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LA CRÍTICA DE LA SEMANA | SELFIE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tanta gracia con tan poco dinero

Se produce el milagro de que los 10.000 euros que ha costado 'Selfie' sirven para parir una película inteligente y original, irreverente y corrosiva

Santiago Alverú, en una imagen de 'Selfie'.
Carlos Boyero

SELFIE

Dirección: Víctor García León.

Intérpretes: Santiago Alverú, Macarena Sanz, Javier Carramiñana.

Género: tragicomedia. España, 2017.

Duración: 85 minutos.

Víctor García León ha padecido injustamente la travesía del desierto desde que realizó Vete de mí, su segunda y espléndida película, hasta la actual Selfie. Nada menos que 11 años de impuesta sequía, de proyectos que se venían abajo, no encontraban financiación, se postergaban hasta el infinito, de estar a punto de tirar la toalla en la profesión que habías elegido y en la que habías demostrado que poseías talento, que sabías contar historias con la cámara, escribir guiones con personalidad e ingenio en compañía de Jonás Trueba, dirigir actores, entretener con dignidad al personal. Afortunadamente, no permitió que se impusieran con lógica la desolación y el definitivo abandono.

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Y rompiendo la norma de que es imposible hace una película actualmente si no la producen las televisiones privadas o algún mecenas lo suficientemente loco como para perder su dinero, Víctor García León se ha agarrado en Selfie al posibilismo más audaz. O sea, convencer a los amigos y al equipo para trabajar sin cobrar un euro en un proyecto aparentemente delirante, utilizar hasta el infinito la imaginación para suplir la falta de dinero, improvisar durante el rodaje, depositar una fe indesmayable en película tan azarosa. Y se produce el milagro de que los 10.000 euros que ha costado Selfie sirven para parir una película inteligente y original, irreverente y corrosiva, con capacidad para despertar la sonrisa y la risa, mezclando con habilidad la realidad y la ficción, observando la vida con higiénica mala hostia.

Dylan, que siempre ha poseído vocación para hacer líricos o feroces retratos con el desamor, con el fracaso de aquello en lo que se creyó, ha escrito canciones (o venganzas) memorables sobre el trágico tema. Y no siempre en un tono tan poético como “Ahora todo se acabó, baby blue”. Hablo de esa inmarchitable obra maestra titulada Like a Rolling Stone, una canción que se permite el lujo de comenzar por el clímax, con el órgano de Al Kooper y la guitarra de Mike Bloomfield, creando una atmósfera impresionante y acompañando a la voz nasal e hipnótica del chico temible que brama implacablemente: “¿Qué se siente vagando sin hogar, a solas en la vida, ignorado por todos, como un caso perdido?”.

No me he vuelto loco por asociar el clásico de Dylan con el argumento de esta película. La diferencia es que la intemperie de la antigua y desdeñosa princesa que relata Dylan tiene un dramatismo y una dureza con sabor a ajuste de cuentas, mientras que Víctor García León prefiere la sorna, los equívocos con sabor surrealista, la tragicomedia, para describir la supervivencia de ese niño pijo que lo ha perdido todo, que debe aprender a toda hostia la metodología callejera del que se ha quedado más solo que la una y debe procurarse techo y comida para seguir tirando.

Y ese obligado aprendizaje del chico pepero de La Moraleja resulta hilarante. Intentando disfrazarse, recurriendo a podemitas y okupas, fauna de Lavapiés y discapacitados con actividad laboral, colándose por si cae algo en mítines de madame Aguirre y de Pablo Iglesias, seduciendo a una invidente más lista y peligrosa que el hambre, tirándose el rollo día tras día para procurarse una cama y algún sustento que llevarse a la boca.El protagonista, Santiago Alverú, es tan creíble y tan bueno que no sabes cuándo actúa o si se limita a ser él mismo. Tiene mucho mérito esta insolente y divertida película en la que su director aplica una mirada cáustica sobre todo y sobre todos. Rebosa talento y gracia. Y ojalá que el cine de Víctor García León tenga continuidad. Se lo merece y nos lo merecemos sus regocijados espectadores.

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