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Fascistones terribles, rojos ladrones y el Caudillo Salvador: la literatura infantil y juvenil como arma en la Guerra Civil española

Una investigación explica cómo ambos bandos utilizaron los cuentos para el combate ideológico y el proselitismo, a costa de empobrecer la calidad tras unos años de gran creatividad en el género

Tommaso Koch
Portada de un cuento de Antoniorrobles editado durante la Guerra Civil, recogido en el libro de García Padrino publicado por Renacimiento.
Portada de un cuento de Antoniorrobles editado durante la Guerra Civil, recogido en el libro de García Padrino publicado por Renacimiento.1996-2001 AccuSoft Co., All righ

Qué epopeya ha vivido Juanillo. Y menudo héroe está hecho. Él solito ha derrotado una ofensiva del enemigo. Se ha jugado el pellejo para capturar una bandera. Hasta ha podido con un tanque ruso. Pero nada tan extraordinario como la visita que recibe cuando, para recuperarse de las heridas, descansa en un hospital. “De repente una idea surge en su cerebro… ¿Será él […] el gran Caudillo que lleva las tropas a la victoria?”, se leía en Aventuras de Juanillo, que Carmen Martel concibió en plena contienda, pero publicó en 1941. A saber cuántos chiquillos se contagiaron de aquella emoción y valentía. Para eso, al fin y al cabo, se escribió esa historia. Y, en general, la mayoría de cuantas se editaron en aquella época, según la investigación La literatura infantil y juvenil en la Guerra Civil, del profesor Jaime García Padrino (Renacimiento). En un país que se arrojaba balas y bombas, sostiene que las fábulas también entraron en combate.

Duques buenos que disparan golosinas sobre sus vecinos, frente a dictadores implacables. Rojos deseosos de “ametrallar a sacerdotes, mujeres y ancianos”. Policías tan crueles como para detener incluso a la Luna, sospechada de complicidad con el pueblo. “Se utilizó la literatura para los más pequeños como un arma, en un enfrentamiento ideológico entre dos formas de ver el mundo”, afirma García Padrino. “Fue convertida en un elemento manipulador más en manos de los dos bandos. […] La justificación literaria quedaba relegada a mero vehículo para contenidos instructivos”, se lee en el libro.

La conclusión se levanta sobre cuatro décadas de estudio. Y se resume ahora en 260 páginas, cierre de una trilogía con la que el profesor ha analizado los libros infantiles y juveniles desde 1875 hasta 2015. La entrega más antigua y la más reciente ya se editaron. Faltaba tal vez la más compleja, el anillo de conjunción, los años que partieron España en dos. Aunque García Padrino comenta que los distintos ritmos de publicación son cosa suya, no de rechazos políticos de algún sello.

Página de 1937 de la revista infantil 'Pionero rojo', recogida en el libro de García Padrino publicado por Renacimiento.
Página de 1937 de la revista infantil 'Pionero rojo', recogida en el libro de García Padrino publicado por Renacimiento.

Otra premisa también queda clara enseguida: “Mi propósito siempre ha sido la más total objetividad. Basarme en los libros, las revistas, los documentos”. En la reescritura republicana de una Cenicienta que decide no casarse “con ningún príncipe ni con ningún personaje de clase privilegiada”; en el patito feo que se convierte en cisne “consagrado a la educación del pueblo”; o, por el contrario, en Miguelillo, protagonista de El tesoro de Texihualpa, de Emilia Cotarelo, entregado a la conquista, Dios y la piedad; o en La historia de El Caudillo salvador de España, cuyo título sugiere el contenido de sus páginas: “Franco no solo era el Jefe de insuperable valor personal, que menospreciaba el riesgo y no perdía jamás la serenidad, sino que era además el padre cariñoso para sus soldados”.

El acercamiento de García Padrino evita valoraciones políticas o éticas y se centra en la recopilación de los hechos. Cita las proclamas que incluía otra obra de nombre emblemático, Un héroe de diez años o ¡Arriba España!, de Manuel Barberán Castillo: “Los anarquistas querían destruirlo todo. Los comunistas todo lo querían robar, y todos los marxistas ansiaban apoderarse de lo que no era suyo. No pensaban más que en vivir como bestias. Estaban siempre borrachos y cometían toda clase de excesos que los niños imitaban”. Y, por otro lado, recupera el descubrimiento del Pinocho español en La guerra de los muñecos, de Magda Donato y Salvador Bartolozzi: “Los muñecos ‘caros’ vivían en lindas casitas […] los ‘baratos’ malvivían hacinados por docenas de cajones. […] Siento desilusionaros, pero los caros […] no solamente no los consolaban ni los compadecían, sino que los odiaban y los despreciaban… ¡por ser pobres y desgraciados! Qué cosas tan raras pasan entre los muñecos, ¿verdad?”.

'El protector del convento', otro de los cuentos recogidos en el libro de García Padrino publicado por Renacimiento.
'El protector del convento', otro de los cuentos recogidos en el libro de García Padrino publicado por Renacimiento.

A base de ejemplos, el profesor lamenta, de paso, que la guerra interrumpiera unos años treinta que habían mostrado gran creatividad en los libros para niños. Del talento y el genio, considera que se pasó a la propaganda. Unos contra “los rojos malos”. Otros para atacar a los “fascistones terribles”. En las antípodas del pensamiento y las trincheras. Pero unidos por un parecido afán de proselitismo. Y por la importancia que le daban a conquistar las mentes más indefensas.

“Ya no hay ogros, ni casi princesas encadenadas que liberar. Pero existen otros monstruos feroces como el explotador sin conciencia, el cacique, el tirano, que tienen esclavizados por la violencia a los seres más puros y nobles de la sociedad. Y contra esos monstruos había que prevenir a los niños”, explica en el libro las palabras de Ramón Puyol, pintor y director artístico de la organización Altavoz del Frente. Así como los nacionales subrayaban la “conveniencia de dedicar a los pequeñuelos preferente atención y la necesidad de ir sembrando en sus almas, y con justa medida, la idea de Patria, de amor al Caudillo, de obediencia, de disciplina, de admiración”.

De ahí que los autores se hallaran ante una encrucijada. García Padrino cree que muchos pusieron sus cuentos al servicio de su fe política. “Pocos denunciaron lo que sucedía y otros directamente lo dejaron. Hubo un evidente empobrecimiento de las publicaciones infantiles durante la guerra”, agrega. Y destaca, como excepción, la calidad de Err Asan (Josep Serra Masana), que se empeñó en mantenerse fiel sobre todo a la literatura en obras como Los ocho pretendientes o La casa de las siete doncellas.

Un niño observa un cartel que aconseja a la población evacuar la ciudad para evitar los bombardeos nacionales, en Madrid, el 20 de enero de 1937.
Un niño observa un cartel que aconseja a la población evacuar la ciudad para evitar los bombardeos nacionales, en Madrid, el 20 de enero de 1937. EFE

En el libro abundan, al revés, ejemplos más dudosos. García Padrino subraya obviedades, imágenes poéticas forzadas o burdos intentos de persuasión. En Flechín y Pelayín en la cueva de los bandidos, con textos de J. Aguilar de Serra, se leía: “Los rojos levantaban el puño con odio. Los blancos extendían la mano con amor”. En el frente opuesto, muchas páginas del libro están dedicadas a Antoniorrobles, “clásico y gran innovador de la literatura infantil española que, en el momento de la guerra, toma el bando republicano”, según García Padrino. A través de las aventuras de Sidrín o Botón Rompetacones, el escritor transmitía mensajes claros: “Perfumito tenía una costumbre muy fea; pintar con carbón o tiza […] la cruz gamada: esa cruz o signo antipático, que parece como los brazos y las patas de un bailarín alocado y estúpido”. O la descripción, en Don Nubarrón en los refugios, del personaje homónimo: “Era un hombre gordo y bigotudo, que comía buenas chuletas, fumaba buenos puros y gastaba bastón de bola. Era un fascistón terrible, lo que quería era que la clase trabajadora siguiera siempre trabajando en favor de los ricos”.

Entre un lado y otro, García Padrino reconoce el esfuerzo de Elena Fortún por denunciar los horrores, las desigualdades o el injusto sufrimiento de los pequeños. En Los dos hermanos, “todo cambió tanto que a los pocos días [Juanín y Carmelina] no tenían ni papá, ni mamá, ni casa, ni chacha, ni siquiera gato”.

Una mujer da de comer a sus cuatro hijos en un banco de la calle, el 30 de marzo de 1939, en Madrid.
Una mujer da de comer a sus cuatro hijos en un banco de la calle, el 30 de marzo de 1939, en Madrid.EFE

Y en La ciudad de las estrellas, iconos de las fábulas interrogan a un niño recién llegado a la urbe desde el país de los cuentos de miedo.

― Sabrás lo que ha sido de mi abuelita ―insistió Caperucita Encarnada.

― […] Cuando empezó la guerra le quemaron su casa y se marchó por los caminos con otras viejas que también se iban.

― ¿Y nuestros padres? ―preguntó Pulgarcito.

― Se empeñaron en que querían comer todos los días, y se enfadaron muchísimo. Entonces, para hacerlos callar, los despachurraron con una bomba.

― Qué horror ―gritó Caperucita―, ese cuento es horrible, mucho peor que el del lobo.

En eso, al menos, pueden estar de acuerdo todos.

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Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.
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