en España la música desapareció. “Solo se habla de música cuando llega Eurovisión”, argumentan. Pues se equivocan: Eurovisión tampoco es música. Es un espectáculo televisivo. Pero en España seguimos teniendo encendidos debates sobre si esta canción es mejor que la otra. Los más mayores se acordarán de aquella orquesta sensacional que arropaba a Mocedades, Julio Iglesias o Raphael. La eliminación de esta orquesta, allá por 1999, fue el primer paso. Luego ha habido otros, como que la famosa puesta en escena (la mayoría de las veces pirotécnica) pese tanto. O que los intérpretes sean un prodigio en el baile. La conclusión es una abundancia de sonido mimetizado y procesado. Cuidado, que el noble arte de unir corcheas con semicorcheas haya desaparecido no significa que pueda resultar un concurso divertido. Pero, por favor, no nos tomemos en serio (al menos en lo musical) este festival.
Bebe intenta reinventarse… pero no
Nacida en Valencia pero de sangre extremeña, María Nieves Rebolledo desembarcó como un torbellino en el pop español de autor en 2004 con Pafuera telarañas, álbum muy afortunado y popularísimo en el que Bebe se desenvuelve con espíritu mestizo, reivindicativo, ocurrente, lenguaraz y provocador, soltando verdades como puños (Malo, Ella) en un tiempo en el que aún no sabíamos qué era eso del empoderamiento. Fue una línea que exploró y mejoró con Ypunto (2009), disco de poética insinuante y canalla que aplaudió la crítica, pero obtuvo una acogida mucho más tibia que su antecesor. Y por ello, ¡ay!, la autora de Que nadie me levante la voz intentó reformularse en 2012 como una rockera enfurruñada con Un pokito de rocanrol, un álbum que intentaba parecer fiero, agudo y provocador, pero se quedó en solo sonrojante. Seguro que no recuerdan ya Mi guapo, Yo fumo o K.I.É.R.E.M.E., pero, por su propio bien, no se tomen la molestia de refrescarse la memoria en Spotify. Bebe ha firmado desde entonces trabajos importantes como actriz, pero seguimos echando de menos a aquella cantautora capaz de cautivar.
Los festivales amenazan con acabar con las salas de conciertos
Dinero privado, dinero público, fondos de inversión… Llegan billetes por todos los frentes para apoyar y organizar festivales de música. Nunca en España se había vivido un furor tan grande por asistir a estas concentraciones musicales masivas. Alguien puede pensar: ¿cuál es el problema?; todos salen ganando, ¿no? Pues no. Las salas de conciertos, donde nacen y crecen los grupos que luego actuarán en los festivales, se quejan de que este bum festivalero está acabando con ellos: se ve mermado el apoyo institucional y privado en beneficio de los festivales. “La constante actividad de las salas y su programación incesante durante el año permite a los músicos desarrollarse en el directo y percibir ingresos de forma ininterrumpida. Al contrario de lo que ocurre con el carácter estacional de los festivales y macrofestivales de verano. Un hecho que sitúa a las salas como el motor económico fundamental para el sustento de la escena”, dicen desde la asociación Madrid en Vivo. Si no se apoya a los clubes (también el aficionado), mal negocio estamos haciendo y se pone en peligro la salud de la música en directo. Pero qué importa el futuro si te puedes forrar con el presente…
Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán no hacen gira de Señora azul
En 1974 ya eran cuatro músicos avezados y reconocidos, y su confluencia artística hacía presagiar un acontecimiento para el pop español. Aquel Señora azul hermanó a Juan Robles Cánovas (ex de Franklin), Adolfo Rodríguez (cantante de Los Íberos), Rodrigo García y José María Guzmán, ambos integrantes de Solera. Los cuatro eran tipos brillantísimos y hoy se reconoce de manera unánime aquel álbum entre los cinco o 10 mejores de la historia de este país, pero la España de hace medio siglo no estaba preparada para unos Crosby, Stills, Nash & Young “a la ibérica” y la repercusión fue solo discreta. Los primeros en no apostar por la excelencia de ese proyecto fueron ellos mismos, porque obras maestras como Señora azul, Solo pienso en ti, El vividor o Si pudieras ver jamás desembarcaron en los escenarios. Rodrigo prefirió enrolarse en la gira de Karina (con la que además mantenía un vínculo sentimental) y los CRAG no volvieron a reunirse hasta 10 años más tarde, con un disco, Queridos compañeros, que tampoco sacaron de gira. Todo muy triste.
Los discos malos de Russian Red
El advenimiento de la madrileña Lourdes Hernández fue una de las primeras grandes sensaciones de la música española del nuevo siglo. Su estreno discográfico como Russian Red, I Love Your Glasses (2008), la convirtió en estandarte de una nueva generación de mujeres jóvenes y de aires acústicos (Anni B Sweet, Zahara…), así que la todopoderosa Sony la fichó para un álbum de consagración, Fuerteventura (2011), grabado en Escocia junto a varios músicos de Belle & Sebastian. Lourdes era un talento puro y en eclosión, un lujazo renovador para nuestra escena. Pero a partir de ese momento solo se ha sucedido… la nada. Por mucho que se fuera a grabar a Los Ángeles, Agent Cooper (2014) era un disco tan errático y endeble, y tan mal defendido en directo, que el público lo recibió más ofuscado que decepcionado. Y con las musas de vacaciones, Russian Red hubo de contentarse con un disco de versiones, Karaoke (2017), antes de un prolongado silencio roto este año con sus primeras canciones en castellano, Volverme a enamorar… que tampoco invitan a nada parecido al optimismo.
Rosendo Mercado se retira cuando más se le necesita
En diciembre de 2018 Rosendo Mercado ofreció conciertos en Madrid y Barcelona. Los de su despedida. En el del WiZink Center, al final, cuando el rockero de Carabanchel se despedía con una sonrisa humilde (como siempre ha sido), alguien del público grito: “Rosendo, no te vayas, que viene Vox”. Aquel aficionado designó al músico como baluarte de una actitud auténtica y unos principios obreros como los de antes: cuando alguien de un barrio de currelas solo podía ser de izquierdas. Bien, un año después de aquel recital, el partido de extrema derecha conseguía el 15,09 % de los votos y 52 diputados en el Congreso. Estaba claro que “venía Vox”. El fundador de los queridos Leño se marchó como es él, con un concierto sin apenas concesiones al emotivo momento, un recital más de la gira. La licencia sentimental fue llevar a su hijo (Rodrigo, también músico) de telonero. Y poco más. “Me duele tener que parar, pero la vida es esto”, dijo al final. Y no podemos estar más en desacuerdo en este caso: más que nunca se necesitan tipos puros como Rosendo, alérgicos al postureo y con unas letras que detestan poltronas y mamoneos. Rosendo, vuelve, que ya no solo está Vox, sino que asoman sombras tenebrosas incluso más a la derecha.
Mocedades entra en combustión
En todas las bandas estallan peleas en un momento dado. ¿También en Mocedades, ese grupo afable que gusta a todo el mundo? También, y virulentas. 1973, Eres tú y Eurovisión. No ganaron (quedaron segundos), pero en el imaginario colectivo parece que sí, porque su Eres tú les disparó. A mediados de los ochenta llegó la primera fractura: su voz solista, Amaya Uranga, se marchó para iniciar una carrera en solitario y luego formar El Consorcio. Sin su voz principal, el grupo sobrevivió con galas aquí y allá. En 2014, más turbulencias: Izaskun Uranga y Javier Garay (dos de los históricos de Eurovisión) se pelean y se separan. Desde entonces existen dos Mocedades, más El Consorcio. Los tres repiten muchas canciones en sus conciertos. El año pasado se cumplieron 50 años de su fecha más famosa, su participación en Eurovisión, y la guerra se recrudeció. Actualmente, los tres grupos actúan por su cuenta y se arrogan el “auténtico legado” de Mocedades.
Los musicales de Nacho Cano
De acuerdo, puede que no te caiga demasiado bien Nacho Cano, sobre todo si has leído alguna de esas entrevistas recientes en las que ejerce el cuñadismo del “en España antes había libertad y ahora ya no”, pero admitamos lo evidente: Mecano son parte consustancial de nuestra historia y muchos de sus mayores éxitos llevaban su firma. Incluso tras la separación del trío deslizó algún artefacto pop de atractivo razonable, desde Sube, sube a, sobre todo, Vivimos siempre juntos. Ahora bien, todo cambió el día en que el autor de Me colé en una fiesta se creyó pariente cercano de Andrew Lloyd Webber. Hay que tener buena memoria (y mucho disco libre en la masa gris) para recordar A, su musical de 2008 sobre el cambio climático. Al menos su hilo argumental era loable y adelantado a la época; en cambio, el actual Malinche, que él mismo reconoce como “un blanqueamiento del imperialismo español”, obliga a una digestión todavía más pesada. Pero a las sucesivas presidentas regionales del PP parece encantarles su trabajo, oiga, así que… todos contentos. Bueno, todos excepto los sindicatos policiales, atónitos ante la verborrea quinqui-chuleta-tabernaria de Cano, tan mimético con el deje cheli de sus amigas, ahora que los juzgados se han puesto a investigar sus fórmulas de contratación.
Que Triana siga en la carretera sin ninguno de los tres fundadores
Puede que este verano se tropiece en su lugar vacacional con un cartel de un concierto de… Triana. ¿Triana? ¿Pero no desaparecieron en 1983 con la muerte de Jesús de la Rosa? Efectivamente, el gran trío de rock andaluz decidió disolverse el día que falleció en accidente de tráfico a los 35 años su cantante y letrista. Pero en 1994, Tele Palacios, el baterista, le pidió al guitarrista Eduardo Rodríguez si podía salir de gira como Triana “porque necesitaba dinero”. Así lo hizo, hasta que en 2002 Tele falleció de un aneurisma. No más Triana, entonces. Pues no: el grupo que tocaba con Tele, comandado por Juan Reina, continuó. ¿Cómo es posible, si no había ninguno de los tres miembros originales? Tele había registrado el nombre del grupo y ahora pertenecía a su viuda y sus dos hijos, que decidieron que Juan Reina continuara ofreciendo conciertos… a cambio de un porcentaje. Durante los últimos tiempos Eduardo Rodríguez (único superviviente del trío) ha puesto varias demandas a los que siguen actuando bajo el nombre de Triana. Pero de momento no hay manera de pararlo, porque legalmente poseen la propiedad del nombre. Si Jesús de la Rosa levantara la cabeza…
Presuntos Implicados sigue con nueva cantante tras la marcha de Sole Giménez
¿Cómo se llamaba la cantante de Presuntos Implicados? Sole Giménez, en efecto: parece la respuesta instantánea para una de esas preguntas muy facilonas “por la ese” en el Pasapalabra. Pero habría otra contestación posible en la figura de Lydia Rodríguez, la mujer que ocupó el centro del escenario desde 2008 hasta el comunicado de disolución definitiva de la banda, en febrero de 2021. Nadie lloró demasiado esa despedida porque para entonces (casi) nadie guardaba el nombre de Presuntos en sus oraciones. El divorcio fraternal entre los hermanos Giménez —Sole y Juan Luis, guitarrista y compositor principal— terminó siendo desfavorecedor para ambas partes en términos de popularidad. Sin embargo, Sole ha conservado un nicho de público que aún le profesa respeto y simpatía, mientras que localizar a algún aficionado que recuerde con nitidez Será (2008), el reestreno del trío junto a Lydia —la representante española en la Eurovisión de 1999—, nos obligaría a un ejercicio de periodismo de investigación.
El desprecio del poder y los medios por el rock y los cantautores en favor de la Movida y el pop
“Todos aquellos que me ensalzaban, una vez muerto Franco, decidieron que nuestra música ya no tenía razón de ser. Y nos ponen una etiqueta de tíos aburridos, barbudos con una simple guitarra”. Son palabras que ha repetido el cantautor extremeño Luis Pastor cuando ha recordado los años ochenta. Además de los barbudos habría que sumar a los melenudos del rock: Topo, Asfalto, Leño, Ñu, Bloque… Los rockeros y los cantautores (además de Pastor podemos citar a Hilario Camacho, Rosa León. Labordeta, Pablo Guerrero, Suburbano…) fueron básicos durante los años setenta, con los estertores del franquismo y la llegada de la Transición. Su tenacidad, su lucha por la libertad, sus ganas de acabar con los autoritarismos ayudaron a la ciudadanía a crear una conciencia social y a disfrutar de una cultura libre. Pero llegaron los ochenta, las fuerzas progresistas ganaron las elecciones… y se olvidaron de ellos. Eran hasta incómodos, porque denunciaban las injusticias de estos primeros años democráticos. Fueron ignorados por los grandes medios y por el poder, que prefirió contratar con el dinero público propuestas musicales más frívolas y supuestamente modernas. Algunos de aquellos luchadores tuvieron que cambiar de profesión y otros resistieron a duras penas. Pocas injusticias tan flagrantes en la música española.
Camilo Sesto regresa con Mola mazo
“Cuando llegamos al estudio de grabación y vimos ese título en las partituras, Mola mazo, nos miramos los unos a los otros pensando: no puede ser verdad”. Lo explicaba de esta manera tan gráfica Andrea Bronston, corista de Camilo Sesto y una de las personas de su más estrecho círculo de confianza. Corría el año 2002 y el autor de Algo de mí o Vivir así es morir de amor, en las horas más bajas de su trayectoria, intentaba llamar la atención de un público más joven apelando a una expresión entonces en auge entre la chavalería. Como no podía ser de otra manera, nadie, ni joven ni mayor, se creyó aquella conversión al colegueo. El de Alcoi seguirá siendo por siempre uno de los vocalistas más asombrosos que ha conocido la música española, además de un ejemplo de osadía y audacia (ese montaje temerario de Jesucristo Superstar, esa interpretación mayúscula de Getsemaní). Pero no hubo nadie lo bastante piadoso como para persuadirle de que abortara el disparate del molamazismo. La canción sonó mucho… pero con la única intención de caricaturizar o ridiculizar a su firmante. Una tristeza.
El repudio público a Teddy Bautista
Lo de Teddy Bautista es una pena. Pocos músicos ha conocido este país tan revolucionarios, brillantes y adelantados a su tiempo como este grancanario capaz de hacer al frente de Los Canarios lo que ningún otro artista español habría soñado, ya desde su deslumbrante época soul (Get on your knees era una barbaridad a escala no española, sino planetaria) y hasta la osadía de convertir Las cuatro estaciones es un prodigioso delirio sinfónico (Ciclos, 1974). Cuando orilló el arte por la gestión, entró en una SGAE anquilosada y funcionarial (1983) y la convirtió en una entidad moderna y eficiente… hasta que empezaron las decisiones megalómanas avaladas por una camarilla complaciente. Y de ahí llegamos al Caso Saga, con la entrada de la Guardia Civil en la sede central de la SGAE el 1 de julio de 2011 y la detención de Bautista por presunto desvío de fondos. Pintaba feo, pero, tras una instrucción extenuante, Teddy y el resto de los acusados resultaron absueltos de todos los cargos en 2021. Completamente limpios. ¿Algún músico, ilustre o no tanto, alzó la voz para disculparse? ¿Alguien le ha pedido públicamente perdón? ¿Ha restituido la historia del pop español el buen nombre del firmante de Free yourself o el memorable Judas de Jesucristo Superstar? Por favor, un respeto: Bautista no se supo manejar ante su prolongado idilio con el poder, e incluso cometió torpezas tan terribles como confiar en un brazo derecho que se fundió 40.000 euros de la Visa corporativa en prostíbulos, pero su contribución a la historia de la música en España es imprescindible.
La formación original de Barón Rojo se reúne en 2010, y se pelean desde el minuto uno
Barón Rojo ha sido la mejor banda española de rock duro. Incluso la competencia (otros grupos) no ponen en duda esta afirmación. Sus discos y sus conciertos de los primeros años ochenta se antojan inalcanzables para cualquier otra agrupación. Pero su final fue triste, con dos bandos (los hermanos de Castro, por un lado, y Sherpa y el batería Hermes Calabria, por otro) irreconciliables. En 1989 Sherpa y Calabria se marcharon. En 2010, con las heridas todavía palpitantes (y mira que había pasado tiempo) se reunieron, evidentemente por el dinero (muy lícito, por otra parte), para celebrar el 30 aniversario de su nacimiento. Entraron al local de ensayo peleados y siguieron esa línea, incluso ascendente. La gira no fue todo lo exitosa que se esperaba: en Madrid, su ciudad, arrancaron en La Riviera, una sala con una capacidad de 2.000 personas, una audiencia mucho menor de la esperada. Sin ilusión y sin ganas de ponerse de acuerdo, la reunión fue languideciendo. Ni siquiera canciones tan brutales como Resistiré o Los rockeros van al infierno pudieron con tanto rencor. Y así sigue la cosa…
José Luis Perales graba Que canten los niños
José Luis Perales figura entre los más grandes, y ahora ya nadie se ruboriza a la hora de proclamarlo (en sus tiempos, los modernos eran más pudorosos para estas cosas). Además, para que conste, el autor de Te quiero, Celos de mi guitarra o Un velero llamado Libertad es tan bella persona que incluso se tomó con resignación y buen humor el bulo veraniego de 2023 que le daba por fallecido. Pero en un catálogo de casi 700 canciones con su rúbrica siempre se cuela algún renglón torcido. Lo del Baila con el hula-hoop (1979) habrá que perdonárselo (a regañadientes) como una canción utilitarista para aquel bailecito con aro a la cintura que popularizaron Enrique y Ana, como recordarán con cierto bochorno los boomers. Pero Que canten los niños, su almibarado éxito de 1986 con aparatoso coro infantil, ya no tiene justificación posible, ni siquiera su carácter benéfico a favor de Aldeas Infantiles. La balada es tan ñoña, repipi y contraindicada para los niveles de azúcar en sangre que nadie, tras escucharla, puede quitársela ya de la cabeza. No te lo perdonaremos jamás, José Luis.
Incapaces de organizar unos Premios de la Música
¿Cuántos intentos ha habido? Los Premios de la Música, los Amigo, los Odeón… No hay forma de organizar unos galardones del sector que den lustre y repercusión a la música española. El último intento ha sido este mismo año, con los Premios de la Academia de la Música. Empieza la cosa regular, con los pecados de siempre: cero transcendencia, reparto de galardones entre los artistas de las multinacionales, ínfima presencia en la gala de músicos de fuste… Se mira con envidia al cine, a los Goya, pero se carece de unión, ilusión y espíritu de renovación.
José María Cano se lanza en solitario como Josecano
Se supone que era el sensible de los Cano, el ensimismado, el de la vis poética. Frente al perfil estruendoso de Nacho, siempre propenso a las canciones más sintetizadas, explosivas, comerciales y, para qué negarlo, tontorronas, el hermano mayor asumía un perfil más intelectual, introspectivo y baladístico: Lía o Hijo de la luna salieron de su pluma. Ahora bien, tras la primera disolución de Mecano (1992) se enfrascó en la composición y producción de una ópera, Luna, que le costó cinco años de trabajo y un descalabro económico. Así que en el año 2000 quiso regresar al redil del pop con el nombre artístico de Josecano y un álbum encabezado por el sencillo Y ahora tengo un novio, una canción dedicada a su pequeño hijo Daniel. Sus intenciones serían loables, pero tanto el tema estrella como el resto del disco han sido devorados por el olvido. Y casi mejor así. José María no ha vuelto a la música y anda enfrascado ahora en su faceta de artista visual.
Miguel Bosé dinamita su carrera
El declive musical de Miguel Bosé no camina acompasado al estallido de la pandemia, donde el cantante se convirtió en motivo de preocupación y chiste (ambas son compatibles) por la difusión de teorías disparatadas y una cerril actitud negacionista. Pero, como decimos, los bajos niveles artísticos vienen de antes. Su último disco de estudio es el discretísimo Amo, de 2014, hace ya 10 años. Bosé nos ha regalado una década (de mediados de los ochenta a mediados de los noventa) de música atrevida, innovadora, personal, comprometida con la vanguardia pop y al mismo tiempo comercial. Discos como Bandido, Salamandra o Los chicos no lloran son obras relevantes. Con eso ya ha cumplido y es lógico asumir un descenso en la intensidad compositiva. Pero sus últimos y extraños años, ausentes de significación artística, han abierto un boquete en su carrera.
El disco sinfónico de Los Secretos
Perder a un genio como Enrique Urquijo en noviembre de 1999, tan joven y con tanta música aún por delante, fue una de las mayores puñaladas que nos tenía reservadas el destino en la historia del pop español. Pero su hermano Álvaro ha sabido sobreponerse al dolor de manera encomiable, preservar el legado de una banda decisiva que él también fundó y ampliar su legado con algunos nuevos álbumes de estudio bien apreciables, aunque de impacto muy inferior al de sus antecesores. Eso sí, en su empeño por reinventar y revalorizar los clásicos históricos de la banda, puede estar incurriendo en redundancias innecesarias, cuando no contraproducentes. Son comprensibles las antologías, inevitables las reediciones conmemorativas, agradecidas las nuevas versiones en formato acústico (Con cierto sentido, 2003), justificables los álbumes en directo a raíz de citas sonadas (Gracias por elegirme, inmortalizado en 2008 en la Plaza de Las Ventas). Hasta podemos transigir, desde el escepticismo, con el truco del disco de versiones (Algo prestado, 2015). Pero Sinfónico (2012) se le atragantó a la parroquia, por más que la banda intentase buscar la complicidad del pop decantándose por una orquesta joven, la de la Universidad de Valladolid. ¿Arreglos sinfónicos para Déjame, Ojos de gata, Pero a tu lado? Entran ganas de recurrir a otro de los títulos reinventados: “Hoy no”.
La retirada de Esclarecidos
Argumentaron que ya lo habían dicho todo. Que nunca fueron un grupo al uso, con aspiraciones de pervivencia ni de profesionalización plena. Que el ciclo transcurrido entre Música para convenios colectivos, su pintoresco single de 1982, y la experimentación electrónica y conceptual de La fuerza de los débiles (1996) bastaba para cerrar todo ese discurso de pop intelectual, poético, de un impresionismo evocador y una imaginación tan libérrima que admite pocas comparaciones en la historia de la música española. Si alguien confiaba en que la disolución fuese una desafección pasajera de Alfonso Pérez, fabuloso letrista de la banda y alto directivo de la discográfica Warner, estaba muy equivocado. Pero casi tres décadas después seguimos añorando a Esclarecidos, más aún si tenemos en cuenta que coletazos posteriores, como el proyecto Lliso (1998) o el lindísimo elepé en solitario de la cantante Cristina Lliso (Si alguna vez, 2012), avalan la tesis de que a aquella aventura minoritaria pero fascinante aún le quedaban balas en la recámara.
Calamaro defiende a Luis Rubiales (entre otras muchas declaraciones)
No es que Andrés Calamaro sea verborreico, que sí. Ni que pongamos en duda la libertad de expresión, que solo faltaba. Pero la habilidad del artífice de Los Rodríguez y de álbumes como Alta suciedad u Honestidad brutal (sí, los dos primeros de su segunda etapa solista: el resto es infinitamente menos reivindicable) para dilapidar por sí solo su credibilidad y legado no conoce parangón. Desde demasiados años a esta parte, cada vez que toma la palabra para pronunciarse sobre algún asunto de actualidad provoca una incómoda mezcla de lástima, estupor, bochorno y vergüenza ajena. La última, al menos hasta que lea este artículo y reincida en su torpe arte del despotrique, fue cuando se mostró condescendiente con el beso no consentido de Luis Rubiales, expresidente de la Federación Española de Fútbol, procesado por agresión sexual y coacciones a la jugadora Jenni Hermoso. Un asunto que el argentino encontró risible: “Vuelvo, volvemos el día que Rubiales y Jennifer puedan acercarse a menos de 200 metros’', anotó al final de un concierto en Mérida. Y añadió, puestos a disparar en todas las direcciones: “Volveremos con Eva de Amaral mostrando las peras”. Todo muy triste y desagradable. Tanto como para recordar aquel dicho popular sobre lo guapo que algunos están callados…
El álbum de regreso de Golpes Bajos
Los vigueses Germán Coppini y Teo Cardalda solo fueron capaces de entenderse musicalmente entre 1983 y 1985, un periodo en el que lograron registrar un elepé y dos minielepés. Son un total de apenas 20 canciones, pero muchas de ellas tan fabulosas (en particular, Malos tiempos para la lírica y No mires a los ojos de la gente) que pervivirán durante décadas en la memoria colectiva. Ahora bien, las presiones para reflotar la banda se tradujeron en 1998 en un álbum y documental en directo dirigido por Juanma Bajo Ulloa, Vivo, que, lejos de revivir glorias pasadas, solo transmite falta de química y hasta un poco de mal rollo. Empezando por la decisión de prescindir del guitarrista original de Golpes Bajos, Pablo Novoa (“pensaron que, habiendo menos entre los que repartir, tocarían a más”), todo parecía forzado, inducido, poco sincero. Recordar esta reaparición de un grupo tan encomiable solo deja mal sabor de boca, agudizado por el dolor de que perdiéramos a Coppini tan pronto: el día de Nochebuena de 2013, con solo 52 años.
Nacha Pop se reúnen en 2007
Incluso la fecha era inopinada: 19 años después de su separación, Nacha Pop regresaron en 2007. Bueno, volvieron dos de los cuatro, sus líderes, Antonio Vega y Nacho García Vega. Ñete (batería) y Carlos Brooking (bajista) quedaron fuera por diferentes circunstancias. Una gira de unos cuatro meses con final en Madrid. El proyecto no descarriló porque la sólida banda que los acompañó soportó la base del sonido. Pero dolía ver el contraste: la euforia desmedida de Nacho y la pesadumbre de Antonio, cabizbajo, con un deterioro físico importante (fallecería un año y medio después, en 2009). Los conciertos en solitario de la última etapa de Antonio acontecían en locales pequeños, donde a pesar de las malas condiciones físicas del protagonista eran frecuentes los momentos de magia, debido precisamente a esa fragilidad poderosa que tenía el madrileño y que le permitía renacer en el momento más inesperado. Sin embargo, en grandes recintos, la distancia que separaba el ánimo entre los primos era insalvable. Si se busca en YouTube la interpretación de Vístete de esa gira se verá perfectamente esta polarización.
Marta Sánchez se inventa una letra para el himno de España
La letra se le ocurrió en su casa de Miami y un día de 2018. En un escenario tan castizo como el madrileño Teatro de la Zarzuela, Marta Sánchez cantó su himno de España. Según el Real Decreto 1560/1997 publicado en el BOE, el himno de España no tiene letra. Pero siempre existen personalidades audaces que reescriben la historia… Más allá de la osadía, lo que chirría en esta ocurrencia de la que fuera cantante de Olé Olé es una letra tan sonrojante. “Rojo, amarillo, colores que brillan en mi corazón y no pido perdón. / Te amo, España. / A Dios le doy las gracias por nacer aquí, honrarte hasta el fin”, dice la letra. El clímax se alcanzó cuando Marta Sánchez la interpretó junto a Plácido Domingo. No podía ser en otro lugar que en festival Starlite de Marbella.
La Cabra Mecánica hace el anuncio de la ONCE
A veces, paradojas de la vida, el éxito se vuelve contraproducente o se revuelve contra su propio beneficiario. Lo sabe bien Miguel Ángel Hernando, alias Lichis, que en 2001 celebraba el enorme éxito de su tercer elepé al frente de La Cabra Mecánica, Vestidos de domingo, cuando recibió una de esas “ofertas irrechazables” que acaban resultando envenenadas. La Organización Nacional de Ciegos le propuso que escribiera una nueva canción que habría de servir como sintonía para la nueva campaña del cuponazo de esta institución benéfica y Lichis respondió a tan tentadora oferta con No me llames iluso (2003), que sonó hasta la extenuación, en todas partes, durante meses. Y no es que la canción fuese regulera y, de tan repetida, estomagante; lo peor fue que dilapidó la credibilidad de Hernando como un autor callejero, ocurrente y librepensador. Ha seguido escribiendo algunas cosas estupendas (recuperen su disco Modo avión, de 2014), pero de manera intermitente y con una acogida injustamente marginal.
Tierra para bailar, el disco de nuevas versiones de Radio Futura
No hay duda: los Auserón y compañía encabezaron una de las aventuras más apasionantes que ha conocido el pop español de todos los tiempos, con cuatro discos de estudio, entre La ley del desierto / La ley del mar (1984) y Veneno en la piel (1990), sencillamente para enmarcar. Pero esta historia sería perfecta si no fuera por la poca maña de sus protagonistas con el prólogo y el epílogo. Las serias divergencias entre Santiago y Luis Auserón y su mentor original, el gafotas Herminio Molero, lastró para siempre el debut oficial de la banda, Música moderna (1980), del que los hermanos prefieren ni mencionar cuando hacen balance de sus carreras. Y cuando la química remitió y Santiago quiso emprender el vuelo en solitario como Juan Perro, la despedida consistió en un recopilatorio algo sui géneris, con “versiones actualizadas más desenfadadas y bailables” de algunos de sus grandes éxitos. Llevaba por título Tierra para bailar, vio la luz en 1992 y desde entonces seguimos buscando a algún seguidor que prefiera alguna de estas lecturas a las primigenias.
Que los músicos solo aparezcan por televisión para hacer de jurados
Salvo casos aisladísimos (como Un país para escucharlo, edificante espacio de La 2 conducido por Ariel Rot), la música lleva años desaparecida de las cadenas de televisión tradicionales. Algunos responderán: y Benidorm Fest y Eurovisión, qué. Bueno, estos son espectáculos televisivos con la música pregrabada, así que descartados. El caso es que se cuentan muchos músicos desfilando por las pantallas, casi ocupando más minutos que nunca. Pero todos sin entonar una sola nota. Son coach, o sea, entrenadores, y jurados que evalúan, lloran, cuentan chistes y montan la de dios mientras deciden si Asier canta mejor que Ainhoa (nombres ficticios). Se produce más música que nunca, se calcula que en Spotify se publican 30.000 canciones ¡al día! y los conciertos y los festivales agotan las entradas. ¿Qué reflejo tiene todo esto en televisión? A Antonio Orozco diciendo: “Tu voz tiene una magia especial”.
M-Clan triunfan con Carolina, una canción que odian
Eran rockeros de verdad, de los que han escuchado a Led Zeppelin y a los Allman Brothers hasta en sueños, pero la mano mágica de Alejo Stivel en la producción les llevó a alcanzar en 1999 al gran público con su tercer elepé (Usar y tirar) sin renunciar ni a los guitarrazos ni a la prodigiosa garganta áspera de Carlos Tarque. Para exprimir el momento dulce, M-Clan se planteó un álbum acústico en directo, a la manera de los Unplugged de la MTV, aglutinando temas ya publicados e inéditos, y, ante la insistencia discográfica de contar con un buen single, accedieron a incluir el de inmediato celebérrimo Carolina. ¿El problema? La canción era muy pegadiza, pero no se ajustaba en absoluto al espíritu de los murcianos, por no mencionar que su argumento, el acoso a “la dulce niña Carolina”, que “no tiene edad para hacer el amor”, es algo más que grimoso. Carolina llegó al número 1 de Los 40 y disparó la popularidad de la banda hasta el infinito, pero Tarque y Ricardo Ruipérez ya se encargan de tocarla lo menos posible.
Los grupos indies españoles se empeñan en cantar en inglés
Fue una pandemia que duró bastante. El indie-rock de los noventa (y más allá) español prefería cantar en inglés. O en algo parecido al inglés. Como confesó años más tarde Fran Fernández, guitarrista y vocalista de Australian Blonde, la letra de Chup, Chup (1993), primerizo himno del indie patrio, “no habla de nada: está escrita en spanglish”. Dover, El Inquilino Comunista, Manta Ray (la banda de Nacho Vegas), Lord Sickness, Sexy Sadie; más tarde Deluxe (el grupo de Xoel López) o Sidonie. Todos comenzaron sus carreras expresándose en inglés. ¿La justificación? Porque solo escuchaban música en ese idioma. La realidad: complejo de inferioridad con el castellano. Lo llamativo es que la mayoría no se defendía en inglés. Jota, vocalista de Los Planetas, ha reconocido con décadas de retraso que él enterraba su voz (esta sí, en castellano) porque estaba mal visto cantar en español. Luego todos maduraron, la vida les dio un par de revolcones y ya contaron con material para elaborar sus historias.
El disco africano de Dover
A las hermanas Llanos (Cristina y Amparo) se las recordará siempre por aquel Devil Came to Me (1997) que las convirtió en una sucursal del grunge en Majadahonda, despachó la friolera de 900.000 ejemplares y les reservó una página en la historia tanto a ellas como a su discográfica, Subterfuge. Pero tras una serie de movimientos entre audaces y titubeantes, a la altura del séptimo disco pareció secárseles el tarro de las esencias. Y en esas se sacaron de la manga I ka kené (2010), un disco de inspiración africana, más específicamente maliense, que parecía nacido a partir de un par de consultas en Wikipedia y una tarde de documentales de La 2. El cuarteto madrileño quizá llegó a soñar con que las comparaciones apuntasen hacia Graceland (Paul Simon) o Rei momo (David Byrne), pero solo obtuvieron calificativos como “afrochunguito”. Un desdichado disparate del que ya nunca lograron reponerse.
Los villancicos de Raphael
¿De verdad necesitamos explicar esto, más allá del titular? Raphael es un artistazo de pies a cabeza, un niño prodigio que sigue impartiendo lecciones y dejándose la piel durante más de tres horas sobre el escenario incluso ahora, ya octogenario (¡cosecha del 43, oigan!). Tiene un vozarrón privilegiado, ha ido siempre por delante de casi todo hijo de vecino, se ha reivindicado digan lo que digan, ha jugado a la ambigüedad y el desconcierto, es hábil buscándose aliados y compositores (ese tándem con Manuel Alejandro es una fundición como no se conocía desde la fragua de Vulcano), ha triunfado en lugares insólitos (pregunten en la antigua Unión Soviética), nos defendió en Eurovisión por dos veces con una canción maravillosa y otra maravillosísima, ha acabado concitando el consenso incluso entre los músicos jóvenes que empezaron tomándoselo a chiste… Pero ¿esa fijación por los villancicos? ¿Esas navidades pavorosas en La 1, un año tras otro? Si el turrón a menudo se atraganta, el Tamborilero es garantía de un severo ardor de estómago.
Carmen París se pone a cantar jotas… en inglés
Nos encanta Carmen París, la gran jotera del siglo XXI. Es brillante. Talentosa. Transgresora. Revolucionaria. Tiene un vozarrón que utiliza para emocionar, no para avasallar. Y solo ella ha sido capaz de sacar la jota aragonesa de las ferias tradicionales y redimensionarla como un artefacto de la modernidad, en especial con los álbumes Pa’ mi genio (2002) y Jotera lo serás tú (2005), brillantes desde sus propios títulos. Pero con EJazz con jota (2013) se pasó un pelín de frenada. Lo de aliarse con la Concert Jazz Orchestra y poner rumbo a Boston para la grabación parecía muy buena idea, pero… ¿qué necesidad había de convertir Entre tus manos en Between your hands o que Cadenica de oro llegase a nuestros oídos como Little chain of gold? Tenemos que hacer piña ante la Unesco para la declaración de la jota como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, pero no intentemos persuadir a nadie en la sede central de París de que Noble y bravía resulta más verosímil si doña Carmen nos la canta en su adaptación Noble & brave.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.