La gran novela del soul: así surgió la banda sonora de la lucha por los derechos civiles
Una novela gráfica contextualiza el papel de la música afroamericana en la lucha contra la segregación en Estados Unidos
La música es como un gran río: todo lo mezcla, y es difícil explicar su valor y su impacto. En 1946, en Estados Unidos la música de personas negras se catalogaba como música racial, hasta que Jerry Wexler, de Atlantic Records, consiguió cambiarlo con el nombre más amable de rhythm & blues. Por ese camino, se dice que el embrión del soul surgió un día de verano de 1954 en que Ray Charles viajaba con su banda y escuchó por la radio la canción It Must Be Jesus, de The Southern Tones. Le gustó tanto que decidió versionearla, transformándola en I Got a Woman. Y causó ese tipo de shock que produce ver hacer algo que no se puede hacer. En las congregaciones religiosas ―entonces fundamentales en la comunidad afroamericana― consideraron que Charles “adulteraba” un sentir sagrado. Porque la canción era la misma, pero si la de The Southern Tones es un gospel que canta a la fuerza que transmite Jesús, I Got a Woman es una oda a una magnífica amante que espera en su casa.
Eso sucedía en un contexto urbano que había empezado a cambiar 13 años atrás, cuando al entrar Estados Unidos en la II Guerra Mundial el presidente Roosevelt eliminó la segregación en las fábricas para acelerar la producción de la industria armamentística. El resultado fue una migración masiva de comunidades afroamericanas desde los estados del sur rural a ciudades como Chicago, Detroit, Nueva York o Filadelfia. La llamada Gran Migración: un movimiento físico que llevó a algo parecido a una revolución cultural y social.
Eran solo los inicios, pero todo estaba ahí: la dureza y la alegría de nuevos tiempos, la juventud, el dinero fresco, el incipiente negocio de la música negra en busca del fabuloso mercado del consumidor blanco ―el rock’n’roll ya había roto los primeros diques contra la segregación racial― y una progresiva búsqueda de justicia y libertad. Allí ya estaban el gospel y el rhythm & blues, que con los años se fueron transformando en otro tipo de música: el soul, que acabaría siendo “la banda sonora de la lucha por los derechos civiles”, subraya el escritor Manuel López Poy.
Junto con el ilustrador Pau Marfà, López Poy publica Soul. La novela gráfica (Redbook, 2023), un libro que narra el nacimiento, las vicisitudes y los triunfos de esa música en su tumultuoso contexto cultural, político y social.
De la amargura a la calidez
El soul regaló a todos la posibilidad de expresar vulnerabilidad, de mostrar los sentimientos y la emoción de la vida cotidiana entremezclada con los avatares políticos. Como escribe Peter Guralnick en su libro Sweet soul music, la música soul transformó el amargo fruto de la segregación en una declaración de orgullo y afirmación cálida y llena de humanidad.
En la novela de López Poy y Marfà aparecen Sam Cooke, Solomon Burke, Etta James, Otis Redding, Aretha Franklin, The Supremes, Smokey Robinson ―autor de 4.000 canciones―, James Brown, Sam and Dave y Curtis Mayfield con y sin The Impressions, entre otros. Se habla de los maravillosos estudios Fame, en Muscle Shoals (Alabama), y hay un mapa de Estados Unidos que ubica geográficamente los sellos discográficos que hicieron vibrar a toda una nación: Rounder, Aladdin, Atlantic, Stax, QWest, Soul City, The End, Brunswick, Federal o Motown. Y también aparecen Martin Luther King Jr, el jugador de fútbol americano Jim Brown, los Black Panthers, Malcolm X o Mohammed Ali, que, mezclándose entre músicos y artistas, pelearon por la igualdad, contra el segregacionismo y, progresivamente, contra otras violencias como la guerra del Vietnam. “El soul era una música para disfrutar, pero a su vez evolucionó hacia connotaciones políticas claras”, subraya López, que con Marfà ya publicó Blues. La novela gráfica (Redbook, 2022).
“Mi interés en el soul viene más de la parte social que el musical. Los nudos culturales entre la sociedad blanca y negra se empiezan a diluir, y en el libro reflejamos el contexto en el que se desarrolló”, reflexiona López. Eso se traduce en el formato de la novela, con páginas grandes, dobles, donde además de escenarios o estudios de grabación se ven calles, manifestaciones y protestas, y donde los cantantes están casi siempre acompañados por el público, familias o amigos. “Es difícil dibujar la música, pero en el caso del soul quería reflejar su complejidad y su riqueza cultural”, explica Marfà.
El soul fue un altavoz de un mundo nuevo que permitió desarrollar una pujante industria de cantantes, compositores y sellos a su alrededor. Sus melodías conquistaron la radio y la televisión, las fiestas y habitaciones de los adolescentes negros y blancos. En un principio cantaba a los placeres y los estragos del amor ―de forma aterciopelada o cruda según el sello discográfico― en temas como I Rather go Blind, de Etta James; Ain’t no Mountain High Enough, de Marvin Gaye y Tammi Terrell, o Ruler of my Heart, de Irma Thomas. Pero conforme se iban sucediendo las luchas y las frustraciones, evolucionó hacia posiciones más políticas hasta canalizar el sentir y la rabia en las casas y en las calles, con canciones como Respect, de Aretha Franklin ―un himno para las mujeres en un país machista―, Said it Loud, I’m Black and I’m Proud, de James Brown, o War, de Edwin Starr. “El reto estaba en retratar en pocas páginas un montón de años de música y contextualizar el soul, no hacer un libro de estampitas musicales”, argumenta López.
Si la osadía de Ray Charles en 1954 fue la semilla del soul, el compromiso de esta música con la situación social podría fecharse en 1963. Fue cuando Bob Dylan publicó Blowin in the Wind, que inspiró a Sam Cooke a componer A Change is Gonna Come tras sufrir un altercado al intentar registrarse con su banda en un hotel para blancos en Shreveport (Luisiana), un hecho que reportó The New York Times. El de Cooke, compositor, cantante, dueño de un sello discográfico y activista social, fue un acto de protesta que, ligado a muchísimas otras movilizaciones y manifestaciones, abrió la senda para que se aprobara la Ley de Derechos Civiles. La nueva legislación, de 1964, prohibió oficialmente las prácticas discriminatorias en restaurantes, hoteles y teatros y puso fin a la segregación en escuelas, bibliotecas o piscinas. Un camino nuevo y luminoso que tuvo que enfrentarse a una sangrienta resistencia.
Amor y magnicidios
Los temas de Dylan y Cooke unieron a una generación de jóvenes ―antes separados según su raza― a luchar contra una brutal violencia política. En 1963, el mismo año en el que se publicaron ambas canciones, un activista de los derechos civiles de Misisipi llamado Medgar Evers fue asesinado por un supremacista blanco, miembro del Ku Klux Klan, y el mismísimo presidente de Estados Unidos John Fitzgerald Kennedy fue públicamente tiroteado en una gran avenida de Dallas (Kennedy impulsó la Ley de Derechos Civiles, que firmó su sucesor Lyndon Johnson al morir él). Tal como se recuerda en Soul. La novela gráfica, en 1964 el propio Cooke murió en extrañas circunstancias al dispararle una trabajadora del hotel donde se hospedaba. Al entierro de Cooke, una superestrella de la música ―en 1958 fue número 2 en las listas, solo superado por Elvis Presley― acudieron 200.000 personas, pero su asesinato se abordó “simplemente como el de otro hombre negro muerto más”, según subraya la periodista Renee Graham en el documental Los dos asesinatos de Sam Cooke (Netflix, 2019). Como dijo Mohamed Ali, si hubieran matado a tiros a Frank Sinatra, el FBI lo habría investigado mejor. Después, entre 1965 y 1968, se sumaron tres magnicidios más: el de Malcolm X, el de Martin Luther King Jr y el de Robert Kennedy.
Los sucesivos asesinatos ―especialmente el de Martin Luther King Jr― derivaron nuevas manifestaciones y disturbios, y el envío del Ejército norteamericano a las calles de ciudades como Chicago o Washington o Detroit. Pero en Boston, al menos por un par de días no pasó nada. Veinticuatro horas después del asesinato de King “con el país al borde del abismo”, según el filósofo afroamericano Cornel West, James Brown dio un concierto televisado en toda la ciudad y su actuación consiguió canalizar la desesperación y la rabia de la comunidad negra (que era la suya propia). Activista y amigo de King, en el escenario del Boston Garden, rodeado de policías armados, Brown consiguió subliminar la explosiva energía de una multitud indignada en algo parecido a una catarsis. “Como solía hacer a través de su música, ofreció sus heridas y cicatrices para curar”, explica West en el documental El día que James Brown salvó Boston. “Eso es el poder negro”, afirma el propio Brown, recordando aquella noche de 1968 en la cinta.
Marfà confiesa que preparando Soul. La novela gráfica le dio “una especie de ataque de nostalgia al ver que era una música que buscaba un cambio, una música de comunidad”, dice. Ahora, tantas décadas después, los ecos del soul resuenan con una vitalidad y un aire de inocencia que casi rompen el corazón. Tal vez por eso sus canciones siguen siendo una especie de alimento nutritivo para empatizar más unos con otros. Como cantaba Otis Redding en Try a Little Tenderness: quizás suena algo sentimental, pero va bien ser algo más tiernos y comprensivos. Todo lo que hay que hacer es intentarlo.
Babelia
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