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Culturetas desde la cuna

Las ganas de los padres de pasar más tiempo con sus hijos y seguir acudiendo a eventos aumentan la relevancia de las actividades infantiles, aunque a veces las entradas vuelen y la calidad resulte dudosa

Interior del Museo del Ratoncito Pérez, en Madrid, en una foto facilitada por la institución.
Interior del Museo del Ratoncito Pérez, en Madrid, en una foto facilitada por la institución.
Tommaso Koch

El Ratoncito Pérez no ha compuesto Let it Be. Tampoco ha tocado en el grupo más famoso de la historia. Ni mucho menos lleva ocho años sin actuar en Madrid. Al revés, se le puede visitar cada día en su propia casa, en pleno centro de la capital. Sin embargo, el roedor sí se parece a Paul McCartney en algo: ambos agotan entradas en cuestión de horas. O minutos. Un martes de finales de junio, poco antes de las 11 de la mañana, una cola de distintas edades aguardaba a que abriera el museo del célebre roedor. Todos con su billete adquirido con antelación. Las familias que se habían confiado a la taquilla, en cambio, descubrieron que ya no había hueco. Si acaso, para el final de la tarde. Se vieron obligadas a darse la vuelta. Y, sobre todo, a lidiar con la desilusión de los pequeños.

—¿Vamos?

—No podemos.

—¿Por qué?

Difícil contestar a la muy legítima pregunta que un chiquillo con gorra de béisbol dirigió a su abuelo. Entre otras cosas, porque habría que hablarle de conciliación, capitalismo, esperanzas frustradas y cambios generacionales. Tampoco le consolaría saber que su chasco no supone un caso aislado. Pocos días antes, una pareja pidió ayuda a la imaginación para explicarle a su hijo de tres años que debían marcharse sin acceder a la exposición La ciencia de Pixar, en el Caixaforum de Madrid: “Buzz Lightyear se ha tenido que ir a dormir”. Los tres volvieron, esta vez con éxito, al día siguiente. “Hay una proliferación de actividades culturales infantiles. Y la tendencia habitual es que las entradas vuelen”, resume Pablo Martínez García, vicegerente de Tritoma, empresa especializada desde hace décadas en organización de eventos artísticos. “Cuando empezamos, en el 79, casi no había oferta para niños. Y, al ser infantil, no se consideraba. Ahora se le da la misma importancia”, agrega Iñaki Juárez Montolío, director artístico del teatro de títeres Arbolé, en Zaragoza.

Demografía, sociología y economía se mezclan para entender la creciente relevancia de exposiciones, proyecciones, espectáculos, lecturas o conciertos para asistentes pequeños. Las fuentes consultadas, entre familias y trabajadores del sector, apuntan en varias direcciones: ante todo, el mayor empeño de los progenitores mileniales en pasar tiempo de calidad con sus hijos. “Era impensable a mediados de los noventa que un padre fuera a ver un cantajuegos”, sentencia Martínez García.

La propia oferta, según varios entrevistados, ha aumentado su atractivo: se toma más en serio a los pequeños y, a la vez, entretiene mejor a los adultos. “A los niños intentamos exigirles que vayan un poco más allá. Pero somos conscientes también de que, en las funciones infantiles, la mitad del aforo está compuesta por mayores. Y al ser el teatro un arte en vivo, puedes ir modificándolo día a día”, comparte Juárez Montolío. El triunfo en los cines de Del Revés 2 sugiere qué sucede cuando se hechiza a la vez a todas las edades. Lo que logra, en la pantalla más pequeña, la serie Bluey.

Fotograma de la película 'Del Revés 2'. en una fotografía cedida por Disney.
Fotograma de la película 'Del Revés 2'. en una fotografía cedida por Disney.Disney

“Cuando eres padre, los planes de ocio terminan enfocados principalmente a tus hijos. No les puedes llevar a ver a Puccini. Pero un espectáculo infantil que tenga cierta relación, aunque sea desde otra perspectiva, también cubre tu necesidad de hacer algo”, aporta otro argumento Martínez García. O, dicho de otra manera, si ya no estás en la pista con todas tus bandas favoritas, siempre te quedarán las de tus hijos. A costa, en algunas ocasiones, de flexibilizar tus gustos.

Hace años, agotado tras el enésimo visionado obligado de La patrulla canina, el guionista Borja Cobeaga bromeaba en la red social X con reunir a unos cuantos padres para “ir a darle un susto” al creador, Keith V. Chapman. Otro progenitor cuenta así su reciente experiencia ante un escenario infantil: “Supuestamente era un concierto para niños, pero lo único que había era un hombre moviendo dos maracas y una chica tocando el violín”. Duda seriamente de que su pequeña se divirtiera. Y agrega: “Por lo menos era gratis”.

Aquí emergen unas cuantas sombras del asunto. Por un lado, no todos los sectores ofrecen las mismas opciones. Un filme infantil fue lo último que vio uno de cada 10 asistentes a las salas, en datos del anuario estadístico que publica cada año el Ministerio de Cultura. Para creérselo, basta con echar un ojo a la frecuencia de estrenos animados para pequeños. Pero, en el teatro, la misma estadística sube a uno de cada 20 espectadores. Los libros infantiles y juveniles supusieron el 11,4% del total de obras apuntadas en 2022 en el registro ISBN. Sin embargo, solo el 0,5% de los conciertos de música popular realizados en el mismo año estuvo enfocado al público más joven, según el anuario de la SGAE.

Una representación de 'La isla del tesoro', en el Teatro Arbolé de Zaragoza, en una imagen cedida por la propia compañía.
Una representación de 'La isla del tesoro', en el Teatro Arbolé de Zaragoza, en una imagen cedida por la propia compañía.

“Una cuestión detrás de varias problemáticas que afectan a la infancia, como el uso excesivo de dispositivos digitales, está relacionada con la falta de alternativas de ocio. Me refiero a actividades que permitan disfrutar de un tiempo libre sano y ayuden a desarrollarse plenamente como personas. Es importante que todos puedan participar en iniciativas de este tipo”, tercia Rubén Pérez Correa, secretario de Estado de Juventud e Infancia. El derecho de “todos” a acceder a la cultura, que protege el artículo 44 de la Constitución, empieza desde la cuna. Pero, en muchos casos, la oferta no basta para cubrir la demanda, al menos a juzgar por los datos de SGAE y Cultura, y la opinión de expertos y familias de Madrid, Galicia, Cataluña, País Vasco o Aragón consultados. Emergen, además, las desigualdades.

En el corazón de la capital o de otras grandes ciudades, el público elige entre varias posibilidades, pero compite con un sinfín de aspirantes a una entrada. En periferias y lugares menos poblados, a menudo escasean directamente las alternativas. “La gente que vive en el centro tiene muchas más opciones. La mayoría de los planes suelen salir ahí. Al resto, nos supone añadir más gastos y logística”, apunta Irene Hernández, madre de una niña de siete años. Todo ello, al menos en las mayores urbes, se traduce en la volatilización de las entradas más deseadas. Si no, que intenten apuntarse a los talleres infantiles del madrileño Circo Price. En Zaragoza, el Arbolé lidia con problemas distintos: “Por fin estamos recuperando los niveles de asistentes prepandemia. Estamos en medio de un parque, pero casi nunca alguien que pase por ahí se interesa por el teatro. El público que viene es porque busca directamente la sala”. Montolío muestra sus dudas, eso sí, de que su nicho de fieles espectadores pueda extrapolarse para un análisis sobre España entera.

El veterano titiritero subraya otro asunto controvertido: “En todas las ciudades hay teatros públicos. Y se da por hecho que los espectáculos para adultos cuestan un dinero. Pero cuando se hacen para niños tienen que ser gratis o casi regalados. Para las compañías privadas (aunque nosotros recibimos una gran ayuda pública), supone una fuerte competencia desleal. Hay padres que nos dicen: ‘Ah, pero hay que pagar. Qué vergüenza”. Sin embargo, también puede darse el fenómeno opuesto. Los precios por encima de los 20 euros en muchas muestras del recinto Ifema de la capital, por ejemplo, criban a más de una clase social. Y a veces, además, al pago le sigue una iniciativa dudosa, o incluso engañosa, que busca aprovechar el tirón del mercado. “Cada vez son más los que te ponen una piscina de bolas para que te hagas fotos y las subas a Instagram, y eso ya es la novedad”, lamenta Hernández. “Hay cosas que no tienen ningún sentido”, sentenciaba un padre de A Coruña, antes de ir a ver al Ratoncito Pérez.

Interior de la casa-museo del Ratoncito Pérez en Madrid, en una imagen facilitada por la propia institución.
Interior de la casa-museo del Ratoncito Pérez en Madrid, en una imagen facilitada por la propia institución.

Se explotan, entre otras cosas, las inseguridades de todo progenitor: ¿y si esa clase de baile o teatro para bebés resultara decisiva para su formación psicomotriz, qué clase de monstruo se preocuparía por el dinero? ¿Y si mi hijo es el único que no está yendo y eso retrasa su desarrollo? Y así hasta reventar la agenda de los pequeños. “El riesgo es el exceso, de presión para las familias y de realizar todo el tiempo actividades estructuradas. Se siente cada vez más el peso social sobre lo que educar a un hijo debe incluir. Somos carne de cañón para este discurso capitalista. La crianza actual está sobreexigida y eso a veces obtura la capacidad de los padres de pensar en cómo lo harían ellos”, defiende Leire Iriarte, psicóloga y vocal de Sepypna (Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente). “Estamos muy centrados en la lógica ‘mi hijo lo va a saber todo, y ya mismo’. Tiene un punto de consumismo, postureo y ego nuestro, de decirnos ‘qué bien lo estamos haciendo”, reflexiona Irene Hernández.

Para despejar alguna angustia, Cristina Cordero Castro, Coordinadora del Grupo de Trabajo de Neurodesarrollo de la Sociedad Española de Neurología Pediátrica, apunta: “No hay ninguna evidencia científica que nos permita posicionarnos en ese tema. A nivel neurológico no consta que pueda existir repercusión por ello”. Se trata, pues, sobre todo de placer, deleite, enriquecimiento personal. Aunque también educación: muchos pedagogos suelen destacar la importancia de un acceso temprano y del efecto contagio en la cultura. Leerá más el niño que lo vea en su casa. Y así con las demás artes. Con las ventajas que ofrece también en los resultados académicos.

“El contacto con la cultura es súper beneficioso, pero va más allá de apuntarse a talleres o exposiciones. La creatividad se puede desarrollar también con un cartón y un palo. O leyendo. O aburriéndose: constatamos cada vez menos capacidad en los niños de poder entretenerse sin pantallas o una actividad reglada”, plantea Iriarte. Y continúa: “No siempre son necesarios planes sofisticados. Los niños necesitan movimiento libre, y lo hay en espacios protegidos donde se pueda jugar con la arena o bajar por un tobogán. Y más en la franja de edad 0-3, donde lo que les hace falta es el vínculo, como la ciencia ha corroborado millones de veces. En vez de buscar alternativas para los niños, igual tenemos que luchar por estar más tiempo con ellos”.

Aunque, entre tantas reflexiones y debates, a menudo termina mandando el mismo jefe de siempre: el dinero. “Hay estudios que encuentran una relación entre la exposición a actividades artísticas y el desarrollo cognitivo, la cohesión social, o la calidad de vida. Pero tiene su doble lectura: las personas que pueden acceder suelen ser de clases medio-altas y tener más factores protectores. Es un poco tramposo leerlo como ‘a más actividades culturales, mayor éxito educativo”, subraya Iriarte. Igual que la variable geográfica, la socioeconómica también marca el camino. A veces, la oferta existe en la cartelera, pero no entre las opciones que da la cuenta bancaria. “Las actividades tienen que ser inclusivas, de proximidad y con precios accesibles, o hasta bonificados, especialmente para familias en riesgo de pobreza o exclusión social. Hay que actuar a todos los niveles, sobre todo desde los gobiernos regionales y locales, que tienen las competencias. No es suficiente con que haya dos o tres musicales para niños en la Gran Vía de Madrid a precios impagables para una familia trabajadora”, agrega el Secretario de Estado de Juventud e Infancia.

A más de una familia le vendría bien el genio de la lámpara del musical de Aladdín. Pero Irene Hernández sabe cómo satisfacer los deseos de su niña. Vigila las promociones: “Aunque no esté tan publicitado, un teatro de magia reservado por [la plataforma] Atrápalo a veces es más asequible y merece más la pena que el Museo Sweet Space, al que también fuimos”. Y, además, tira de variedad. Manualidades. Un picnic. Si la cartera no siempre da para ir a la sala, tal vez el cine pueda venir a casa: “Al final se trata de querer dedicarles tiempo. Movemos los sofás, preparamos las palomitas…”. No será lo mismo, claro. Pero están juntas. Y en su salón, por lo menos, las entradas nunca se agotan.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.
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