El triunfo de La Cervantina: 23 escritores en busca de un balón en un lugar de la cancha
El equipo español de escritores llega, contra todo pronóstico, a la final de la primera Eurocopa celebrada en Berlín y cae ante Alemania. Crónica de un extraño sueño de ficción
La llamada. Te llama el seleccionador nacional de La Cervantina. No sabes que existía esa selección de escritores españoles que juegan a fútbol. Te pregunta si estarías dispuesto a jugar la primera Eurocopa de escritores en Berlín: ocho países con sus novelistas, poetas y ensayistas pugnando sobre el césped por una copa. Embriagado por toda la épica deportiva leída y sentida, por tus colecciones de cromos antiguos y las camisetas retro de selecciones, dices que sí. Que claro. Que es un sueño que uno no esperaba vivir con la guadaña de los cuarenta a la vuelta de la Navidad. El seleccionador te pregunta en qué posición juegas. Piensas que la última vez que jugaste al fútbol eras un chaval y corríais todos por todo el campo. Pero mientes y dices que de mediapunta. Intentas unas risas. Y entonces oyes la frase inesperada: “A divertirnos no: vamos a ganar. Quien intente un caño va al banquillo”. Tragas. Cuelgas el teléfono. Notas que esto va en serio. Entonces empiezan cuatro semanas de nervios. Peor: de miedo. Un miedo irracional.
Los jugadores. La selección son solapas de libros hechas carne. El guardián de las palabras Álex Grijelmo está bajo los palos, con guantes ajados marca SP y sus 68 tacos solo en el DNI. Nacho Carretero, que retrató la Fariña, se mueve entre líneas. Gabi Martínez, con espíritu cruyffista y sueños del Delta, ataca por el lateral. Galder Reguera y Carlos Marañón ponen el alma y el cerebro al equipo. Las esperanzas están depositadas en Jacinto Elá, nacido en Guinea Ecuatorial, que fue canterano del Espanyol, que fue el mejor sub-16 del mundo y que fichó por la Premier antes de lesionarse y acabar su carrera para escribirlo todo en Fútbol B. También concita orgullo Olga Capdevila, que publica en Blackie Books y Fulgencio Pimentel sus libros ilustrados, y que una vez fue máxima goleadora en la liga de su barrio. Hay pedigrí literario en Pablo Martín Sánchez, novelista oulipiano y autor del aclamado libro El anarquista que se llamaba como yo, que corre la banda y achica espacios. Varios poetas, como Pablo García Casado o Carmen Berasategui, cambian los versos por tacos y botas multitaco. Hay más escritores seleccionados: Manuel Aguilera, Antonio Pacheco, Alfonso López, Antonio Agredano, Juan López Córcoles, Enrique Criado, Chema Rodríguez, Manuel Marsol, Emili Albi y Alejandro Oliva. El míster es Pedro Zuazua, puro instinto felino y autor de En mi casa no entra un gato. Tiene un lema: “Para ganar un partido, primero hay que ir empatados”.
La alerta. Un mes antes del inicio, mandan un plan de entrenamientos. Serán partidos en campo grande, once contra once, y hay que estar en forma. Carreras con cambios de ritmo, trote continuo, ejercicios de core. Qué diablos será el core. Y entonces, con la emoción llega la conmoción. Jorge Bustos, autor de esa historia del sinhogarismo en Madrid que es Casi, que decía que prefería La Cervantina al Premio Cervantes, sufre una lesión a una semana del debú. Estaba a dieta. Corría motivado. Probó una pachanga. Intentó una chilena. Se rompió el codo. Adiós a la Eurocopa. El pánico cunde. Cualquier molestia es una alarma. Una legión de hipocondriacos. Todos los miedos, el miedo.
La equipación. ¿Es posible describir el momento de destapar la bolsa y encontrar la equipación oficial? El chándal con el escudo. El polo con el escudo. El pantalón corto con el escudo. La camiseta —la camiseta oficial de España— con el escudo y la estrella de campeona mundial. Todo lo envía la Federación Española de Fútbol, que ayuda a La Cervantina. Tú llevas el 4. El 4 de Koeman en Wembley. El 4 de Ramos en su remate a la Décima. El 4 de Beckenbauer en su primer mundial. Nadie parece adulto; mucho menos escritor. La felicidad.
Los prolegómenos. Paseáis juntos con el chándal de la selección por Berlín. Os miran, queréis ser mirados: el ego solo cambia de registro. Habéis hecho una visita oficial al Instituto Cervantes. Cada uno entrega un libro suyo para la biblioteca del centro. Su director habla; nadie piensa en el Cervantes. La mente está en La Cervantina. Pero antes hay un torneo de ajedrez. A última hora se han inventado la Eurocopa de ajedrez. Dieciséis escritores moviendo las piezas. Te apuntan. Se supone que alguien que ha escrito un libro con trasfondo de ajedrez sabrá jugar. Otra épica nubla tu mente: Arturito Pomar y Bobby Fischer en Estocolmo, el genio loco de Morphy que ya nunca quiso oír la palabra chess, Alekhine tal vez asesinado en Estoril. Otro engaño al personal: tu nivel es infantil. Juegas contra Konstantin Richter, alemán, autor de Kafka era joven y necesitaba el dinero; contra Ben Donald, inglés, autor de Primavera para Alemania; y contra Fredeik Ekelund, sueco, que escribió junto al reputado Karl Ove Knausgaard Home and Away, un libro con pensamientos sobre fútbol. Pierdes rápido las tres partidas. La Eurocopa de ajedrez la gana Ekelund. Qué más da. No habéis venido a eso.
El debú. Jacinto es un costurero de la calle Ruda de Madrid. Él y Bea han confeccionado a mano los banderines con el escudo del equipo: un rostro de Cervantes con una bota de fútbol en la cabeza, diseño de Manuel Marsol. El capitán de España le entrega ese banderín al líder de los ingleses, como en los viejos tiempos. Estadio Berolina Mitte Soccer Club. Sol de media tarde. El pirulí de Alexanderplatz corta el cielo. Suena el silbato. Empieza la Eurocopa. Tu sobrino te preguntaba en qué canal retransmitirían los partidos; nunca despiertes de ser niño. Estás en el banquillo con tus miedos a la lesión inmediata. El primer entrenamiento en solitario —el primero de tu vida con botas— acabaste con el pie hinchado y cojeando. El segundo lo terminaste con dolor en el cuádriceps. No hubo tercero por si acaso.
La actitud. Es inevitable recordar el gag de los Monty Python: un Alemania-Grecia con dos equipos de filósofos sobre el césped. Hegel, Nietzsche, Heidegger y otros teutones con levita jugando contra Epicuro, Arquímedes, Platón y otros atenienses con túnica. Van cavilando sobre el césped, filosofando, acariciándose el mentón sin tocar la pelota. Nada que ver con la Eurocopa de escritores. Aquí se va a muerte. Insultos, entradas, tarjeta roja para un editor alemán, provocaciones de los alemanes al banquillo español. Nunca la cultura inmunizó contra la barbarie.
La liguilla. Contra Inglaterra: Juan López Córcoles, escritor albaceteño y podcaster, abre la lata. Uno a cero. El míster se desgañita junto al banquillo. Hay un centenar de espectadores. Cinco españoles animan en la banda. Son familia de Chema Rodríguez, escritor de viajes y cineasta. Han venido adrede. Su padre, José María, sevillista de 83 años, dice que no iba a perderse el debú de su hijo con España. Pero los ingleses empatan. Tú tienes en la bota zurda un casigol; el portero ataja la pelota y deshace tus sueños de infancia. Maldices. Pitido final. La decepción es enorme. El portero Agredano se va triste, solo y culpable al hotel. Por la noche, en la cena, el bajón futbolero reorienta las conversaciones. Carretero habla de cómo mantener la profundidad de los personajes en la ficción. Pablo Martín Sánchez dice nosequé de Umberto Eco. Y Galder Reguera saca el tema de los derechos de autor. Al día siguiente, el chip cambia. Vuelve el fútbol. Pero con acento cervantino. Antes de jugar contra Austria, cada futbolista intercambia un libro suyo con el compañero de vestuario. Hay frases motivadoras: seguramente más bellas que en vestuarios de Champions. La táctica de Zuazua funciona: victoria por 3 a 0. Y entonces llega Bustos con el brazo escayolado para jugar así con La Cervantina. Épico. Y llega Alemania, la Mannschaft, el coco. El pase se juega ahí. Tensión. Grijelmo estrella su cabeza contra el palo al despejar un balón. Aprieta los dientes. Sufre. Decide seguir y hace una parada providencial. Olga Capdevila la toca. Marañón templa nervios. Carretero se deja la piel. Jacinto Elá se lleva detrás a tres teutones cada vez. Gabi Martínez casi se rompe y llega con tres heridas en la pierna izquierda. Chema Rodríguez hace valer, con un gran partido, su Espididol de 400 gramos para ahuyentar los dolores de la edad. Final: España gana 1 a 0, con gol de rebote. Y La Cervantina sale en el Telediario. Estáis en el Telediario como futbolistas. Euforia. Música de Raffaella Carrá en el vestuario. Estáis en semifinales contra Francia. ¿Y si sí?
La burbuja. La literatura te desloca de la realidad. Otras vidas, otros mundos. Es domingo y te despiertas en Berlín pensando en la Eurocopa. Tu compañero de habitación enciende la radio española y hablan de unas elecciones europeas. De repente contactas con la realidad en esta mezcla de erasmus, intercambio de idiomas y viaje de fin de curso. Te desagrada el roce y sales de la habitación pensando qué es más irreal. En la puerta de Brandeburgo, un grupo de españoles jubilados os gritan ‘a por ellos, oe’. Creen que sois la selección absoluta de fútbol. Se fotografían con vosotros. La inocencia. Experimentas el peligroso poder de un uniforme.
El gol. Todo el andamiaje de la épica la has construido sobre esos instantes. El último tiro de Michael Jordan en Salt Lake City. El último golpe del pilotari Genovés. El gol de Dertycia en Tenerife. El diavolo Chiappucci en Sestrière. El 10 de Nadia Comaneci en Montreal. Tantas veces lo soñaste, lo imaginaste. Son apenas unos segundos. Un balón llega al área. Rematas con el muslo medio lesionado. Es gol. Es gol. Llevabas veinte años sin jugar a fútbol. Has metido a España en la final de la Eurocopa. Corres por todo el campo como Tardelli en la final del mundial 82. El paraíso es sentirse abrazado por amigos.
La razón. ¿A qué hemos venido, a los campos de fútbol de Berlín, cien escritores de España, Italia, Francia, Alemania, Polonia, Suecia, Inglaterra y Austria? Responde de un trallazo Miguel Aguilar, editor y presidente de La Cervantina.
—En un momento indefinido, alrededor de los doce años, se pierde la capacidad de jugar y fantasear con realidades paralelas en las que uno es cowboy, bombero o futbolista. La Cervantina permite recuperar esos sueños.
El final. Dicen que en la herida habita la poesía. Que sin tragedia no hay drama. Que la derrota urde las buenas historias. Dicen —sobre todo dicen— que la gran literatura puede prescindir de los finales. No está ahí su mensaje. Don Quijote murió en la cama, aunque nadie recuerda ese pasaje: pervive su silueta con lanza, adarga y rocín. La Cervantina, en la final de ayer en Berlín, murió en la orilla por dos goles alemanes. Sin embargo, nadie sintió ayer una derrota. Nadie creyó que estaba loco. Digan lo que digan, no eran molinos. Eran gigantes, en un lugar de la cancha. Extraños sueños de ficción.
Babelia
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