Van der Poel derrota a Pogacar en la Milán-San Remo más hermosa del siglo
Los ataques del campeón del mundo en la Cipressa y en el Poggio, y la resistencia audaz del neerlandés convirtieron la 116ª Classicissima en una obra de arte insuperable


Muere George Foreman y recordamos Kinsasa y Muhammad Ali, transmutado en ciclista 50 años después, en Tadej Pogacar, que como en alas de una mariposa vuela sutil, suave y da coces de mula en la Cipressa, a la sombra de los pinos sus hojas agitadas por viento a favor, fresco, del norte, 15 kilómetros por hora, el viento de la velocidad que empuja hacia San Remo por la vía Aurelia, y la vía Roma final. Todos le esperan, pero solo resisten Mathieu van der Poel y Filippo Ganna.
Aislados, Pogacar olvida la suavidad. Boxea a casi 40 por hora en las cuestas, y frena en las curvas. Pura violencia. Todo el tejido misterioso, indescifrable, que hace de la San Remo el monumento más sencillo y el más complicado de comprender, lo quiere destruir con pura fuerza Pogacar, que se enfrenta a lo imposible. Destroza la carrera. Un juego a tres y el pelotón olvidado. No busca desentrañar los códigos de la Classicissima, no intenta desanudarlos número por número hasta abrir la puerta. Brutalmente prefiere quemarlo todo, y suspirar. Ganna, el gigantesco piamontés de la gran barba y piernas como pilones que machacan sin piedad, sufre pero no se pierde, siempre le tiene a la vista, a 50, 60 metros, a 10, a ocho, a nada. Y Van der Poel, a su rueda, aspirado por su rebufo, pedalea sin abrir la boca. Meditando. Calculando. Jugando. Foreman riéndose de Alí. Cazándole con una contra inesperada. Una ironía, justicia histórica, que culmina en el sprint en vía Roma. La inteligencia contra la fuerza ya vacía de Pogacar, contra el deseo de Ganna. Quien resiste gana. La victoria. Una obra de arte del gran ciclismo.
Última recta. Los dos últimos campeones del mundo, bajo la lluvia los dos, en Glasgow el nieto de Poulidor, en Zúrich el esloveno, los dos mejores de la década en el territorio de los monumentos, levantan finalmente el pie. Tienen que admitir a Ganna en el sprint. Pogacar se frena por necesidad. Ha golpeado tanto que sus piernas ya no pueden más. Necesitan aire. Está muerto ya. El neerlandés, gran maestro de los monumentos, y en su cabeza caben todas las posibilidades y sus piernas las ejecutan, actúa con un sentido táctico único. Pogacar solo le derrotaría en un sprint lanzado, iniciado a alta velocidad. Ganna no le preocupa. Frena la marcha. Todos se paran. Se miran. Se esperan. Van der Poel actúa. Nada más pasar la señal de los 300 metros, sus piernas son dinamita que se transforman en pura velocidad en menos de un segundo. Abre un hueco de tres, cuatro metros, con Ganna y con Pogacar, más atrás aún. La remontada es imposible. Dos años después de su primera San Remo, Van der Poel, 30 años, gana la segunda, el séptimo monumento de una carrera única —tres Flandes y dos Roubaix también—, siete como sus siete títulos de campeón mundial de ciclocross.
𝐔𝐍𝐀 𝐁𝐄𝐒𝐓𝐈𝐀 𝐌𝐎𝐍𝐔𝐌𝐄𝐍𝐓𝐀𝐋 😈
— Eurosport.es (@Eurosport_ES) March 22, 2025
Van der Poel se vuelve a coronar en Vía Roma por delante de Ganna y Pogacar.
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Antes de que repitiera victoria el corredor del Alpecin, la San Remo había contado 17 vencedores diferentes los últimos 17 años. Cualquiera la puede ganar, sprinters, puncheurs, hombres afortunados. Y los mejores la pueden perder, la suelen perder, como bien sabe Pogacar, ganador de todo, de Flandes, de Lieja, de Lombardía, del Tour, del Giro, del Mundial, de cualquier etapa de cualquier carrera, y perdedor en la carrera que sale de la niebla y la lluvia fría de la llanura padana, y suena el acordeón melancólico que les envuelve hasta el Turchino, el túnel que comienza negro y termina en la luz del Mediterráneo y el olor de las mimosas en la costa. La carrera que no sabe qué hacer para ganarla, en la que no vale el ataque brutal, lejano y desasosiego, en la que no encuentra el muro vertical en el que clavar a Van der Poel, que gana lo que él pierde. La San Remo es larga, plana, tres montañitas, seis horas de bostezos a rueda, 22 minutos de acción única.
Pogacar solo puede ganar en vía Roma si llega solo. Otros años, en 2022, 2023 y 2024, nunca había logrado quedarse solo con sus ataques en el Poggio, y los que le aguantaron le derrotaron, Mohoric, Van der Poel, Philipsen. Para conseguirlo esta primavera, todo su UAE y él mismo pusieron un gran plan en marcha antes de terminar 2024. Colnago diseñó y construyó una bicicleta a la medida con una arquitectura que a los clásicos les parece una extravagancia. Después, el equipo fichó al ecuatoriano Jhonatan Narváez solamente para hacer lo que hizo en la Cipressa, la subida de cinco kilómetros que era necesario ascender en menos de nueve minutos. Narváez cumplió con su cometido: llevó a Pogacar a la cabeza después de que Tim Wellens hubiera comenzado la operación acelerada y esprintar él a su vez unos centenares de metros para que su líder saliera disparado, solo con su vuelo de mariposa. “Nos ceñimos al plan, hicimos un trabajo perfecto. El equipo estuvo increíble y yo lo hice lo mejor que pude. Era muy optimista pensar que podría irme solo de la Cipressa, pero me alegré de ir con Mathieu y Pippo”, explicó luego el derrotado. “Lo intenté de nuevo en Poggio, pero ya a la desesperada”.
En el Poggio, uno, dos, tres, cuatro ataques desde el primer metro. Van der Poel ni abre la boca, hasta podría ponerse a hablar con él para deprimirle, tan tranquilo aguanta. Ganna hace la goma. Pogacar nunca puede mirar tranquilo al frente. Gira una y otra vez la cabeza y se desespera. Chirridos de disco en las curvas, tanta velocidad, más de 35 por hora. Y Van der Poel le remata atacándole a 500 metros de la cabina de teléfonos desaparecida, la ciaboga hacia el descenso. La suerte está echada en los dos kilómetros de recta hasta la meta. “Todos teníamos la misma idea de empezar en el mismo punto esprintando, en el cartel de 300 metros, que con viento de espaldas se hacen muy rápidos, pero él era el más fuerte. Tengo que estar satisfecho con el tercero, pero vendremos el año que viene a por más”.
Pogacar ama la San Remo y el sol del Mediterráneo, pero, como Van der Poel, odió las primera tres horas y media de carrera, hasta el Turchino. El neerlandés, sin embargo, estaba preparado para el frío, la niebla y la lluvia: toda su preparación en marzo para la San Remo, como la de Ganna, pasó por la Tirreno-Adriático de Juan Ayuso, las etapas maratonianas y la lluvia. Dos días se fue a los Países Bajos, practicó con la bicicleta de gravel y volvió a Italia. Menos obsesionado por la victoria en una carrera que ya había ganado. Mejor preparado para hacerlo de nuevo. “Deseaba fervientemente este resultado, pero no fue fácil contra estos dos rivales. Al principio de la carrera, con la lluvia y el frío, me sentía fatal, pero al final, cuando llegué a la costa, mis piernas empezaron a funcionar”, dijo el hijo de Adrie y nieto de Poulidor, revolucionario del ciclismo en el siglo XXI, hermoso como nadie pedaleando, capaz de iluminar las carreras más oscuras. “Sabía que Tadej era el más fuerte en las subidas. La forma en que afrontó la Cipressa fue impresionante. Le contrarresté en el Poggio, pero consiguió remontar. En ese momento sabía que los otros dos intentarían preparar un sprint largo y creo que les he sorprendido un poco. Lancé el sprint cuando vi la señal de 300 metros. Me sentí con fuerzas para aguantar hasta la meta. Ganar la Milán-San Remo es especial, pero hacerlo batiendo a dos corredores increíbles me hace muy feliz y me enorgullece estar en el podio con ellos”.
Premonitorio, sombrío que quiere parecer irónico, Pogacar puede tener pensamientos tristes que contradicen la sonrisa permanente que muestra en cuando pedalea en la bicicleta con el manillar en v, ligero, la tija en y, el esloveno se confiaba a un amigo hace unos meses: “Quiero ganar los cinco monumentos, y me faltan París-Roubaix y San Remo. San Remo es la que me va a mandar a la tumba, tengo el presentimiento. Probablemente, voy a morir en el intento. Me estoy acercando mucho [en cinco participaciones en la Classicissima, que Merckx ganó siete veces, ha quedado dos veces tercero, cuarto, quinto y 12º], pero aún estoy muy lejos, es increíble. Pero para que quede claro, es un objetivo”.

118 años después de que se disputara la primera Milán-San Remo, y poco antes de que los monstruos, ogros y mortales ocuparan la vía Roma a 70 por hora, las mujeres habían disputado la primera Milán-San Remo femenina de la historia, 156 kilómetros desde Génova por la costa ligur. La victoria la disputaron una quincena de corredoras que habían hecho la diferencia en la subida y el descenso del Poggio. La menos veloz de todas, la campeona italiana Elisa Longo Borghini atacó a dos kilómetros de la meta y pasó bajo la llama roja del último kilómetro con 3s de ventaja. No llegó la primera. La alcanzó el grupo, que disputó un sprint reducido en el que se impuso la campeona de Europa, la neerlandesa Lorena Wiebes, por delante de su compatriota Marianne Vos y la suiza Noemí Rügg. Mavi García, 28ª, a 55s, fue la primera española.
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