Alejo Stivel: “Ya no hacen falta dictaduras. Con el poder de los medios se convence a la gente de que vote a sus verdugos”
El legendario cantante de Tequila publica unas memorias en las que habla a pecho descubierto de política (”en Argentina existen ‘fierros mediáticos’: no es necesario matar, solo manipular”), rock (”cuando lo descubrí me rompió los oídos, pero dije: ‘wow”) y drogas (”en tres años pulí toda mi pasta”)
Alejo Stivel (Buenos Aires, 65 años) es impresentable en un párrafo. Fundador y cantante adolescente de Tequila, grupo que lo arrasó todo (también a sus propios miembros) en apenas siete años, productor de enorme prestigio y éxito (entre 250 discos, 19 días y 500 noches, de Joaquín Sabina; Dile al sol, de La Oreja de Van Gogh, o el primer disco de El Canto del Loco), cantante ya en solitario que reestrena ahora tema (Yo era un animal, a dúo con Sabina) y escritor debutante con unas memorias tituladas, por quien tantas vidas ha vivido, Yo debería estar muerto (Espasa, 2024). En ese libro riquísimo en historias y fotografías, de edición lujosa, Stivel pega a todos los palos. Recibe en una casa que perteneció a su madre, su primera residencia en Madrid, en un barrio del norte de la capital.
Colecciona todo: camisetas, teléfonos móviles, señales de tráfico, por supuesto discos y libros. Dos gatos veranean todo el año allí. Un par de sillones de barbería de los años 50 presiden el salón. Stivel no bebe y no fuma desde hace décadas, pero tiene cerveza en casa. “Cortesía con el visitante”, dice. A su espalda, un mueble bar. Stivel se quitó del alcohol con tanta disciplina que puede convivir con botellas con la mayor naturalidad. Recuerda un momento de su infancia argentina. “Una Argentina muy moderna, en los años 60 había una vida cultural con un nivel espectacular. Y encima yo pertenecía a una élite de esa sociedad en la que los taxistas te hablaban de Borges. Me iba a casa de Cortázar y charlábamos. En mi casa nunca se me decía: ‘Alejo, a dormir’. Igual tenía siete años y me quedaba dormido encima de algún actor escuchando las conversaciones, las discusiones sobre arte, sobre política”.
P. ¿Siempre fue Alejo? [Su nombre real es Alejandro Stivelberg].
R. Sí, me lo puso Paco Urondo cuando yo tenía dos años. Paco fue mi padre . Mi segundo padre, o el primero, porque no es el biológico, pero es el que más poso me dejó. La única persona que me llamaba Alejandro era mi abuela.
P. ¿Por qué dos padres?
R. Mi madre y mi padre se separaron antes de que yo naciese. Mi madre, actriz [Zulema Katz]. Mi padre, actor y director de teatro y de televisión, probablemente el director de televisión más importante en la historia de la televisión argentina [David Stivel]. Yo nazco en la casa de mis abuelos al lado del Parque Lezama, San Telmo. Mi mamá conoció a Paco Urondo, poeta, periodista y escritor, cuando yo tenía dos años.
P. ¿Qué fue de su padre biológico?
R. Se esfumó cuando yo nací. Pero cuando tenía cinco años me dio una especie de principio de tuberculosis. Mi mamá estaba haciendo Rashomon, de Kurosawa, en el teatro con otra actriz muy conocida en Argentina, Selva Alemán. Ella era la novia de mi papá en ese momento. Yo andaba de hospitales con mi mamá hasta que un día me dicen lo que tengo. Mi madre esa noche fue al teatro deprimida y se desahogó con su compañera de camerino. La información llegó al camerino de al lado, y Selva Alemán fue a preguntarle a mi mamá qué pasaba. “Pues que a mi hijo le pasa esto y esto”. Selva llegó a casa y le dijo a mi papá: “Tu hijo está enfermo, me parece que deberías ir a verlo, conocerlo”. Yo nunca la vi a Selva Alemán (mi papá se separó de ella poco después y se casó casi de seguido con otra actriz, Bárbara Múgica), pero a ella le debo haber conocido a mi padre.
P. ¿Y cómo fue ese encuentro?
R. Vino un domingo a casa después de comer. “Alejo, este es tu papá”. “David, este es tu hijo”. La presentación la hizo así mi mamá. Y me sigo criando con Paco Urondo en esa casa de San Telmo.
P. ¿Cómo impacta la dictadura militar en su familia?
R. Paco tenía una hija que era como mi hermana. Cuando ella tenía 20 años se mete primero en una organización estudiantil y pasa después a una organización guerrillera, los montoneros. La hija se lo dice al padre: “Mirá, estoy militando en esto, yo creo que debería de venir a ver”. Y él se mete en los montoneros por su hija. Escribió una frase preciosa: “Mis hijos me enseñaron”.
Tres meses después del golpe de Estado de 1976 en Argentina, conduciendo un Renault 6 con dos mujeres y un bebé, Paco Urondo fue emboscado por agentes de la dictadura; dijo a sus acompañantes haber tomado tomado la pastilla de cianuro para que ellas escapasen, pero tras la autopsia el forense no encontró rastro del veneno y sí una fractura por hundimiento de cráneo debido a un violento culatazo de arma. Esa noche iba a ir al teatro. “Los asesinos partieron una cabeza muy especial”, escribieron Eduardo Anguita y Daniel Cecchini.
P. Urondo no dudó en coger las armas.
R. La revolución cubana estaba en pleno auge y había creado la ilusión de que eso se podía reproducir en otros lugares. Lo intentó el Che en Bolivia, pero no funcionó en ningún lugar. Después vino la opción democrática de Allende, que creó mucha ilusión de que se podía conseguir la revolución sin violencia, y fracasó. Yo hoy dudo de que ellos tomaran esa opción. Todos esos intelectuales como Rodolfo Walsh, Gelman, tenían mucho por hacer y podían dar a la sociedad muchas cosas desde otro lugar, quizás no militando en una organización armada.
P. Y qué ocurrió.
R. Que la guerra la ganaron los malos.
P. Y los que tienen más pistolas.
R. A las armas se le dicen en Argentina los fierros. En las últimas décadas se esgrimió el concepto ‘fierros mediáticos’. Ya no hace falta matar gente. No hace falta una dictadura para sojuzgar económicamente a la población. El poder económico antes usaba armas, ponía a los militares para hacer el trabajo sucio e implementar ellos sus políticas. Hoy, con los votos de la gente, hacen lo mismo que hacían antes matándola. Eso es gracias, evidentemente, a los medios: se dieron cuenta que con el poder de los medios podían convencer a la gente de que votara a sus verdugos.
La fama adolescente más dinero es un arma de destrucción masiva. Poca gente se salva, sale viva o sale indemne”
P. Ariel Rot y usted, con sus familias, llegan a España precisamente escapando de la dictadura.
R. Nosotros nos conocimos en un concierto de Paco Ibáñez en el Gran Rex de Buenos Aires. Yo fui con mi mamá y él fue con su mamá y con Cecilia [Roth], su hermana.
P. ¿Cuántos años tenían?
R. 10, 11 años. Paco Ibáñez, en Argentina, en esa época, en una Argentina politizada al extremo, era un rolling stone, una rockstar mucho mayor que aquí. Era un tipo que llenaba teatros y la gente se volvía loca. Y tenía fans, porque todos los cantautores políticos calaban mucho. El nivel de consumo de literatura y de información era tremendo. Los dos periódicos más importantes, Clarín y La Nación, vendían dos o tres millones al día cada uno.
P. ¿Cómo fue en el concierto?
R. Se saludaron nuestras madres y dijeron: “Mirá, chicos, vayan ustedes juntos, nosotras nos vamos juntas”. Yo me senté con Ariel. Cecilia se subió al escenario con una serie de adolescentes que rodearon a Paco Ibáñez en el escenario. Pasado el tiempo, nos cruzamos en La Opinión; el diario no había abierto todavía, estaba preparando el número cero. Hizo con los mejores periodistas de izquierda un diario de derechas. Y esos eran todos los que venían a mi casa todos los días. Yo me relacionaba con todos, y les daba el coñazo, y les molestaba. Ariel ya tocaba la guitarra, nos hicimos amigos.
P. Usted no iba para músico.
R. Yo iba para actor, pero eso en mi familia era como hacerte abogado siendo hijo de abogados. No quería ser lo mismo que mis padres.
P. ¿Qué pasó?
R. Que fui un día al teatro a ver a mi mamá al camerino y oí muchísimo ruido. Me dijeron que antes de la obra había un concierto, así que fui a ver qué era eso. Y eso era Manal, uno de los grupos más importantes de la Argentina. Y vi lo que era un concierto de rock. Me aturdió bastante, me rompió los oídos. No lo soporté mucho, pero dije: “Wow”. Al verano siguiente fui a ver a Pedro y Pablo, un dúo de cantautores muy bueno, y de teloneros estaban Sui Generis que todavía no habían sacado su primer disco con Charly García.
P. Y todo eso le pica.
R. Con 14 años hago Necesito un trago [emblemática canción de Tequila] en mi habitación de Buenos Aires.
P. 14 años.
R. Siempre digo que pobre madre, que tu hijo de 14 escriba en su cuarto una canción que se llame Necesito un trago. Yo no bebía alcohol. Fue una frase que saqué de una película. Se ve que estaba muy aburrido ese día y agarré la guitarra y escribí: “Estoy en Buenos Aires muy, muy aburrido, y entonces lo que necesito es un trago para poderme estabilizar”.
P. Pero usted no se aburre nunca.
R. Tengo una actividad cerebral desbordada. Demasiado: me cuesta dormir. No me aburrí en mi vida salvo ese día. Y compuse el primer single de Tequila, y nuestro primer hit número uno.
P. Grabaron el disco en enero de 1978.
R. Salió en marzo. Estaba en este mismo balcón con un transistor. Me dijeron: “Escucha, pon Radio Madrid, que a las dos de la tarde vamos a poner la canción por primera vez”.
P. Y aparece de golpe la fama. Tenía 17 años.
R. La fama adolescente más dinero es un arma de destrucción masiva. Poca gente se salva, sale viva o sale indemne. Yo venía con un salvoconducto, y es que mis padres en Argentina eran famosos. De pequeño estaba acostumbrado a caminar por la calle y a que les pidieran autógrafos. No me sorprendió mucho que me ocurriera a mí, pero era otra cosa: era rock and roll, las drogas, el dinero, cantidades inusuales para un adolescente. Dejé el colegio.
P. ¿El repentino éxito de Tequila asegura su autodestrucción?
R. En Argentina ya nos drogábamos. Porros, algunos ácidos, alguna vez cocaína, pero muy poco. Y en España aparece la heroína, porque aparece en toda la sociedad. Y bueno, como miles de jóvenes, nos apuntamos. Ya teníamos dealers que nos iban a ver cuando se enteraban de que tocábamos en su ciudad. Pero mirá: no culparía a las drogas de todo.
P. ¿Y eso?
R. Teníamos una energía impresionante. Tocábamos y salíamos todos los putos días: todos. Muchas veces volvíamos al hotel y ya teníamos la furgoneta esperando. Yo he pasado entre uno y dos años, durmiendo un día sí y otro no. Y ensayando, grabando, componiendo, tocando en conciertos, viajando, dando entrevistas; sin parar ni un día.
P. Decía que las drogas no tenían toda la culpa.
R. La saturación de estar mucho tiempo juntos; los grupos que sobreviven es porque dosifican mucho su relación. Los grupos que ahora vemos se ven para ensayar, para tocar, un día salen a cenar, pero después tienen su vida cada uno. Nosotros nos veíamos todos los días. Si trabajábamos, si no trabajábamos, si viajábamos, si no viajábamos.
P. Y dormían juntos.
R. Éramos un matrimonio de cinco. Y por alguna extraña razón, siempre compartimos habitación. No me preguntes por qué [ríe], porque teníamos dinero para tener cada uno nuestro cuarto. Pero era una cosa casi infantil.
P. Y ensayaban todos los días.
R. Por eso sonábamos tan bien. Sonábamos notoriamente mejor que todos los demás grupos. Porque ensayábamos cuatro o cinco horas diarias. Nos divertíamos, pero además nos lo tomábamos en serio. Tú ibas a ver a todos los grupos que hoy son los renombrados mejores grupos de la historia en español y sonaban como el culo. Con nosotros la gente llegaba y decía “oye, esto es playback”, porque sonábamos igual que el disco, perfecto.
Un día me miré al espejo y vi una cara que no reconocí. Pensé que yo no había sido hecho para eso. No me habían inculcado los valores de la autodestrucción, digamos”
P. Tras el desgaste y que todo salte por los aires, Ariel y usted dejaron de hablarse.
R. Estuvimos años, quizá diez, sin hablarnos. Un caso típico. Después se arregló todo con él, somos amigos.
P. ¿Qué hizo cuándo se acabó Tequila?
R. Pasé tres años enteros bebiendo, drogándome y sin hacer nada. Todas las noches. Volvía a mi casa a las ocho de la mañana y dormía hasta las seis de la tarde. La pasta la pulí toda, me quedé sin nada. Y eso que yo salía de noche y en todos los bares me invitaban. Me ponían ocho copas por noche de vodka con naranja, me traían otro cuando veía que se me acababa, y nunca pagaba. ¡Pero se me acabó el dinero! [ríe]. Era una especie de rey de la noche. Hasta que dije: “Tengo que ingresar pasta”, y me metí a hacer jingles de publicidad.
P. ¿Y luego?
R. Quise volver a los discos. Y empecé a producirlos. Tardé un tiempo hasta que me empezó a ir bien. Las compañías de discos no me atendían. Era una vieja estrella de rock decadente a los 25 años. Pero lentamente empecé a hacer cosas y empezó a ir bien. Un poco de esto, de lo otro. Hasta que de repente: boom, no paré. Hubo un momento en que de los 100 discos más vendidos de España, tenía yo diez producidos por mí.
P. ¿Qué hizo con sus adicciones?
R. Yo no utilicé ningún sistema de desintoxicación. Un día me miré al espejo y vi una cara que no reconocí. Pensé que yo no había sido hecho para eso. No me habían inculcado los valores de la autodestrucción, digamos.
P. Y volvió a cantar.
R. No fue fácil. Generé miedo escénico de tantos años de estar encerrado en un estudio. Un día nos dieron un premio de la Cadena Ser al grupo. Tuve que subir a recogerlo. Y colapsé. Me dio miedo. Dije “muchas gracias” y me fui. En algún momento algo me hizo clic dentro y dije que antes de morirme tenía que superar eso.
P. Y otra vez le picó.
R. Yo me marco retos. Tampoco me sentía productor, o cantante. Podía serlo todo si me lo proponía. Para este año me he regalado por mi cumpleaños tirarme en paracaídas. Después de Tequila llevaba 20 años sin cantar más que coritos en algún disco. Como que los oficios se te olvidan, ¿no? Tú eres orfebre y haces joyas. Deja de hacerlo 20 años, ¿y cómo se hacía esto? Lo fuerte es que un orfebre puede ponerse a practicar. Y hasta que no se siente seguro y ve que lo hizo bien, no se lo muestra a nadie. A mí no me servía una sala de ensayo porque si no había público no era igual. Mi única manera de probarme era cantar ante la gente. Convencí a Ariel de volver a juntarnos. Puedes estar 25 años sin subirte en una bicicleta, pero si subes, andas.
P. ¿Cómo fue?
R. ¡Madrid! 20 años sin subirme, 20 cámaras de televisión, 20 fotógrafos, 20 periodistas. Y todo el mundo preguntándose a ver qué va a hacer este tipo.. Porque bueno, Ariel había seguido, no había ninguna incógnita con él, pero lo mío era a ver qué hace este tipo. Yo ese concierto no lo disfruté nada. O sea, lo pasé mal antes de salir al escenario. Quería irme a mi casa. “Por qué me someto a esta tortura”. Se me quitó todo en el momento que bajé del escenario. Fue un chute de la droga más fuerte. Me fui de marcha hasta las 10 de la mañana. Y bebiendo agua.
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