Leer, incluso antes de caminar
El sector editorial conocido como ‘toddler’, dirigido a niños de cero a dos años, crece en presencia y reconocimiento y reivindica el poderío de los libros para jugar de forma creativa con su formato y enganchar lo antes posible
Cuántas cosas hay en el mundo. Al principio, basta con otro cuerpo calentito al que agarrarse. Pero, poco a poco, la sed de aventuras puede con cualquier pequeño. Sus primeras cazas atrapan presas de lo más asombrosas: calcetines, muñecos, un amigo de peluche. Y, cada vez más a menudo, libros. Tanto que la industria editorial hasta ha acuñado una categoría ad hoc: toddler. En inglés, se refiere a los niños que acaban de aprender a caminar, o están en ello. En las estanterías, se traduce en una marea de obras dirigidas al público entre cero y dos años. Y, en la vida, supone colocar a la literatura ya entre los primerísimos compañeros de la existencia. Respirar. Comer. Leer.
“Es un foco que lleva varios años en el mercado. Nosotros nos hemos centrado en ese segmento desde hace unos cuatro. Realmente estás iniciando a los niños al hecho de pasar páginas”, señala Álex Fernández, director literario del sello Beascoa, dentro del grupo Penguin Random House. Cita sus series Oh oh Leo o La ovejita va. U otras para niños mayores a las que han rebajado su complejidad para adaptarlas. Y también destaca la labor de editoriales como Kalandraka, Kókinos, con los clásicos de Hervé Tullet, entre otros, o SM, con su celebérrimo Pollo Pepe. La feria del libro infantil y juvenil de Bolonia, la más relevante del sector, dedicó una conferencia a este ámbito, en su última edición. También organizó una muestra cuyo título podría traducirse como Tambaleándose, los primeros pasos entre páginas. Y entrega un premio específico para este apartado, que en 2019 encumbró ¡A dormir, gatitos!, de la española Bàrbara Castro Urio, editado por Zahorí.
“Siempre requieren un juego. Y si incluyen un concepto repetitivo suele encantarles a los pequeños”, señala Mireia Trius, responsable de ese sello, que también publicó ¡A dormir, pequeña ballena! o Besos, de Marta Comín. “Son libros aumentados”, lo resume Fernández. Su guiño a la tecnología subraya a la vez dos aspectos: lo que los minúsculos lectores agarran casi siempre es (aún) más que papel, letras y dibujos. Pop-ups, solapas, sonidos, hasta un espejo o un títere de dedo. Así como fieltro, tela, tejidos rugosos o peludos. Y, por supuesto, esquinas redondeadas. Magia impresa. Y, al mismo tiempo, reivindica que ese artefacto al que tantas veces han dado por agonizante rebosa salud. Igual, por lo menos, que otros más jóvenes. “Los libros más infantiles ofrecen mucho, pueden discutir de tú a tú con los videojuegos. Y tiene el releer, que los adultos hacemos muy poco. A cada repaso se encuentran muchas más cosas aparte de la historia”, agrega el director de Beascoa.
La creciente importancia editorial de los toddler va de la mano de la educativa. “Como decía Gianni Rodari, la lectura es una semilla que debe cultivarse. Y los editores lo demuestran con el compromiso enorme en estos libros, a menudo costoso de realizar”, señala Elena Pasoli, directora de la Feria de Bolonia. Fernández explica que cada vez los sellos colaboran más con pedagogos. Y de ellos vino el empuje para fragmentar más la literatura infantil. Puede que vaya de cero a ocho años, pero entre los dos extremos hay un mundo.
La mayoría de los expertos coincide en establecer los seis meses como el umbral para empezar a leer historias a los hijos. Y, para entonces, por ejemplo, los ojos del pequeño explorador agradecen páginas en blanco y negro, tal vez con algún color muy marcado. Muchos especialistas subrayan, además, el efecto contagio. “Creo que, de cierta manera, los niños que se asoman al mundo son siempre los mismos, y que se apasionen por la lectura depende de las personas de referencia y del contexto social y familiar”, aseguraba hace pocas semanas el escritor Attilio Cassinelli, fallecido el pasado viernes, tras dedicar buena parte de sus 100 años a la literatura infantil. En la obra de Roald Dahl, Matilda se enganchaba a los libros muy a pesar de sus padres. Pero, en la realidad, críos de familias lectoras tienen más probabilidad de abrazar esa pasión. Con todo lo que conlleva: deleite, aventuras. Mejora de los resultados académicos. Y más resistencia frente al canto de sirenas de las pantallas.
“Hoy la encrucijada entre libros e imágenes en movimiento se presenta enseguida. Si la elección recae en los primeros, el salto a lo audiovisual va a ser fácil. Pero, al revés, para volver a los libros tras años de pantallas, hará falta un milagro, un amor o un trauma. No es sencillo, Pasolini había previsto la manipulación por parte de la televisión y ahora estamos casi atontados. Pero he visto a gente que se reúne al aire libre para leer juntos, abandonando los móviles. Creo que siempre hay esperanza”, agregaba Cassinelli. Él, a su manera, la había volcado en una de sus últimas obras, Non sono connesso (No estoy conectado). Cualquier progenitor que comparta su visión ya puede ir buscando álbumes para sus bebés: cuanto antes, mejor.
“Realmente no sé cómo debe ser un buen libro para niños. Siempre he buscado la ligereza y la síntesis. Creo que las cosas sencillas son más fáciles de llevar”, reflexionaba Cassinelli hace dos años en este diario. Como muestra, Pericles y el tesoro, Osito y la abeja y el resto de fábulas que publica Edebé. “Creo que cada cuento debe incluir una pausa, un respiro hecho solo de una atmósfera, o un silencio. Y me gusta pensar que un vacío permite al niño imaginar una parte de la historia”, agregaba entonces.
En sus tramas, además, suelen entrar argumentos muy cercanos a los niños: animales, árboles, meriendas. Igual que La hora de la siesta, de Frédéric Stehr (Kalandraka), recrea un momento familiar para cualquier chiquillo. “Es ideal que representen su entorno, su mundo cotidiano: ir a la escuela, el parque, los amigos, la piscina”, defiende Fernández. O que cuenten temas que les tocan, aunque sea a través de arañas hacendosas, grillos silenciosos, luciérnagas solitarias o camaleones “camaleónicos”, como en las obras maestras de Eric Carle. Hace tiempo que su oruga glotona es un clásico. Se ha comido de todo, en libros de cualquier formato, mientras enamora a una generación tras otra. Ideal para los toddler. Y para quien quiera volver a serlo, aunque sea un ratito.
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