Santi Alverú: “La fama no depende del talento sino de que un tercero diga: tú me sirves. Promocionándote, yo gano algo”
El actor y guionista español publica un ensayo, ‘Demasiado famosos’. “Claro que lloré cuando no me dieron el Goya. Pensé que lo tenía”, recuerda
Esto escribía Pedro Almódovar en EL PAÍS en 2022: “Yo he llegado a esta situación de aislamiento casi total como resultado de no responder a los demás, por no haberme trabajado verdaderas relaciones de amistad o desatender las que tenía. Mi soledad es el resultado de no haberme preocupado por nadie excepto por mí mismo. Y poco a poco la gente desaparece”. La reflexión aparece en el ensayo de Santiago Alverú (Oviedo, 32 años), Demasiado famosos (Aguilar), en la que Alverú, actor nominado a los Goya por Selfie, presentador de televisión, cómico y guionista, disecciona el elemento perturbador de la fama, sus paradojas y sus brillos, sus consecuencias diversas, entre ellas las fatales.
Pregunta. Almodóvar.
Respuesta. Un tipo que hasta cuando llega a Estados Unidos tiene a todo el mundo detrás diciéndole “genio”. Pero los amigos son diferentes a los fans. Si Almodóvar me llama mañana para cenar, me voy corriendo. Si Almodóvar me llama mañana para ir a los Renoir, voy corriendo también. Pero si Almodóvar tiene un disgusto porque se la ha muerto tal persona, primero no me llama, y si me llama, me resultaría, al menos, un poco incómodo [sonríe].
P. Jaime Lorente, actor de La casa de papel, ha escrito un prólogo extraordinariamente sincero a su libro. “Por supuesto que la fama me ha cambiado. Pese a que siga queriendo ser la persona que siempre he sido, todo ha cambiado a mi alrededor, ¿cómo no voy a cambiar yo? Está bien intentar tener los pies en la tierra, pero no me creo que ninguna persona que lo haya petado a nivel social vuelva a su casa y la sigan tratando como era antes. No es posible, porque antes la señora del pan no te pedía una foto. Ahora hay un maserati en la puerta y antes ibas en bus”.
R. Yo fui a San Sebastián en 2023 a cubrir el festival de cine con Televisión Española e hice una conexión que no salió muy bien. Tenía a cinco personas, todas superfamosos y era difícil porque a ellas se la sudaba bastante yo y La 2, pasaban de todo. Y Jaime Lorente, esa misma noche, se acercó con mucha sinceridad a decirme que se había dado cuenta de que aquella gente me lo habían hecho pasar fatal, que no le diese importancia. Conecté con él, hablamos. Y me contó básicamente lo que luego escribió en el prólogo. Ha sido generosísimo.
P. Acabo con las citas. Esto dice C. Tangana: “Yo sí siento que el escenario te vuelve otra persona, te hace ser gilipollas; todo eso pasa. Y luego tiene que satisfacerte la vida normal, tiene que satisfacerte una caña con tus colegas y que te cuenten una cosa que te han contado 80 veces”.
R. La exposición loca deshumaniza e instrumentaliza: separa tu imagen de ti. En esa separación puede ocurrir que haya algo triste, porque a lo mejor los demás te ven como gilipollas y tú no crees ser un gilipollas. O puede ocurrir algo realmente grande como lo que cuenta Tangana: que miles de personas te vean casi como un dios. Entonces, hay ahí al acabar el concierto unos 15 minutos, o los que sean, en los que necesita reconciliarse con lo que en realidad es: no va a poder llegar a su bar de siempre, pegar un grito y que todos los clientes lo coreen, como sí acaba de pasar en su concierto.
P. Es interesante esa separación.
R. Porque es el origen de todo. Es la que genera los aislamientos, las supersticiones. Cuando un famoso habla de sus orígenes crea un relato, intenta explicarle a todo el mundo que no ha cambiado. O al revés, intenta explicarle a todo el mundo que ya no es el mismo, como Taylor Swift: ya no soy esa tía, ya no soy esa chica, al principio me dejaba mandar, ahora soy dueña de todo esto.
La política siempre va detrás del momento mediático. Algo pasa y la política va detrás: no crea el momento, lo sigue. Así que cuando consigue crearlo, no lo abandona.
P. ¿Puede uno acabar secuestrado por la imagen que los demás tienen de él?
R. Hay gente de la que se esperan ciertos rasgos de su carácter, o ciertas coletillas, o cosas que las hacen identificativas públicamente. Es interesante de ver en la política. Qué triunfa y qué no.
P. “La máquina del fango”.
R. La máquina del fango, por ejemplo. La política siempre va detrás del momento mediático. Algo pasa y la política va detrás: no crea el momento, lo sigue. Así que cuando consigue crearlo, no lo abandona. Si tiene éxito el “le voy a dar un dato” de Yolanda Díaz, no lo suelta. O “la máquina del fango” que ahora tenemos hasta en la sopa. Y hay otra fórmula.
P. ¿Cuál?
R. Cuando el famoso pide perdón, en un porcentaje amplísimo de los casos lo hace con una fórmula que es “Yo no soy así, este no soy yo”. De nuevo esa reconexión entre lo que veis y lo que soy.
P. Internet.
R. Internet ha cambiado las reglas, pero ojo: la fama en internet sigue suponiendo un pacto con una empresa privada por el cual tú renuncias a cosas, por ejemplo, tu intimidad. Intercambias horas de tu vida y se las ofreces a una plataforma que quiere unas cosas concretas. Es prácticamente una relación laboral. Para mí el influencer y el que lo peta en internet tiene más una relación laboral con esas plataformas que una relación de apoyo. YouTube necesita unos tiempos y unos contenidos concretos. Instagram necesita unos formatos y unos contenidos concretos. Twitter, Facebook, TikTok. Es importante luchar contra la idea de que hay chavales por ahí subiendo tonterías a internet que se hacen millonarios. Lo que hay son chavales intercambiando fuerza laboral, intercambiando privacidad, intercambiando derechos a cambio de exposición. Y normalmente tienen un contenido muy, muy concreto, que les hace ser efectivos.
P. ¿Recuerda al primer famoso que vio?
R. Claro, Pablo Moro, el cantante asturiano. Recuerdo pedirle un autógrafo. Unas fiestas en Asturias. Yo tenía una caja de petardos porque había ido al tiro, y el tío me lo firmó. Me puse nervioso. Él estaba ahí tocando, las chavalas estaban cantando sus canciones y de pronto me firma a mí un autógrafo.
P. ¿Y cuándo le reconoció alguien a usted?
R. Un tío por Selfie. Se acercó y me dijo: “Me gustó tu película”.
P. Le nominaron al Goya por esa película.
R. Fui al festival de cine de Málaga y de pronto me pasaban cosas que no me habían pasado nunca. Y esa sensación de pronto se va. Se va al día siguiente. O sea, cuando acaban los Goya. No te lo dan y se va. Y entonces tienes que luchar por reconectar con lo que de verdad eres. Porque hasta ahora lo que te habían dicho es que eras la hostia. Y de pronto no: hay que volver a empezar de cero. En un libro Umbral cuenta que llevó el manuscrito de su primer libro a una editorial. Le dijeron que gracias pero no. Y él dice: “Me eché a llorar y al día siguiente volví a empezar porque no había otra, no había otra”.
P. Los Goya.
R. Pues lloré cuando no me lo dieron. Esa misma noche cogí a Litos, amigo de los seis años, Carlos Fernández Suárez, y le abracé y le dije: “Mierda, joder, pensé que lo tenía”. Y lloré como un descosido. Dos minutos larguísimos. Y ya está.
P. ¿Fue durante la gala?
R. No, no, en la fiesta. La fiesta era en el hotel Barceló de Plaza de España [Madrid]. Justo habíamos salido a fumar un pitillo y ahí le abracé.
Pablo Motos es una persona a la que le gusta hablar sobre lo bien que le trata la calle y lo mal que le tratan las redes. Bien: la calle te miente siempre”
P. Vivir unos meses como nominado, pura expectativa, también tuvo que ser interesante para su libro.
R. Tres meses con una sensación increíble. Hay familiares tuyos y amigos y gente para la que de repente eres esta cosa brillante.
P. El hormiguero, detector del quién es quién en España.
R. Pablo Motos es una persona a la que le gusta hablar sobre lo bien que le trata la calle y lo mal que le tratan las redes. Bueno, la calle te miente siempre. Los famosos piensan que la calle, o su entorno, es el mundo entero. No lo es. Son entornos preparados y diseñados. Tú, por ejemplo, puedes vivir en una urbanización, puedes ir a un hospital privado, llevas a tu hijo a Estados Unidos a un pediatra carísimo, vas a un gimnasio de la hostia, ligas en una aplicación solo para famosos. ¿Qué tipo te dice la verdad? ¿El de la coctelería al que le has dado 50 euros de propina?
P. Eso la calle. ¿Y las redes?
R. Hemos hecho todos una cosa muy mal, que es no elegir bien nuestras batallas. Yo entiendo que cualquier famoso al que se le juzga cada día diga que las redes sociales son una mierda: joder, hay quien cada vez que sale le ponen a parir. El problema es que, probablemente, por ejemplo el caso de Motos, de cada cinco veces que le ponen a parir, una tengan razón y adviertan un comportamiento que pueda ser corregido. Pero como no hemos elegido bien nuestras batallas, y como ahora en las redes luchamos con la misma intensidad ante problemas que quizá no lo merecen, los que tienen exposición no saben diferenciar y prefieren eliminarlas todas. Entonces las redes ya no son fáciles de interpretar. Esos dos mundos son interesantísimos porque siempre se repiten: amor por la calle, desdén por las redes sociales. Y al final este tío de la calle no te quiere tanto y el de internet no te odia tanto.
P. La complicada felicidad.
R. Mi chiste favorito de Dave Chappelle, resumido, es cuando habla de Anthony Bourdain. Anthony Bourdain tenía el mejor trabajo de la historia, que era viajar a sitios increíbles, comer comida increíble y hablar con gente increíble. Y se suicidó. Yo, decía Chapelle, tengo un colega al que un divorcio le quitó todo, y que está trabajando ahora con 40 y pico años en un Foot Locker y viviendo en casa de su madre. Y no ha pensado ni una sola vez en suicidarse. Y dice Chapelle: “Casi le sugerí que lo intentase. Igual es lo que te viene bien ahora, ¿sabes?”. Da igual. La exposición te hace infeliz.
P. ¿La exposición te hace infeliz?
R. Siempre. Siempre. A veces a corto plazo, a veces a largo plazo.
P. Volver a ser anónimo también es interesante: pierdes todos los privilegios porque no te conoce nadie, pero si te pillan conduciendo borracho, vuelves a los medios a lo grande: resulta que para eso vuelves a ser famoso.
R. Y volvemos a que la fama depende de unos intereses y de unos apoyos. O de un medio al que de pronto le eres interesante. La fama no depende del talento. La fama depende de que unos intereses, unas plataformas, unos medios, digan: tú me sirves para esto. Promocionándote, yo gano algo.
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