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Todo sobre Joaquín Rodrigo y su ‘Concierto de Aranjuez’, en el 25º aniversario de su muerte

Una nueva biografía en inglés de Javier Suárez Pajares y Walter Aaron Clark revela los detalles de la célebre composición y reivindica las muchas obras olvidadas del compositor valenciano, que encontró acomodo en la España franquista

Joaquín Rodrigo, en su casa en Madrid, en 1975.
Joaquín Rodrigo, en su casa en Madrid, en 1975.Keystone (Getty Images)

“¡Hombre, eso está hecho!”. Esta confiada expresión desencadenó una de las composiciones más famosas de la historia de la música: el Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo (Sagunto, 1901 - Madrid, 1999). El 26 de septiembre de 1938, el compositor español almorzaba en el Club Náutico de San Sebastián con el guitarrista Regino Sainz de la Maza, que le instó a componer un concierto para su instrumento diciéndole que era una especie de “elegido”.

La idea parecía disparatada. Pocos compositores se habían atrevido a enfrentar el volumen íntimo de una guitarra clásica española con la densidad sonora de una orquesta sinfónica. Y, de hecho, en noviembre de 1940, cuando la obra ya estaba terminada y ambos viajaban a Barcelona para su estreno, Rodrigo no las tenía todas consigo: “¿Y si mañana, durante el ensayo, no se oyera la guitarra?”.

Estos y otros detalles del popular Concierto de Aranjuez, cuyo bellísimo adagio ha sido versionado por Miles Davis o Chick Corea y ha formado parte de varias películas y anuncios de televisión, se incluyen en A Light in the Darkness: The Music and Life of Joaquín Rodrigo, de Javier Suárez Pajares y Walter Aaron Clark. La primera biografía de un compositor español que publica la prestigiosa editorial estadounidense W. W. Norton & Company. Y también el estudio más completo acerca de su vida y obra musical, que arranca, a comienzos del siglo XX, con la difteria ocular que lo dejó ciego con tres años, y culmina con su fallecimiento, casi centenario, el 6 de julio de 1999, hace hoy exactamente veinticinco años.

Un retrato del compositor, intérprete, escritor, profesor, diplomático cultural y celebridad mediática que no elude un contexto marcado por los vaivenes del siglo XX. El hijo menor de un cacique conservador de Sagunto que creció en la Valencia republicana y anticlerical de Blasco Ibáñez. Pero también un niño invidente orientado hacia la creación musical, en el pionero Colegio de Sordomudos y Ciegos de la capital del Turia, a través de una versión modificada y ampliada del sistema braille.

Concierto homenaje a Joaquín Rodrigo en su 90 cumpleaños, acompañado en la imagen por el director de orquesta Enrique García Asensio.
Concierto homenaje a Joaquín Rodrigo en su 90 cumpleaños, acompañado en la imagen por el director de orquesta Enrique García Asensio.Quim Llenas (Cover/Getty Images)

Un joven músico que gustaba de provocar al público con giros politonales, pero con medios económicos para trasladarse a París, en 1927, para estudiar con Paul Dukas. Allí su nombre se conectó pronto con Albéniz y Falla, e incluso encontró a su compañera de vida: la pianista sefardí Victoria Kamhi (1902-1997). Años después, el compositor afrontó dificultades económicas durante la Guerra civil española, que pasó entre la Alemania de Hitler y el París previo a la ocupación. Definió las características de su “neocasticismo”, un estilo musical enraizado en la tradición nacional modernizada. Y se aseguró el apoyo del entorno cultural falangista que permitió su acomodo en la España franquista, donde trabajó en Radio Nacional, el diario Pueblo, el Conservatorio de Madrid y la actual Universidad Complutense.

El capítulo central del libro se titula All About The ‘Concierto de Aranjuez’ (1938-1940). Más de medio centenar de páginas con todos los detalles acerca de la composición que permitió a Rodrigo atravesar el selecto umbral de la historia de la música y cosechar una inmensa popularidad. Una obra escrita desde finales de 1938 hasta mediados de 1939 y cuya creación se inició con la famosísima melodía que toca el corno inglés al comienzo del adagio.

Joaquín Rodrigo, flanqueado por los directores de orquesta Aldo Ceccato (izquierda) y Odón Alonso, en el concierto homenaje por su 90 cumpleaños.
Joaquín Rodrigo, flanqueado por los directores de orquesta Aldo Ceccato (izquierda) y Odón Alonso, en el concierto homenaje por su 90 cumpleaños.Quim Llenas (Cover/Getty Images)

Las memorias de su esposa siempre han relacionado la inspiración de esa melodía con el trágico aborto que sufrió, en junio de 1939. Pero las fechas no cuadran. Hoy sabemos que Rodrigo redactó ese tema, en noviembre de 1938, poco después de escuchar en concierto la Pasión según san Mateo, de Bach, y emocionarse con el aria Erbarme dich que está, precisamente, en la misma tonalidad de si menor. Parece un origen plausible para una melodía que se desenvuelve a medio camino entre el neoclasicismo de Stravinski y el nouveau lyrisme de su maestro Dukas.

A la composición del adagio siguió, casi como un arrebato, la del tercer movimiento, allegro gentile, que estuvo completado en marzo de 1939. Entonces afrontó la redacción del primero, allegro con spirito, con una voluntad mucho más rítmica que melódica y cercana al flamenco. Pero la inspiración de la obra no parece relacionada con los jardines y el palacio de Aranjuez, que Rodrigo había visitado en 1933, sino más bien con los jardines y el palacio de Luxemburgo, ubicados muy cerca del humilde apartamento que ocupaba en la parisina Rue Saint-Jacques.

No obstante, el título de esta composición ha determinado su perenne vínculo con el municipio madrileño a orillas del Tajo. No solo recibió del rey de España, en 1991, el título nobiliario de Marqués de los Jardines de Aranjuez, sino que sus restos mortales reposan en su Cementerio Municipal. Una tumba adornada por la escultura modernista de Pablo Serrano que representa la famosísima melodía del adagio junto a una guitarra.

Amor por la guitarra

La estrecha identificación de Rodrigo con ese instrumento fue anterior y posterior al Concierto de Aranjuez. Su catálogo casi arranca con Zarabanda lejana (1926) y prosigue con la imponente Toccata (1933). Casi todos los guitarristas con los que colaboró fueron grandes intérpretes del Concierto de Aranjuez. El propio Sainz de la Maza realizó su primera grabación, en 1948, bajo la dirección de Ataúlfo Argenta (Odeon). Pero la excepción fue Andrés Segovia, que jamás tocó ese popular concierto, aunque estrenaría su Fantasía para un gentilhombre (1954). A continuación, despuntó Narciso Yepes, cuya grabación con la Orquesta de la RTVE, de 1968, sigue siendo una referencia (DG).

Rodrigo escribió para Julian Bream la Sonata giocosa (1959). Y la colorista y articulada versión del Concierto de Aranjuez registrada en 1982 por este guitarrista británico junto a John Elliot Gardiner (RCA), ofrece un balance ideal entre solista y orquesta. Pero la mejor grabación surgió del encanto y fluidez de Pepe Romero bajo la dirección de Neville Marriner, en 1978 (Philips). El guitarrista malagueño también estrenó el Concierto madrigal (1966) junto a su hermano Ángel, el Concierto andaluz (1967) con el cuarteto familiar de guitarristas, y fue responsable, además, del Concierto para una fiesta (1982), la segunda obra concertante de Rodrigo para guitarra solista. Pero tampoco debemos olvidar la exquisita libertad flamenca de Paco de Lucía en su grabación, de 1991, con la Orquesta de Cadaqués (Philips).

Joaquín Rodrigo, en su casa de Madrid, en 1946.
Joaquín Rodrigo, en su casa de Madrid, en 1946. Fundación Victoria y Joaquín Rodrigo

El libro de Suárez Pajares y Clark permite ahondar cronológicamente en todas y cada una de las composiciones de Rodrigo por medio de precisas explicaciones, tablas y ejemplos musicales. Entre sus composiciones pianísticas destaca el Preludio al gallo mañanero (1926) lleno de ásperas disonancias y ritmos desordenados, la lírica e intensa Sonada de adiós (1935) como despedida a su maestro Dukas y el aroma a Satie de su Gran marcha de los subsecretarios (1941). De las orquestales sobresalen los poemas sinfónicos, tanto el lírico Per la flor del lliri blau (1934) como el sorprendente A la busca del más allá (1976) inspirado por una visita a la NASA. Y no debemos olvidar sus obras vocales, tanto Serranilla (1928) que popularizó Conchita Supervía, la prolongación colorista de Falla que escuchamos en Ausencias de Dulcinea (1948) y la inventiva Música para un códice salmantino (1953) sobre versos de Miguel de Unamuno.

Pero si hay una constante en su catálogo son conciertos para diferentes instrumentos como resultado de sus colaboraciones con grandes solistas. Una colección que empezó, precisamente, con el Concierto de Aranjuez. Prosigue con el Concierto heroico (1942) para piano y el Concierto de estío (1943) para violín. También está el Concierto in modo galante (1949) para violonchelo que surgió de su relación con Gaspar Cassadó y el Concierto serenata (1954) para arpa destinado a Nicanor Zabaleta. Y, dejando a un lado las obras ya citadas para una o varias guitarras con orquesta, faltaría el Concierto pastoral para flauta inspirado por James Gallway (1978) junto al Concierto como un divertimento (1981) para violonchelo. Esta obra surgió tras un encargo de Julian Lloyd Webber que subraya en el prólogo del libro el desconocimiento de la obra de Rodrigo más allá de su Concierto de Aranjuez: “Un tesoro escondido esperando a ser descubierto”.

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