David McCloskey, exanalista de la CIA y autor de ‘Estación Damasco’, el ‘thriller’ del verano: “La Agencia no mata a la ligera”
El escritor y antiguo agente recoge el testigo de Le Carré y le añade dosis de Tarantino para componer una novela electrizante, ambientada en los inicios de la guerra civil siria
Si quieren leer un buen thriller de espionaje este verano, no lo duden: Estación Damasco, de David McCloskey (Salamandra, 2024), un exanalista de la CIA que ha creado una trama absolutamente adictiva ambientada en la Siria de los inicios de la guerra civil en 2011-13 y que suena a cruce de Le Carré con Tarantino. El libro, un retrato desde dentro del mundo de la Agencia y sus operaciones secretas, lo recomienda el propio David Petraeus, exdirector de la CIA con la rotunda frase “la mejor novela de espionaje que he leído nunca”. Claro que uno se puede cuestionar cuántas novelas del género ha podido leer Petraeus, que ha debido estar muy ocupado cuando era general de cuatro estrellas y comandante en jefe de la coalición en Irak y no digamos después como jefe de la CIA, cargo del que dimitió por el escándalo tras una relación extramatrimonial con su biógrafa, que ya es morbo. Es cierto que en Estación Damasco hay una poderosa trama romántica de amores clandestinos que ha debido interesarle mucho…
Sea como sea, la novela es apasionante y sus 552 páginas se leen compulsivamente a lo que ayudan las grandes dosis de acción (especiada con sexo) y un argumento en el que los hechos y personajes reales se mezclan muy hábilmente con los inventados. En el relato, un agente de operaciones encubiertas de la CIA trata de reclutar a una importante (y atractiva) funcionaria del gobierno de Bashar al-Asad y juntos viven peligrosas aventuras y requiebros mientras el dictador sirio decide la utilización de armas químicas para eliminar la revuelta contra su régimen y EE UU vigila muy atentamente ese arsenal.
En la historia aparecen siniestros miembros de la Mujabarat (la policía secreta siria) y de la Guardia Republicana (la principal fuerza militar del país), un asesor del presidente Asad adicto a las menores de edad, activos de la Agencia infiltrados, operaciones de contravigilancia con grandes dosis de Pizza-Hut, una masacre causada por gas sarín, las interioridades de Langley (como que tienen una extravagante máquina expendedora de perritos calientes), espeluznantes pruebas preparatorias con cadáveres para asesinatos selectivos, una jefa de la CIA que exhibe una escopeta Mossberg de combate sobre el escritorio (y luego la maneja como Chuck Norris), un equipo de implacables agentes del Servicio de Seguridad ruso prestado por Putin a los sirios y conservado en vodka, un asalto a la embajada de EE UU en Damasco y hasta una letal francotiradora islamista con hiyab apodada La Muerte Negra.
“No tenía muy clara la trama cuando empecé a escribir la novela, más allá de que sería sobre el oficio de espía y estaría ambientada en los primeros años de la guerra civil siria y en Damasco”, explica MacCloskey (Minneapolis, 38 años) desde el despacho de su casa estilo rancho en Lakewood, Dallas, en una entrevista por zoom. El novelista ex analista de la CIA, que forma una famosa pareja de éxito con su mujer Abby, asesora política republicana y atractiva y rubia como él (tienen tres hijos guapísimos y un Golden retriever), añade que en su thriller “los personajes provienen del escenario, y la trama de los personajes”. El argumento “es, de alguna manera, los personajes en acción, brota de sus deseos y dilemas”. Quiso, dice, ofrecer parte de su conocimiento de cómo funciona el negocio de la inteligencia (y la combinación del Semtex con un teléfono satelital) y mostrarlo de manera realista y auténtica. No obstante, recalca que lo que ha hecho, pese a que ha descrito Siria como era en los años en que transcurre la novela y en su preciso contexto geopolítico, es “arte y no ciencia”.
¿Ha vivido McCloskey personalmente situaciones como las de la novela? “Bueno, yo era analista de la CIA, trabajé en la Agencia. Fui parte de operaciones como las que cuento, viví en Siria, pero en la inmensa mayor parte de los elementos de la novela no son autobiográficos. En el fondo, era un analista, no un agente de operaciones, así que hacía un trabajo distinto al del protagonista, Sam. La novela es un reflejo de las historias de otros”. Pero, ¿ha estado en peligro? “Viví en Siria antes de la guerra, y mi servicio acabó un mes antes de que estallara la revuelta. La Siria que viví era muy diferente, más segura. Y pienso que hay una percepción equivocada de lo que hacen los agentes de la CIA, probablemente causada porque en los últimos 20 años se ha centrado mucho en las zonas de guerra, en Iraq, en Afganistán, luchando contra grupos terroristas como Al Qaeda. He de decir que no es lo que muchos agentes de la CIA hacen, la mayoría no están en riesgo personal durante tanto tiempo como se cree. Yo no sentí eso”. Es de imaginar que nunca ha matado a nadie. “No, no, claro, no. No lo he hecho”.
McCloskey señala que algo que le parece muy interesante de la Agencia y que trata de plasmar en el libro “es la gran paradoja de la CIA, su carácter bipolar”. Y explica: ”La Agencia tiene un gran talento para hacer cosas como localizar y matar a alguien en un lugar tan remoto como el Hindu Kush, pero también es una organización muy torpe, en la que puede ser imposible conseguir una grapadora, como a mí me ha pasado. Parece mentira que sea la misma organización, pero lo es. Siempre piensas que la misión de la CIA es de alta especialización y excepcional. Estamos literalmente tratando de encontrar y eliminar grupos terroristas por todo el mundo. Recolectamos información sobre objetivos de vital importancia en otros países y tratamos de convencer a gente para que nos entregue secretos de Estado. Escribimos los más altamente clasificados informes secretos para el presidente. Y por otro lado, sufrimos todos los problemas burocráticos que afligen a una gran organización, montones de regulaciones y normas. Para mí, las mejores historias de espías son las que mezclan estos dos aspectos”.
Describe que en la CIA hay muchas reglas para asesinar. “Así es, la CIA no mata a la ligera. Es un proceso, muy reglamentado, muy burocrático, con muchos abogados involucrados. La Agencia, que se formó en 1947, en sus dos primeras décadas de existencia funcionaba esencialmente como el traje que se ponía el presidente para los trabajos sucios: guiñaba un ojo y asentía. Eso ya no es así. Hubo una gran cantidad de reformas y cambios en los 70 y 80, una progresiva institucionalización. Y como resultado, la CIA es una organización muy estructurada y burocrática, con una capa extra de revisiones cuando se trata de una acción letal. No es una organización diabólica como creen muchos”.
Sorprende, la verdad, que McCloskey opine —lo dice en los agradecimientos del libro— que la CIA hace el mundo mejor y más seguro. “La CIA es una institución americana. Creo firmemente que actúa en el mejor interés de los EE UU para disponer de información mejor que la de nuestros enemigos y que nos de ventaja sobre ellos. En ese sentido, es una labor fundamental. El concepto de la Agencia como una suerte de máquina de asesinar no corresponde a la realidad actual. Se trata de dar al presidente y los responsables políticos la mejor información para que tomen las mejores decisiones en política exterior y seguridad nacional. Es un papel crítico, esencial. No subestimo en absoluto lo que haya perpetrado la Agencia en el pasado, no soy un cheerleader de todo lo que ha hecho la CIA, pero pienso que juega un papel esencial. Y creo que incluso en una democracia necesitamos instituciones secretas como ella para proteger nuestra seguridad nacional, aunque por supuesto deben tener suficiente transparencia y control, y que el secreto y la oscuridad no dominen la institución”.
En Estación Damasco pueden percibirse ecos de Frederick Forsyth y David Morrell. “Los leí de joven, y un montón de Tom Clancy, desde luego, aunque ya no leo tantos thrillers tecno-militares como solía. Entre mis grandes influencias quien está es Le Carré, claro. Empecé a leer sus libros en el instituto y he acabado todo el canon, y aunque es un viejo jugador del género en este momento no creo que se pueda hablar de novela de espionaje hoy en día sin mencionar su nombre en algún aspecto. Dicho esto, hay un grupo de novelistas del género, algunos de ellos miembros de la CIA, otros no, que me han influido, en particular mostrándome que puedes mezclar autenticidad con una historia realmente crepitante, sin que la unión chirríe. A veces cuando tratas de escribir el libro más auténtico posible, ocurre que estás sacrificando algunos de los elementos de la trama. Y no hay que hacerlo nunca. Entre esos autores que digo que me han ayudado a entender eso están Jason Matthews, autor de la trilogía Gorrión Rojo, Charles McCary, agente de la CIA, y una mujer, I. S. Berry, cuya novela The Peacock and the Sparrow fue realmente una gran fuente de inspiración para mí: cómo puedes situar una historia, en su caso la acción de la CIA en Baréin, de manera muy auténtica”.
Uno de los méritos de Estación Damasco es que el lector no se pierde como sucede en algunas novelas —incluso muy buenas— de espionaje. “He intentado hacer la trama lo más rectilínea posible, aunque hay cambios de punto de vista, y flashbacks. No era fácil, porque la situación en Siria es muy complicada y hay una guerra civil”. Sorprende que pese a su fidelidad a los datos, McCloskey se invente un atentado con bomba contra el presidente sirio en un episodio que, por cierto, recuerda mucho el atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944, cambiando la cartera de Stauffenberg por un carrito de bebidas. “Trato de ser lo más fiel posible a los datos históricos, y hubo un atentado en 2012 en la sede la Seguridad Nacional siria, aunque no estaba el presidente; pero hay momentos en los que pienso, ‘bueno, es mi maldito libro, y qué diablos, es una novela de ficción, así que voy a cambiar la historia si me da la gana, voy a poner a Asad en esa habitación, voy a escribir ese episodio contrafactual en que tratan de eliminar al presidente por usar armas químicas’. Y está bien, porque el núcleo de la acción es auténtico y me puedo permitir un par de florituras creativas. Si sirve para hacer mejor el relato, me vale. En cuanto a lo del atentado contra Hitler, aunque dudo que la resistencia siria hubiera oído hablar, me gusta que haya ese eco”.
Los miembros de los servicios de inteligencia sirios son en la novela grandes villanos. “Lo son en realidad, muy malvados, puedo asegurarlo. Las personas que se supone que deberían defender la ley convertidas en predadores. No diría que son psicópatas en el sentido clínico del término, pero sí muy proclives a usar la violencia contra la gente normal. Los dos hermanos que describo son representaciones de figuras del régimen sirio que han existido y existen. Sin embargo, espero que el lector encuentre en mis personajes caracteres humanos complejos y no simples caricaturas, que entienda algunas de sus motivaciones”. Lo del lugarteniente al que llaman Comanche por su costumbre de escalpar a las víctimas... “Puedes encontrar un montón de relatos de terribles actos de tortura que suceden en los centros de detención sirios, pero eso me lo he inventado. Quería convertir a ese tipo en brutal incluso para los estándares sirios”. Comanche, cueros cabelludos… suena al Tarantino de Malditos bastardos. “Soy un gran fan de las películas de Tarantino y me gusta que en algún punto mis historias se vuelvan realmente feas y salvajes. Que haya un estallido de violencia. Me atrae eso como escritor y contador de historias. Lo he hecho en la novela en momentos como los bombardeos de Damasco, el atentado, la masacre con sarín, el ataque a la embajada (que se produjo de verdad)... El otro día volví a ver Érase una vez en Hollywood y me volvió a atrapar la mezcla de la lentitud con que se desarrolla la trama y la forma repentina en que todo estalla. Me atrae eso”.
¿Qué hay de la francotiradora islamista? “Había mujeres que luchaban en ese bando, pero lo de una francotiradora como las soviéticas en la Segunda Guerra Mundial es pura invención mía”. En la novela tienen un papel importante los cristianos sirios, como la protagonista. “Es así, la realidad de la división de poder en Siria. La política de dividir y vencer del régimen de los Asad, que se ha apoyado en las minorías, dándoles papeles distintos en el aparato de seguridad y enfrentándolas entre ellas y al resto de la población. En ese sentido el clan de los Haddad de mi novela, al que pertenece Mariam, la protagonista, son sirio cristianos y damascenos y muy seculares, con mucho poder e influencia”.
Sorprende, visto las tensiones a que ha sido sometido, y parte de las cuales se ven en la novela, que el régimen sirio no haya caído ya. “Bueno, cuando el padre de Bashar construyó su estructura de poder lo hizo de manera que para romperla, para destruir el régimen, debías cargarte el país entero, por la estrecha red de conexiones sociales y familiares. Son una parte relativamente pequeña de la población, pero controlan completamente el aparato represivo y no importa cuánto se odien entre ellos están indisolublemente atados por el mismo sentido de amenaza. El régimen se ha transformado con el tiempo a algo más parecido al feudo de un señor de la guerra o de un narcotraficante. Así que no lo puedes ver como un régimen normal. Pero es la entidad más poderosa en Siria”.
McCloskey, que ha trabajado años en Siria no cree que el país juegue un papel importante en la actual situación geopolítica. “No mucho, no es un gran país, no tiene suficiente petróleo para afectar a los mercados, ni armas nucleares. Importa por su situación geográfica y su relación con otros países, por crear problemas en Líbano o Iraq o con los israelíes para mantener relevancia. Pero no es un jugador significativo en el tablero geopolítico. Aunque desde luego han provocado con su guerra civil la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, y esa dinámica de inmigración en Europa ha contribuido al surgimiento de partidos nacionalistas de ultraderecha anti-inmigración por todo el continente”.
El equipo de agentes rusos que aparece en Estación Damasco es como de un filme de Rambo. “Los servicios secretos rusos son muy duros, brutales. Me lo pasé bien describiéndolos. Tienen un papel pequeño pero crucial en la historia, es antes de la llegada de la intervención rusa masiva en 2015. El estereotipo de grandes bebedores de vodka es bastante verdad respecto a muchos de esos tipos. La relación de los sirios con los rusos es muy antigua y se remonta a la Guerra Fría”. Ese arte marcial que aparece en la novela, el krav magá, combate de contacto… “Existe; me hacía gracia, aunque es algo poco probable, que una siria fuera una experta en el uso de un sistema de defensa personal israelí, y algunos mentores míos de la Agencia levantaron la ceja al leerlo. Podía haber puesto jiu- jitsu o algo así, pero me gustaba eso, que es un rasgo secretamente subversivo de la protagonista. Y creo que funciona bien”.
Estación Damasco tiene parte de novela romántica. “Sí, es probablemente poco canónica como thriller de espionaje en ese aspecto. En los primeros esbozos de la novela no era así. Pero los personajes fueron tendiendo hacia ello. Había atracción romántica, luego amor, y pasó a ser una parte significativa de la historia. Creo que la razón es porque las relaciones entre activos y captadores, entre agentes reclutadores y reclutados, cruciales en tantas novelas de espías, son muy intensas . Basta con pensar en La chica del tambor, de Le Carré. Hay una increíble cantidad de intimidad y confianza en esas relaciones, y también manipulación y engaño, con cada parte usando a la otra, una tormenta de emociones. En ese aspecto es como un matrimonio. Por otro lado, el amor romántico hace que la trama se mueva en direcciones inesperadas”.
En algunos aspectos la novela recuerda la película Red de mentiras, de Ridley Scott, con Russell Crowe como el cínico jefe del agente de la CIA que interpreta Leonardo di Caprio, operativo en Jordania y enamorado de una médico iraní. “Me gusta ese filme, y la novela en la que está basada, una de las mejores de David Ignatius, más aún. Es cierto que hay cosas parecidas, como la forma en la que el agente ha de lidiar con la carga burocrática de la Agencia”.
Es inevitable preguntarle por la carrera presidencial. “Estoy muy descorazonado por el estado de nuestros políticos. Me frustra que nuestra elección tenga que ser entre estas dos personas. Aprovecho para recordar que la CIA en su mejor aspecto es un cuerpo relativamente apolítico. Sólo dos cargos son políticos, el director y el subdirector. Y que la esencia básica de la Agencia es mirar al mundo objetivamente y contarle al presidente cosas que quizá el presidente no querría oír, ese es el trabajo”.
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