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Arco evita los golpes de efecto y apuesta por descolonizar el mercado del arte (o lo intenta)

Escudada en la sobriedad, la feria de arte contemporáneo abre sus puertas en Madrid, agitando los grandes debates del presente, como el legado colonial, las cuestiones de género o la urgencia de la crisis climática

'Trini to the Bone II', de Emilia Azcárate, ubicada en la Sección Caribe, este miércoles durante la inauguración.
'Trini to the Bone II', de Emilia Azcárate, ubicada en la Sección Caribe, este miércoles durante la inauguración.Samuel Sánchez
Álex Vicente

Quien busque la foto de la feria no la encontrará. No está la capilla ardiente de Picasso, ni Franco criogenizado, ni Pedro Sánchez comparado con Stalin, Fidel Castro y Pol Pot, entre otros golpes de efecto. Arco, la gran feria internacional de arte contemporáneo, abrió sus puertas este miércoles en Madrid sin las polémicas de salón que han marcado su historia reciente, confirmando una tendencia a la sensatez y la sobriedad, al fondo por encima de la forma, que tal vez empezase con la pandemia. Es como si los pasillos de Ifema, el recinto ferial que acoge esta cita mayúscula para el mundo del arte, nunca se hubieran recuperado de los meses en que se convirtieron en hospital de campaña, aunque ya nadie hable de eso, ni tampoco piense en eso.

Tal vez lo espectacular ya pertenezca a otro tiempo. Hasta los experimentos con la inteligencia artificial o los NFT que habían despuntado en ediciones anteriores brillaron por su ausencia, con la excepción de las prácticas, siempre interesantes, de Joan Fontcuberta (Àngels Barcelona) o Daniel Canogar (Max Estrella). “En pasadas ediciones, a veces me tensaba que se hablase de esas obras y no de todo el resto. Para las galerías tampoco es tan bueno, porque a veces se resume a una chispa sin efecto”, afirmaba la directora de Arco, Maribel López, que confirmaba una voluntad de recoger los debates del presente. “La feria no se posiciona, pero sí recoge lo que sucede en el mundo del arte. En nuestro trabajo subyace una pregunta, aunque nunca se verbalice: ¿cómo de relevante para el futuro puede ser este proyecto?”.

Lo demuestra la presencia creciente de mujeres expuestas (un 43%, el mejor porcentaje de su historia), incluyendo la reivindicación de nombres como Esther Boix (Marc Domènech) o Eulàlia Grau (Mayoral). Y también un valiente intento de genealogía del arte LGTBI en España, con el estand de José de la Mano dedicado a la escultura queer de Rodrigo Muñoz y al arte homoerótico de Juan Hidalgo, Costus o Forns Bada, a la que se suma la recuperación de la obra de Nazario en Bombon Projects. El subtexto es que quedan otras historias (del arte) por contar.

De todas esas cuestiones, la principal parecía la descolonización, palabra fetiche en el sector desde que el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, anunció un “proceso de revisión” de las colecciones públicas con la misión de “superar el marco colonial”. Entre las 205 galerías seleccionadas en esta edición, un 65% de las cuales no son españolas (y 38 de ellas son latinoamericanas), abundan las que recogen puntos de vista críticos con el colonialismo y con su espinoso legado. ¿Por convicción política o por oportunismo? “Siempre es una mezcla de las dos cosas”, admitía la ecuatoriana Manuela Moscoso, comisaria de la sección Nunca lo mismo, consagrada a los grandes debates en el arte latinoamericano, empezando por este. “No se trata de un tema nuevo, pero las instituciones del arte, incluida esta feria, se han abierto a él en los últimos años. Queremos ser un espacio de cruces y conversaciones”.

Por ejemplo, la galería argentina Pasto realza la obra de artistas como Iosu Aramburu o Ariel Cusmil, que pintan viñetas sobre un pasado teñido de opresión, pero también de resistencia indigenista. A su lado, la peruana Crisis expone las obras de Santiago Yahuarcani, Raul Silva o Gala Berger, que reinterpretan el sincretismo de los tiempos virreinales o el lenguaje de las protestas políticas de hoy. Por su parte, la brasileña Almeida & Dale recupera a Rubem Valentim, que combinó la herencia del arte concreto con la iconografía de la tradición candomblé, y la madrileña Fernández-Braso expone un óleo del cubano Wifredo Lam, uno de los primeros latinos que se integró en el canon occidental que dictaba el MoMA durante la posguerra.

Una obra de Zé Carlos García en el estand de la galería argentina Pasto, este miércoles en la feria Arco, en Madrid.
Una obra de Zé Carlos García en el estand de la galería argentina Pasto, este miércoles en la feria Arco, en Madrid. Samuel Sánchez

Parecían antepasados ilustres de los artistas de hoy, tanto en los expositores de las galerías más jóvenes como en la sección comisariada dedicada a la región invitada: el Caribe. La peruana Violeta Quispe (Vigil Gonzales) usa las tablas de cedro propias de su cultura de origen para ridiculizar los mensajes con los que la Iglesia católica hizo proselitismo en la región andina, mientras que el guatemalteco Moisés Barrios (Extra Galería) refleja la insaciable explotación estadounidense de la industria platanera en su país. Por su parte, Nohemí Pérez expone sus pinturas sobre el Darién, la jungla entre Panamá y Colombia convertida en peligrosa travesía para los migrantes que quieren alcanzar EE UU. “El paisaje es el primer testigo de todas nuestras crisis. Casi siempre es una víctima sin voz, pero hay artistas que quieren darle la palabra”, afirmaba su galerista, Omayra Alvarado, en el estand de la colombiana Instituto de Visión.

Su obra concentra tres tendencias observadas en este Arco: la cuestión colonial, el formato textil y un rotundo regreso del paisajismo y el arte sobre la naturaleza, omnipresente en esta edición, tal vez por el sentimiento de urgencia que impone la crisis climática. Ahí están los bodegones histéricos de Niki Maloof (Perrotin), las telas transformadas de Bianca Bondi (Mor Charpentier), las hojas intervenidas por Javier Ortón (Ana Mas Projects) o una inquietante fotografía de Roe Etheridge (Mai 36): una decrépita lámpara de papel cubierta de hojas otoñales, metáfora perfecta de un planeta que entra en su fase terminal.

Una obra de Álvaro Urbano en el expositor de Travesía Cuatro, este miércoles en Arco 2024.
Una obra de Álvaro Urbano en el expositor de Travesía Cuatro, este miércoles en Arco 2024.Samuel Sánchez

El arte español refleja esta misma inquietud a través de los paisajes adulterados de Santiago Giralda (Moisés Pérez de Albéniz), las crisálidas mutantes de Teresa Solar, los paneles de lana de oveja de Asunción Molinos Gordo o la naturaleza artificial de Álvaro Urbano (los tres últimos, en Travesía Cuatro). Mientras tanto, en el expositor de Chantal Crousel, que ocupa el espacio que deja libre Juana de Aizpuru con su reciente retirada, Allora y Calzadilla exponen paisajes ominosos de la jungla puertorriqueña —las palmeras fueron plantadas por el ejército estadounidense para ocultar sus bases militares— y varios puñados de pétalos de jazmín hiperrealistas que, vistos de cerca, resultan ser de plástico.

Algo parecido sucede al recorrer la feria: es inevitable preguntarse si es oro todo lo que reluce. “Que Arco acoja el debate de la descolonización y refleje este cambio de paradigma es positivo, porque se trata de un asunto fundamental en el arte y en toda la sociedad”, respondía Manuel Borja-Villel, exdirector del Museo Reina Sofía, que este miércoles participó en un debate. “Aun así, una feria de arte, que prioriza la obra por su valor económico, tiene unas limitaciones extremas, a no ser que plantee otras formas de coleccionar. No basta con cuestionar los contenidos, sino también las estructuras”. Recordaba una frase célebre de Katherine Dunham, la gran coreógrafa afroamericana, quien tras un espectáculo en el que fue ovacionada aseguró ante su audiencia que nada cambiaría hasta que los blancos no se subieran al escenario y los negros les aplaudieran desde las butacas. En Arco predomina el mismo color que en aquella platea.

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Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.
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